Sentirnos acompañados y acompañar
Para transmitir nuestra fe, hemos de sentirnos acompañados y queridos por Dios; y acompañar la vida de las personas y colaborar con ellas de manera que se den las condiciones para que podamos vivir nuestra humanidad de manera plena. Hemos de tener muy claro que Dios nos quiere con amor infinito, que lo entregó todo por amor a cada uno de nosotros. Llegó a entregar a su Hijo a la muerte por nosotros. Si vivimos es porque Él nos mantiene, nos da la vida y nos ofrece todo lo que necesitamos para vivir.
Ser cristiano es experimentar el amor de Dios en todos y cada uno de los momentos de nuestra vida. Hemos disfrutar ese amor y de darle gracias continuamente por su apoyo y su acompañamiento que nos ofrece. Hemos de sentirnos perdonadas, comprendidas y aceptadas a pesar de nuestros defectos, ignorancias y errores, seguros de que el amor de Dios es infinitamente más grande que todos nuestros pecados. Lo que él hace con nosotros, es lo que nosotros tenemos que hacer con todas las personas que tratemos.
Nos preguntamos qué es acompañar, cómo hemos de acompañar, qué hemos de hacer, cómo nos tenemos que situar ante los demás, cómo llegar a hacer realidad eso de acompañar.
Acompañar es acercarse, compartir el mismo pan, la misma vida. Nos acercamos a las personas porque, para nosotros, son el valor más grande, lo más importante de nuestra vida y de la sociedad. Es vivir y experimentar eso que decimos muchas veces: lo primero es la persona.
Lo primero es iniciar una relación sana con una, o varias personas, con las que podamos. Dedicar tiempo, crear un vínculo entre esa, o esas personas y nosotros. Así como tenemos, cada cierto tiempo, la reunión de nuestro grupo, y como visitamos a nuestra familia, decidimos tomar como un compromiso el relacionarnos con esa, o esas personas, cada cierto tiempo, posiblemente cada semana, o con cierta frecuencia.
No es cosa de un día, o cuando se presenta, sino un trato con una frecuencia y continuidad. Tampoco es cosa de una rutina, sino de avanzar en la unión y comunicación con esas personas, creando una confianza y amistad. En esta relación, nuestra actitud es de conocer cada vez más a esas personas, de llegar a una comunicación, a una amistad y confianza que valga la pena.
Para eso hemos de escuchar, abrir nuestro corazón, entrar en una relación de confianza, vivir una cercanía humana y afectiva, en la que nos ponemos en la piel (en el corazón) de la otra persona. Entramos en una relación que nosotros, desde la fe, damos el nombre de comunión.
Conforme vamos caminando tiempo, con esas personas, van surgiendo los medios, los espacios y los gestos para potenciar y hacer crecer la unión y el vínculo entre ellos o ellas y nosotras: Comer juntos, tomarnos un café, dar un paseo, llamarnos por teléfono, hacer una excursión, tener un día de convivencia…
La vida irá diciendo lo que hemos de hacer y los pasos que hemos de dar. Pero haremos lo posible para que la unión entre ellos y nosotros vaya creciendo, sea cada día más fuerte, hasta el punto de que surja una opción por ellos y de ellos por nosotros, que se traduce y se expresa en la experiencia de la fidelidad. Se trata de ser fieles a esa confianza que hemos creado.
Entre esas personas y nosotros, ya no hay ni tuyo ni mío. Se supone que, los bienes, el tiempo, y las posibilidades que tenemos en nuestras manos, se comparten y que los pueden usar aquella o aquellas personas que los necesitan.
Estas relaciones son de auténtica familia, y de familia comprometida. Llega a ser para nosotros y para ellos una gran prioridad, que se va fraguando y madurando poco a poco, conforme va pasando el tiempo.
Una característica importante del acompañamiento es la igualdad, nos situamos al mismo nivel: Ni ellos, o ellas, son más que nosotros, ni nosotros más que ellos. Ni nosotros sabemos más que ellos, ni ellos más que nosotros. Ellos nos aportan a nosotros, aprendemos de ellos, y nosotros compartimos con ellos lo que sabemos. La confianza y el afecto nos ayudarán a vencer el orgullo y la prepotencia, y a ser familia de verdad.
Es muy bueno situarse ante los que acompañamos como alumnos, con la actitud de aprender. Su actitud depende de ellos. Se abrirán a nosotros si ven en nosotros un buen ejemplo de apertura. Esta humildad y este amor, pueden ser la mejor palabra que podemos decir a las personas que acompañamos.
Otra característica fundamental del acompañamiento es la gratuidad: el trabajo a fondo perdido. No nos acercamos a las personas con intereses del tipo que sean, por muy buenos y sagrados que nos parezcan. Tenemos relación con las personas porque son personas, que para nosotros son el valor más grande, porque las valoramos y las queremos de verdad.
Es muy importante el seguimiento y la perseverancia. Las cosas importantes requieren tiempo. Dejamos a un lado el voluntarismo, la eficacia, la productividad, nuestra forma de ver la vida y de actuar, y las prisas… Y aceptamos invertir todo el tiempo que haga falta, aunque no consigamos nada.
Y también es importante la creatividad, el no caer en la rutina de: Siempre lo mismo, sin dar paso a la novedad y a las sorpresas de la vida. El aburrimiento y la falta de creatividad pueden destruir las relaciones entre las personas.
Llega el momento en que aparecen nuestros defectos y los defectos de las personas que acompañamos, o las dependencias, o los intereses, o cualquiera otra limitación o fallo humano. Como sabemos, esto puede provocar dos reacciones: Se enfría la relación y la confianza, se produce un distanciamiento y hasta se puede acabar con la amistad y la relación. También, esta circunstancia, puede purificar y hacer madurar la relación, convertirla en una amistad de calidad y hacerla crecer en todos los sentidos.
Todo depende de nuestras actitudes y de cómo nos situemos. Pero es importante prever este momento y estar preparados, para afrontarlo con inteligencia y autenticidad.
Si somos realistas y si estamos liberados de idealismos y de ilusiones que no van a ninguna parte, contaremos con nuestros defectos y con los defectos de las personas que acompañamos, como lo más normal y aprovecharemos todas las limitaciones, nuestras y de los demás, para avanzar y madurar en todos los sentidos.
Esto es lo que vemos en la persona de Jesús. ¿Qué hizo él? Para caminar con la humanidad se hizo una persona como nosotros, pasó 30 años sin decir nada, aprendiendo de todos, compartiendo la vida del pueblo sencillo y de los pobres. Fue un refugiado junto con sus padres, fue un trabajador.
Y cuando salió a anunciar el Evangelio, no esperó que vinieran a él, sino que fue él a encontrarse con todos, especialmente con los más despreciados, los marginados de la sociedad. Esto nos lo explica el evangelista Juan en el primer capítulo de su evangelio, y Pablo en el capítulo 2 de la carta a los cristianos de la comunidad de Filipos.
Y no solo eso. Para vivir más a fondo el acompañamiento, inició un grupo de amigos, una pequeña comunidad, a la que entregó su vida y con la que lo compartía todo, era su familia… No era un grupo de personas perfectas, estaban llenos de intereses, con unos esquemas que no tenían que ver nada con los que pesaba y quería Jesús. Él sabía muy bien dónde se metía. Pero aprovechó todos sus defectos, mentiras e intereses, para hacerlos crecer en todos los sentido en todos los sentidos. Los trató con mucho amor, pero sin transigir con sus intereses y esquemas.
Hemos de tener en cuenta algo muy importante: Jesús se sintió infinitamente amado y acompañado por su Padre Dios. Se sintió apoyado y elegido en todos los momentos de su vida. Sabía que el Padre le entregaba todo su amor y vivía siempre unido a Él. Jesús hizo con todos, lo que el Padre hizo con Él…
En la historia todo nace de un grupo de personas que se quieren, que tienen confianza, que lo comparten todo y en el que hay un vínculo y un compromiso. Esto es lo que ocurre en la familia y en cualquier grupo que ha aportado algo importante a la historia de la humanidad. Recordemos que una vida nace por la unión y la entrega de dos personas que se quieren, se comprometan a caminar unidas y se acompañan en todo los momentos de su vida…
Para pensar y compartir
- ¿Me siento querido y acompañado por Dios en todos los momentos de mi vida, y también en la enfermedad y en el sufrimiento…?
- ¿Qué personas me han acompañado a mí en mi vida y cómo valoro ese acompañamiento…?
- ¿A quién estoy acompañando ahora en mi vida y cómo valoro en acompañamiento que hago…?
- ¿A quién creo que puedo acompañar en el barrio, o a personas de otros lugares, además de mi familia…?
- ¿Problemas o dificultades que tengo a la hora de acompañar…?
- ¿Qué creo que me puede ayudar a realizar un buen acompañamiento…?
- ¿Otras cosas que se me ocurren sobre el acompañamiento…?
Consiliario diocesano de la HOAC