Revincularnos en la cuarentena

Revincularnos en la cuarentena
El confinamiento actual en el que nos encontramos ha dado a la expresión del coordinador de la Fundación Foessa, Guillermo Fernández, que nos describía como «una sociedad desvinculada que necesita revincularse», una nueva dimensión.

Lo dijo, hace unos meses, cuando presentábamos en Valencia el II Informe sobre exclusión y desarrollo social en la Comunidad Valenciana de la Fundación FOESSA. Me llamó la atención que, después de desgranar dato a dato la realidad de un territorio, el valenciano, dentro de uno mayor, el estatal, en el que la exclusión social y la pobreza, en muchos casos extrema, sigue afectando a tantos millones de personas, Guillermo se centrara en el asunto de las relaciones sociales y la necesidad de volver a crear vínculos en nuestras sociedades. En aquel momento no le di mucha importancia…

«Estamos viviendo la experiencia del sentido de comunidad. Para algunos es algo nuevo o algo que ha rebrotado en su experiencia. Una sociedad desvinculada que trata de revincularse. Aprovechémoslo».

En estos días de confinamiento, quizás sea más fácil comprender aquel llamamiento de FOESSA y, por tanto, de Cáritas, que estos días, el mismo autor ha concretado en los escasos 280 caracteres de un tuit: «Estamos viviendo la experiencia del sentido de comunidad. Para algunos es algo nuevo o algo que ha rebrotado en su experiencia. Una sociedad desvinculada que trata de revincularse. Aprovechémoslo».

Al inicio del primer período de quince días de cuarentena establecidos por el Gobierno, las manifestaciones de revinculación se van multiplicando y nos ayudan a sobrellevar este tiempo más o menos extraño para todos. No nos llegan noticias de robos o altercados, ni siquiera se está informando de casos de violencia machista, tan preocupante en nuestro país hasta hace unas semanas; por el contrario, no paran de llegarnos, a través de los medios de comunicación, pero también de nuestras redes sociales –las tecnológicas y las otras, las «de verdad»– noticias de personas y colectivos que se afanan por ponerse al servicio de quienes más apoyo o ayuda puedan necesitar.

Nuestro hermano Ramón, militante de la HOAC de Valencia y trabajador en una farmacia colocó, casi al inicio de la cuarentena, un cartel en el ascensor de su edificio para avisar de su disponibilidad al vecindario que lo pudiera necesitar. Recibió varios mensajes por debajo de la puerta dándole las gracias y ofreciéndose, a su vez, para lo que él mismo demandara. «Es un momento de crear redes de cercanía y pensar en que hay gente muy sola», nos explica.

Esta iniciativa se ha repetido en muchos edificios y urbanizaciones donde, desde que se estableció el cierre de los centros educativos, los vecinos más jóvenes, ya sin clases, se ofrecían para cuidar de los menores de edad de aquellos padres y madres que tenían que seguir yendo a trabajar.

En algunos barrios, la cosa se ha «profesionalizado» y como en Nazaret o en Russafa, Valencia, en otros muchos lugares, los grupos juveniles de las parroquias, las asociaciones y plataformas vecinales comparten carteles promoviendo «redes de ayuda mutua» para que quien necesite algo o quien pueda ofrecerlo se comuniquen de manera sencilla. Hacer la compra, ir a la farmacia o pasear al perro son algunas de las cosas que se pueden hacer por quienes por edad o enfermedad, quizás no pueden o deben hacerlo.

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Casi desde el comienzo de la crisis, las redes se empezaron a llenar del reconocimiento a las personas más expuestas al contagio. Cada noche, las muestras de solidaridad con el personal sanitario se muestran en los balcones. La sociedad está orgullosa de sus sanitarios, pero no solo de ellos. Como decía un colaborador habitual de esta revista, el dominico Jesus Espeja, en una de sus misas a las monjas contemplativas de Caleruega estos días: «¿Dónde está Dios en todo esto? Dios no está en el Cielo, lejos y ajeno. Dios está aquí: en cada sanitario que se agota cuidando a los enfermos; en cada joven que se ofrece a ayudar a los ancianos; en cada enfermo que sufre paciente sus dolores; en cada padre y madre que cuida de su familia y sobrelleva esta difícil situación; en cada tendero y trabajador que se olvida del cansancio y se mantiene en pie para que a nadie falte lo necesario».

En estos tiempos convulsos, otros que están «dando el cante» son precisamente los músicos y cantantes, el mundo de la cultura en general, que se ha volcado a través de las redes sociales para compartir su trabajo con sus seguidores. Raro es el momento en que no hay un concierto o lectura de poesía o un directo mostrándonos las obras de arte desde un museo.

Se han creado festivales ad hoc como #YoMeQuedoEnCasaFest y algunos ilustradores e ilustradoras comparten sus trabajos de forma gratuita para que la gente pueda estar entretenida en su encierro.

Después está el tema de los balcones, que mencionábamos más arriba, que se han convertido en el espacio de interlocución ciudadana en estos tiempos de aislamiento. Salir juntos a aplaudir a los sanitarios y todos quienes nos hacen algo más fácil el confinamiento –dependientes de supermercados y gasolineras, transportistas, fuerzas y cuerpos de seguridad, etc.–; salir a protestar contra la corona, la otra; cantar y bailar juntos, ofrecer música al vecindario… cualquier cosa con tal de no sentir que estamos viviendo esta crisis solos, que hay alguien cerca, muy cerca, que lo está viviendo de manera parecida a la tuya, revincularnos, al fin y al cabo…

Quizás este pueda ser el aprendizaje para cuando la crisis del coronavirus sea un capítulo más en nuestros libros de historia. Nos conviene no volver nunca al lugar y al momento anterior al inicio de la expansión del virus, sino salir aprendidos. Nos vamos a encontrar, empiezan ya a llegarnos historias de verdaderas crisis económicas: familias enteras sin trabajo, autónomos con muchos días de persiana cerrada, ahorros que se agotan, recibos y facturas sin pagar… Las redes de apoyo, familiares y sociales van a ser más necesarias que nunca, junto a las medidas políticas y económicas para paliar los efectos de la COVID-19. Ojalá hayamos aprendido entonces algo que no debíamos haber olvidado: que somos todos necesarios y que nos necesitamos unos a otras para seguir adelante.