Anhelantes de más humanidad
Deseo que cuando salga esta reflexión a la luz haya pasado la desgracia del coronavirus. Sigo con el dolor de ver el sufrimiento, sin apenas poder hacer nada para evitarlo. No valen paños calientes, ritos sagrados o consideraciones piadosas, para enjugar tantas lágrimas en solitario como está provocado este desastre. Pero en medio de tanta impotencia, oscuridad y confusión, ha emergido una vez más ese germen divino que nos habita y nos da coraje para levantarnos de nuestras propias cenizas.
Cuando vivíamos obsesionados con el desarrollo economicista y confiando en nuestro deslumbrante progreso técnico, nos vemos burlados por un agente microscópico al que no sabemos combatir. Buena lección para los humanos que pretendemos ser absolutos ignorando nuestra condición de criaturas. Pero en esa tragedia, también ha despuntado la semilla de más humanidad que todos llevamos dentro. Han sido perceptibles sus latidos en mujeres y hombres que incluso se han jugado la propia vida por dar vida a los otros, han manifestado su gratitud ante la gratuidad; por solidaridad con el bien común muchos han aceptado la limitación de sus derechos. Aunque tanto sufrimiento nos deja sin palabras y recomienda silencio, hay en esta dura situación, un reclamo de más humanidad que, con distintas versiones reflejan los testimonios incluidos en el libro Tejer historias que acaba de salir1.
El desamparo sufrido puede ser llamada de atención sobre la jerarquía de valores que inspiran nuestra organización social y sobre la presencia pública de la Iglesia. Tenemos ya encima la crisis económica, ¿aprenderemos de una vez que la fiebre posesiva o codicia insaciable, con la lógica del mercado y su jerarquía de valores, pervierte nuestro sistema y acaba destruyéndonos? Además, el compromiso de los cristianos en esta situación puede ser indicativo de cómo se hace realidad la presencia pública de la lglesia.
No han faltado en los medios de comunicación reflexiones serias, gestos litúrgicos y oraciones; sin duda, es de admirar la beneficencia que prestan muchas instituciones eclesiales. Pero en esta situación crítica la presencia pública de la Iglesia también y tal vez de modo más creíble, tiene lugar en la conducta cívica de muchos cristianos que, desde su experiencia de Dios, valoran la dignidad de la persona humana y, codo a codo con otros, han activado sus energías y arriesgado su propia vida por ser fieles a esa valoración. La compasión solidaria puede inspirar una ética común a creyentes religiosos, gnósticos o indiferentes. Esa compasión es la entraña del Evangelio que no suple ni aminora, sino que amplía el horizonte humano. •
1 www.bit.ly/TejerHistorias_libro
Teólogo