Las personas migrantes y nuestra estatura moral

Las personas migrantes y nuestra estatura moral
Ya en su visita a España en 1982, san Juan Pablo II decía que «apenas hay una señal más eficaz para medir la verdadera estatura democrática de una nación moderna que el comportamiento que muestra para con los inmigrados». ¿Cuál es, entonces, nuestra «estatura democrática»? Miremos algunos hechos.

Miremos lo que ocurre en Canarias, convertida en una especie de cárcel para quienes llegan en pateras por las políticas migratorias inhumanas de la Unión Europea, secundadas por nuestro Gobierno. Miremos los CIE o los muros de Ceuta y Melilla. Son negación constante de derechos humanos fundamentales. Pero miremos también otros hechos que muestran cómo trabajadores y trabajadoras migrantes son utilizados indecentemente para obtener beneficios, como si fueran cosas de usar y tirar. Trabajadores y trabajadoras temporeros del campo que viven en asentamientos chabolistas infrahumanos, como en Almería o Huelva, que han sufrido recientemente incendios en los que han perdido casi todo lo poco que tenían; campaña tras campaña se repite la falta de alojamientos dignos para quienes producen una gran riqueza sin que empresarios ni administraciones hagan nada. Trabajadores migrantes que cada día salen a algunas plazas de Madrid a esperar que, con suerte, alguna furgoneta los recoja para hacer una jornada, sin contrato, sin nada, por una miseria…, como si no hubiera legislación laboral alguna, sin que se haga nada. Trabajadoras migrantes de cuidados en el hogar, que con la pandemia se han quedado sin nada, que trabajan sin contrato, con sueldos miserables, en una situación que nunca se acaba de afrontar. Miremos al trabajador de la construcción, migrante, que trabajaba sin contrato, sin arnés de seguridad, que cayó hace unas semanas desde lo alto de una de una obra de un pueblo de Valencia, al que el responsable de la obra negó el auxilio y murió; así trabajan algunos. Y así podríamos seguir.

Todas estas son situaciones estructurales, no hechos puntuales y aislados. Convivimos con ellas tranquilamente. Como sociedad no queremos mirar cara a cara esta realidad. Los gobiernos no las afrontan y la indiferencia social es muy grande. A veces hasta culpabilizamos a las víctimas y algunos las utilizan para extender su discurso del odio y obtener réditos partidistas. Como sociedad, dice el papa Francisco, estamos afectados por «una pérdida de ese sentido de la responsabilidad fraterna sobre el que se basa toda sociedad civil» (FT 40). Y así «los migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar en la vida social como cualquier otro, y se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca de cualquier persona (…) Nunca se dirá que no son humanos pero, en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos» (FT 39).

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Pero hay esperanza, porque sí hay «estatura moral» en nuestra sociedad. Está en las personas y organizaciones sociales, sindicales, cristianas canarias que denuncian la situación y reclaman otras políticas, y se desviven por atender a los migrantes allí retenidos. Está en las organizaciones sociales, cristianas de Huelva o Almería que reclaman alojamientos y condiciones laborales dignas y atienden, ellas sí, las necesidades de estos trabajadores y trabajadoras ante la pasividad de empresarios y administraciones. Está en quienes luchan por el cierre de los CIE. Está en los compañeros que intentaron auxiliar al obrero caído del andamio y en el sindicato que denunció ante la fiscalía. Está en la lucha de las empleadas de hogar por dignificar su situación… Está, también, en los representantes políticos que sí intentan hacer algo por cambiar esta realidad. Nuestra altura moral y democrática como sociedad está en tantos gestos cotidianos de solidaridad y fraternidad, y en tantas personas que se rebelan ante la indecencia y la inmoralidad.