El legado de Rovirosa. El amor a la Iglesia y al mundo obrero

El legado de Rovirosa. El amor a la Iglesia y al mundo obrero

Todo comenzó con una promesa guardada en el corazón de Guillermo. Un deseo ferviente de cumplir una voluntad. Seguro que le hubiese gustado haber comenzado nada más terminar aquellos ejercicios espirituales en El Escorial. Su corazón bullía de ganas de saber ya qué le depararía el futuro ahora que su vida había cambiado por completo. Supongo que la impaciencia hacía galopar a su mente y su corazón y querría ver, lo antes posible, el rumbo de su existencia ante el deslumbramiento que había experimentado.

Pero fue paciente, a la vez que insatisfecho y en búsqueda. Así, se implicó en la parroquia con los hombres de Acción Católica (AC), que le llevó al barrio de Las Latas en Vallecas desde la vocalía social y es, en medio de estas faenas, que en 1946 recibe el encargo de poner en marcha la rama obrera de la AC desde de la Junta Nacional.

De inmediato Rovirosa siente la Gracia de Dios, su misericordia; reconoce su infinita bondad y su perdón por los años de apostasía que vivió. Ahora Él volvía a darle otra oportunidad y no la iba a desperdiciar: le devolvería todo ese Amor aceptando la tarea que se le encomendaba.

En mayo de 1946, los obispos españoles firman la constitución de lo que después denominarían HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica); y del 26 de octubre al 3 de noviembre del mismo año, se celebraría la I Semana Nacional, donde se sientan las bases del funcionamiento organizativo del movimiento. ¡Increíble! En cinco meses Rovirosa había conseguido captar la atención de cientos de obreros que, gracias a su palabra y al periódico ¡TÚ!, comenzaron a acercarse a la Iglesia.

Todo un hito, teniendo en cuenta la dura situación en la que había quedado la clase trabajadora después de la guerra. Fue la gran derrotada y la más castigada por sus deseos de justicia e igualdad; con sentimiento de abandono por parte de la Iglesia pues parecía que solo se aliaba con los poderes que la reprimían.

En este contexto, fue ardua tarea la de llegar al corazón de estas personas, tratando de mostrar el rostro de Jesús Obrero e invitarles a participar de un espacio que la Acción Católica les ofrecía. Ya pueden imaginarse con qué resistencias se encontró Guillermo para que los primeros oacistas (de OAC, Obreros de Acción Católica; hasta 1947 no serán HOAC) y consiliarios se embarcaran en aquella misión.

Todo siguió su curso, no sin obstáculos, dificultades y roces tanto con la jerarquía eclesiástica como con el régimen, pues a medida que avanzaba la Obra (como le gustaba decir a Rovirosa), los obreros tomaban conciencia de la dimensión colectiva y política de su situación, a la vez que se les revelaba el rostro de un Dios preocupado por su suerte y deseoso de compartirla.

El ¡TÚ! contribuyó en gran medida a este cambio de mentalidad en los obreros de la época. En este periódico se recogía información sobre los conflictos laborales; también se podían leer artículos sobre las condiciones de vida del mundo obrero, además de la invitación a la reflexión cristiana desde los textos de la Doctrina Social de la Iglesia.

También puedes leer —  La HOAC se suma a la demanda de una reforma tributaria que mejore los servicios públicos y el bien común

Pero se acercó demasiado a esa realidad que se mantenía oculta, así que en 1951 la censura civil prohibió su publicación definitivamente. Este hecho marcó un antes y un después en la vida de la HOAC: muchos militantes entendieron que su tarea evangelizadora sin este medio no tenía sentido así que, cuando en ese mismo año, se plantea la formación de militantes, una gran parte de quienes con entusiasmo participaron en el crecimiento de la Obra, la dejaron.

Esta oposición a la formación de los obreros, viene bien reflejada en el Plan Cíclico1:

La creencia general en el campo católico practicante de nuestro país, tanto entre eclesiásticos como entre laicos, y lo mismo entre los obreros que entre los no obreros, tenía como base el suponer:

– Que los obreros somos incapaces con nuestras propias fuerzas y nuestra propia personalidad, de organizar algo viable dentro del cuadro general de la Iglesia. Dicho de otra manera: que estamos en una minoría de edad crónica y definitiva.
– Que únicamente se puede intentar algo a base de que los obreros nos mantengamos en un papel de objeto pasivo de apostolado, siendo elementos activos del mismo personas de otras clases sociales que aporten su cultura o su dinero.
– Que hay que evitar sobre todo la “demagogia” (entiendo generalmente por tal cualquier modificación del “statu quo” actual), que pueda representar alguna incomodidad a los beneficiarios del “orden establecido”.

A pesar de las resistencias, se siguió adelante…, y hasta la fecha. Valió la pena y sigue valiendo la pena, arriesgarse a transitar nuevos caminos que impulsa el Espíritu y cómo una supuesta mala situación desemboca en una oportunidad para encontrar una nueva salida impensable hasta el momento.

Rovirosa siempre tuvo clara su misión: hacer la voluntad de Dios y hacerlo de la mejor manera posible. Sabía que nada era obra suya.

Nunca se consideró fundador de la HOAC. Sino que lo era, por una parte “la Jerarquía de la Iglesia” que dio su propia esencia y unas normas generales; y, por otra, “un grupo poco numeroso de sacerdotes y de laicos” que se encargaron de utilizar los “métodos de cultivo” necesarios “para que la semilla se desarrollara y diera fruto abundante”, aportando “de su propia sustancia, constancia en su acción y espíritu abierto para descubrir los designios de Dios a través de pasos en falso y de fracasos”.2

Por eso, cuando “se le prohíbe cualquier actividad de propaganda pública hoacista” por parte de la Jerarquía, asume la decisión igual que en su momento aceptó el encargo: por Amor.

Ese es el legado que nos ha dejado Rovirosa. Ahora somos nosotros y nosotras las responsables de que siga siendo el Amor a la Iglesia y al Mundo Obrero la esencia de la HOAC.

•••

1 Rovirosa, Guillermo, Obras Completas, Tomo V, Plan Cíclico, págs. 61-62
2 Las frases entrecomilladas están tomadas de las Obras Completas, Tomo V, págs. 336-337.