¿Por qué hay tanto silencio ante el dolor humano?

¿Por qué hay tanto silencio ante el dolor humano?

Empiezo con una pequeña historia.

Una persona acababa de llegar de campos de personas refugiadas en Grecia, en su mayoría sirias. Acababa de compartir la vida con personas que le abrieron su corazón y le contaron sus terribles historias de muerte y destrucción, cuando solo pretendían vivir en paz. Sus miradas, sus voces rotas, el llanto de sus hijos e hijas, le rompieron el corazón. Estableció una relación de ternura y cariño.

Cuando llegó a España, con el corazón encogido y herido, quiso comunicar el dolor que había visto y escuchado de personas amigas, porque ya no eran refugiadas. Pensaba que cuando contara este inmenso dolor que había contemplado se iba a producir una reacción de solidaridad y de movilización social, pero se encontró con el silencio y algún reconocimiento personal que otro. En pocos días desapareció cualquier interés.

¿Reconocimiento? No. Hay que hacer algo por ayudar a esa gente refugiada que había huido del horror de la guerra, de otra maldita guerra impuesta y fabricada por los países poderosos con sus multinacionales por quedarse con los recursos naturales. ¿No vamos a hacer nada? De nuevo silencio y de vez en cuando algún reproche por su insistencia: Ya está bien con esa historia. Solo silencio, silencio, silencio… Hay que vivir la vida que son cuatro días, hay que disfrutarla. Ya nos preocuparemos cuando nos afecte, de momento a viajar, a beber, a comer, a comprar, a producir y tener sexo.

Me imagino que habrá gente que se sienta identificada con esta historia porque la ha vivido desde otras realidades.

¿Por qué hay un silencio “ensordecedor” ante tanto sufrimiento humano? En España, como en todo el mundo occidental, hemos aprendido a adquirir un sentido de la vida que pasa por el individualismo, ya estamos en el hiperindividualismo, en el éxito que consiste en tener mucho dinero y en la relevancia social. Un sentido de la vida que pasa por el consumo y estar rodeado por muchísima gente; necesitamos el ruido, necesitamos la evasión y el no pensar ni sentir, solo en lo que afecte en nuestra vida sin ir más allá.

Un sistema neoliberal que te atrapa y te encadena con el paro, la precariedad laboral, el trabajo en condiciones indignas y el endeudamiento. En cierta ocasión me decía un amigo que tenía inquietudes sociales: “¿Cómo voy a luchar por la justicia social si tengo una hipoteca para 30 años? Tengo que luchar por pagarla y no me desahucien y para mayor preocupación tengo un hijo con muchos problemas”.

Es difícil y complicado convencer a alguien que empatice con el dolor de los demás. Es difícil y complicado convencer que el “nosotros y nosotras” es más humano que el “yo” convertido en puro egoísmo. Es difícil y complicado que descubran que en el “nosotros y nosotras” también esta el “yo” convertido en el “yo” compartido que nos hace más humano y nos alivia en caso de vernos en situaciones duras y que nos provocan mucha angustia vital y tristeza.

Es posible que cuando insistimos en que el dolor de los demás debe formar parte de nuestra vida nos echen en cara nuestras contradicciones y que el mundo no lo vamos a salvar porque no tiene salvación por la maldad humana tan extendida. Es posible y suele pasar.

Hay algo que está en lo profundo de nuestra humanidad, que nos hace sentirnos bien y reconciliados con la vida, y es el sentir que ponemos nuestra vida al servicio de una humanidad con un horizonte donde podamos vivir en paz y tengamos esa seguridad, que en los momentos de dificultad vamos tener la solidaridad y el acompañamiento, no el abandono y que nos tiren a esas “cunetas de la sociedad”.

Para terminar voy a poner una situación de vida que me pasó ya hace algunos años.

Iba por la calle y un hombre de aspecto serio y endurecido se dirigió a mí. Voy a reproducir el diálogo.

–¿Le puedo decir una cosa?

Sí, claro. –Pensaba que me iba a recriminar algo y me puse nervioso y en guardia–.

–Le pido a la vida que si algún día mis hijos tienen problemas, se encuentren con personas como ustedes y no como yo. –Se dio media vuelta y se marchó ante mi falta de reacción–.

Para reflexionar y sacar conclusiones de vida.