Verdaderamente
En el prefacio de La virtud de escuchar (1) Rovirosa confiesa: «Me he dado cuenta de que nunca he escuchado verdaderamente a nadie». Y va más allá. Dice que esto explica «en gran parte los fracasos en mis relaciones humanas».
Recuerdo que, cuando leí por primera vez ese párrafo con el que comienza el libro, me impactó muchísimo, pero no terminaba de entenderlo y tampoco de creérmelo. Así que tuve que llegar hasta el final para acercarme un poquito, al menos, a lo que se pretendía.
Rovirosa plantea que una verdadera escucha es aquella en la que ponemos atención a lo que se oye y entendemos a las personas que lo dicen. Pero no una comprensión intelectual o racional, sino de corazón y eso solo es posible si el centro de mi universo lo ocupa Cristo y no yo.
Muchas veces, cuando nos expresamos, pensamos más en la forma de dejar clara nuestra postura que la de intercambiar pareceres, más en convencer que de amar, más en sacar del error que en reflexionar en las palabras que la otra persona ha dicho. ¡Qué difícil resulta «que yo debo ser Cristo y el otro lo es»(2)! La primera exigencia es a mí misma. Yo soy la que tiene que aplicar «la gran sabiduría del niégate a ti mismo»(3), las demás personas se darán cuenta o no. Esa no es la cuestión. Yo tengo que empezar desde esta premisa sin esperar resultados en la misma dirección.
La inmediatez de querer ver los frutos ya, de obtener soluciones óptimas, recetas aplicables a todas las situaciones difíciles para conseguir un final feliz, nos llevan a no mirar el camino como el medio que irá tejiendo nuestra historia de amor como pueblo. Porque la auténtica liberación no es llegar a la tierra prometida, sino salir de la esclavitud del país del individualismo y la sordera, transitar el desierto juntos y juntas. Es ahí donde nos construimos como comunidad, apuntalamos las relaciones y nos acogemos en nuestra diversidad y singularidad.
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Militante de la HOAC de Canarias