Es tiempo de fraternidad y solidaridad
En el mes de diciembre los cristianos celebramos la Navidad, el nacimiento del Hijo de Dios, la venida del Niño Dios en medio de nosotros, que se hace presente en las realidades sufrientes de nuestro mundo. Además, hay varias celebraciones relacionadas con los derechos de las personas, el diez, día de los derechos humanos, el dieciocho, día internacional del migrante y el veinte, día internacional de la solidaridad humana.
Vivimos un tiempo de espera y esperanza, Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9, 5), que hemos de relacionarlo con las celebraciones antes mencionadas que entre otras cuestiones pretenden mantenernos alerta y denunciar las frecuentes y persistentes violaciones de los derechos humanos en todos los rincones del planeta, aunque de forma más evidente y sangrante en los países en conflicto y en los empobrecidos.
En los momentos actuales en los que no acabamos de dejar atrás los efectos de la pandemia, las personas más pobres y vulnerables sufren unas condiciones de vida que les están impidiendo vivir con dignidad, muchos de ellas no cuentan con una vivienda digna, con un trabajo decente que les permita obtener los recursos necesarios para poder atender y cuidar a su familia para que esta progrese y se desarrolle de una manera armónica e integral. Pensemos en el gran número de niños y niñas que se encuentran en situación de pobreza severa, que no se alimentan adecuadamente, con todo lo que ello significa de deterioro de su vida cotidiana, impidiéndoles el acceso a una vida escolar normalizada que posibilite el aprendizaje escolar y por tanto su formación y desarrollo como personas.
Es momento también de tener presente la situación por la que están pasando miles y miles de migrantes, que por diversas situaciones y causas se ven obligados a salir de sus casas y tierras, simplemente para poder vivir con dignidad. Unas veces son las guerras, otras la depredación de los recursos naturales, otras el cambio climático… las que les obligan, día sí otro también, a salir de sus casas con lo puesto para buscar un lugar donde vivir con dignidad. Y lo que se encuentran son, alambradas, concertinas, mangueras de agua, pelotas de goma, la muerte.
Asistimos con estupor, cada vez con mayor frecuencia, al mercadeo político al que son sometidos los migrantes, por parte de países limítrofes con la Unión Europea, Bielorrusia, Turquía, Marruecos… y, por otra parte, la actitud vergonzante de la Unión Europea pagando a estos y otros países para que hagan el trabajo sucio y los contengan en sus países, mientras, cientos de personas muriendo en el mar o en los campos de refugiados.
Por eso, como dice el papa Francisco en el mensaje de Navidad de 2020, “necesitamos más que nunca la fraternidad. Y Dios nos la ofrece dándonos a su Hijo Jesús: no una fraternidad hecha de bellas palabras, de ideales abstractos, de sentimientos vagos… No. Una fraternidad basada en el amor real, capaz de encontrar al otro que es diferente a mí, de compadecerse de su sufrimiento, de acercarse y de cuidarlo, aunque no sea de mi familia, de mi etnia, de mi religión; es diferente a mí, pero es mi hermano, es mi hermana. Y esto es válido también para las relaciones entre los pueblos y las naciones: Hermanos todos.”
Fraternidad y solidaridad, dos principios que tenemos que cultivar con perseverancia y ahínco si queremos contribuir a la construcción de un mundo donde se fomente y procure la amistad social, el diálogo, el encuentro, porque todos somos hermanos, hijos e hijas de un mismo Padre. O nos salvamos juntos y salimos de esta cooperando unos con otros, no dejando a nadie en la cuneta, o vamos al desastre. Como dice el papa Francisco, “… mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres… no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales“ (Evangelii gaudium, 202)
Director del Secretariado de Pastoral Obrera y del Trabajo de la archidiócesis de Granada.
Militante de la HOAC de Granada.
Presidente general de la HOAC (2017-2021)