Mensaje del papa Francisco en el simposio “Plantando bandera frente a la deshumanización”
Mensaje del santo padre en el simposio “Plantando bandera frente a la deshumanización” que conmemora los 10 años del I Encuentro Mundial de Movimientos Populares con el papa Francisco.
Hermanas y hermanos, buenos días. Bien hallados.
Conmemoramos un momento que ha marcado nuestra historia común, la de ustedes y la mía. Se cumplen diez años del primer encuentro mundial de movimientos populares. Aquel día, en Roma, plantamos una bandera: Tierra, techo y trabajo. Tierra, techo y trabajo son derechos sagrados. Que nadie les quite esa convicción a ustedes, que nadie les robe esa esperanza, que nadie apague los sueños.
La misión de ustedes es trascendente. Si el pueblo pobre no se resigna, el pueblo se organiza, persevera en la construcción comunitaria cotidiana y a la vez lucha contra las estructuras de injusticia social, más tarde o más temprano, las cosas cambiarán para bien. Como ven, nada de ideología aquí, nada. El pueblo.
Ustedes salieron de la pasividad y el pesimismo, no se dejen abatir por el dolor ni por la resignación. No aceptaron ser víctimas dóciles. Se reconocieron como sujeto, como protagonistas de la Historia. Este es, quizás el aporte más lindo de ustedes: ustedes no se achican, ustedes van al frente. Tampoco trazan planes en el aire, una de las cosas que me gusta es que no escriben documentos ideológicos, no se la pasan de conferencia en conferencia, jarabe de pico, ¿no?: es decir que van paso a paso sobre la tierra firme de lo concreto, trabajan cuerpo a cuerpo, persona a persona. No sólo protestan —que está muy bien protestar— sino que realizan innumerables obras, incluso desde la más absoluta precariedad de los medios, a veces sin ninguna ayuda del Estado, y otras perseguidos. Los acompaño en su camino. Sigo creyendo, como les dije en Bolivia, que de la acción comunitaria de los pobres de la tierra depende no sólo su propio futuro, sino tal vez el de toda la humanidad. De esta acción depende.
Sí, de los pobres dependemos todos, todos, también los ricos. Lo dije al principio del pontificado. Me cito a mí mismo: “Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera, y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y, en definitiva, ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales”. Sé que esto molesta, pero es verdad.
Algún hermano me ha dicho: “Padre, usted habla mucho de los pobres y poco de la clase media”. Puede ser cierto, y por eso les pido perdón. Cuando el Papa habla, habla para todos porque la Iglesia es para todos. Pero no puede sustraerse de la centralidad de los pobres en el Evangelio. Y esto no es comunismo, es Evangelio puro. No es el Papa, sino Jesús, quien los pone al centro, en ese lugar. Es una cuestión de nuestra fe y no se puede negociar. Si vos no aceptás eso, no sos cristiano.
Algún hermano también me dijo: “No sea tan duro con los ricos”. Jesús fue más duro que yo, y vean lo que dice de los ricos: “¡Ay de ustedes, los ricos!”, y les da… “No sea tan duros con los ricos”. Reconozco, claro, que los empresarios crean puestos de trabajo, contribuyen al desarrollo económico. Es justo decirlo. Lo dije últimamente en Singapur, viendo el magnífico bosque de rascacielos que atestiguan ese aporte. Sin embargo, los frutos del desarrollo económico no se distribuyen bien. Esta es una realidad evidente que, si no se modifica, va a engendrar peligros cada vez mayores. Si no hay políticas, buenas políticas, políticas racionales y equitativas que afiancen la Justicia Social para que todos tengan tierra, techo y trabajo, para que todos tengan un salario justo y los derechos sociales adecuados, si no hay esto, la lógica del descarte material y el descarte humano se va a extender dejando a su paso violencia y desolación. O es la armonía de la justicia social o es la violencia después de la desolación.
Lamentablemente, muchas veces son precisamente los más ricos los que se oponen a la realización de la justicia social o la ecología integral por pura avaricia. Disfrazan, sí, esta avaricia con ideología, pero es la vieja y conocida avaricia. Entonces, presionan a los gobiernos para que sostengan malas políticas que los favorecen económicamente. Mi abuela nos repetía siempre: “Estén atentos, que el diablo entra por los bolsillos”. El diablo entra por los bolsillos, siempre. Que una coima aquí, que una cosa allá, que un… y te entra por los bolsillos. Me contaba un emprendedor internacional que está haciendo en Argentina inversiones de extensión de eso que ellos llevaban adelante, que trabajan muy bien y hay un buen acuerdo, que fue a presentar a un Ministro el nuevo plan de nuevas extensiones y el Ministro lo atendió muy bien y le dijo: “Déjemelo, ya lo van a llamar”. Al día siguiente, lo llamó el secretario del Ministro y le dijo: “Mire, usted dentro de dos días puede pasar, así ya le entregamos el permiso y todo”. Pasó, le entregó todos los papeles, la firma, y cuando él se estaba por levantar, le dice: “¿Y para nosotros cuánto?”. “¿Y para nosotros cuánto?”. La coima, ¿no? El diablo entra por el bolsillo, no se olviden.
Escuché que algunos de los hombres más ricos del mundo reconocen esto. Dicen que el sistema que les permitió amasar fortunas a las personas ricas —y permítanme agregar, a veces ridículas— es inmoral, que debe ser modificado. Que debe haber más impuestos a los billonarios. Eso está muy bien. Y rezo para que los económicamente poderosos salgan del aislamiento, rechacen la falsa seguridad del dinero y se abran para compartir bienes que tienen un destino universal porque todos derivan de la Creación. Todos los bienes derivan de ahí y todos los bienes tienen destino universal.
Es difícil que eso pase, es difícil, pero para Dios todo es posible. Si ese porcentaje tan pequeño de billonarios que acapara la mayor parte de la riqueza del planeta se animara a compartirla… Pero no como limosna, no, a compartirla fraternalmente. Si se animara a compartirla, qué bueno sería para ellos mismos y qué justo sería para todos. Pido a los privilegiados de este mundo que se animen a dar este paso. Van a ser mucho más felices y seremos más hermanos todavía.
Pero también hace tiempo dije que: “los pobres no pueden esperar”. Si los movimientos populares no reclaman, si ustedes no gritan, si ustedes no luchan, si ustedes no despiertan conciencias, las cosas van a ser más difíciles. Pregunto a ustedes, también a las personas de clase media que cada vez tienen que sacrificarse más para llegar a fin de mes, pregunto a las personas que tienen que pagar alquileres altísimos, que no pueden ahorrar, que tal vez dejan a sus hijos una situación peor a la que recibieron: ¿ustedes creen que los más ricos van a compartir lo que tienen con los demás o van a seguir acumulando insaciablemente? Una pregunta.
No tengo yo el monopolio de la interpretación de la realidad social. Escucho. Tampoco tengo la bola de cristal (y no existe ninguna bola de cristal mágica, esas son estafas). Sí veo una cosa que me preocupa: que avanza una forma perversa de ver la realidad, una forma que exalta la acumulación de riquezas como si fuera una virtud. Les digo: no es una virtud, es un vicio. Las riquezas son para compartir, para crear, para fraternizar. Acumular no es virtuoso, no es virtuoso, distribuir sí lo es. Jesús no acumulaba, sino que multiplicaba y sus discípulos distribuían. Recuerden que Jesús nos dijo: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, ahí también estará tu corazón”. Hay como una atracción —yo diría— de “noviazgo” entre el corazón y las riquezas, pero no es el noviazgo lindo con la novia, es el noviazgo con la suegra. Cuidado.
La competencia ciega por tener más y más dinero no es una fuerza creativa, sino una actitud enfermiza, un camino a la perdición. Esa conducta irresponsable, inmoral e irracional, destruye la creación y divide a los pueblos. No dejemos de denunciarla. Una anécdota de mi familia: unos primos de papá —o sea primos segundos míos—, había uno que era muy rico, muy rico. No tenían hijos, pero era avaro, avaro, avaro, y juntaba plata y juntaba y juntaba y juntaba. A tal punto era avaro que los hijos cuidaban a su mamá enferma un día cada uno y le tenían que dar un yogurt a la mañana y uno a la tarde. Este le daba medio yogurt a la mañana para ahorrar el de la tarde, a ese nivel llegaba. Este murió. Yo no pude ir al entierro, pero llamé a una prima dos, tres días después y le pregunté: “¿Cómo estuvo aquello?”. Qué se yo. “Trágico”, me dijo. “¿Qué pasó?”. No podían cerrar el cajón. ¿Qué? Se quería llevar todo. Y lo tiene que dejar, no hay vuelta que darle. Es el destino.
El grito de los excluidos también puede despertar las conciencias adormecidas de tantos dirigentes políticos que son, en definitiva, los que deben hacer cumplir los derechos económicos, sociales y culturales que ya están consagrados por la Constitución, por las leyes, pero no se cumplen. Derechos reconocidos por casi todos los países, derechos reconocidos por las Naciones Unidas, por la doctrina social de todas las religiones, pero que muchas veces no se manifiestan en la realidad socioeconómica de los pueblos. Somos cristianos. Recemos para que Dios nos dé la sabiduría y la fortaleza para realizar la verdadera justicia social.
La Justicia Social es una expresión creada por la Iglesia, es inseparable de la compasión. Dios tiene tres atributos: cercanía, misericordia y compasión. Si nosotros queremos hacer una cosa de tipo social, por ejemplo, tenemos que ir con estos tres atributos. La justicia social es inseparable de la compasión. En Indonesia hablé de esto. ¿Saben qué es la compasión? Seguro que sí. Compasión significa padecer con el otro, compartir sus sentimientos. Es una palabra hermosa. Como sabemos, en efecto, la compasión no consiste en dar limosna a los hermanos y hermanas necesitados, mirándolos de arriba hacia abajo, viéndolos desde las propias seguridades y privilegios, compasión significa hacernos cercanos unos a los otros. Cuando yo confieso, que Dios me dio la gracia de perdonar, en 53 años de cura nunca negué una absolución. Cuando yo confieso le pregunto si dan limosna. ¿A quién se lo puedo preguntar? Gente adulta. Me dicen que sí. Y cuando vos das limosna, ¿mirás a los ojos a quien le das la limosna? ¿Tocás la mano o le tirás la plata y hacés así? No saben contestar. Dan la limosna, pero no tienen esa compasión que es carnal, que es fraterna, que es honda.
Sea que compartimos los mismos padecimientos, sea que nos conmovemos con el sufrimiento de los otros. La verdadera compasión construye la unidad de los pueblos y la belleza del mundo.
Las ideologías deshumanizadas promueven una cultura muy fea, la “cultura del ganador” que es un aspecto de la “cultura del descarte”. Algunos llaman a esto “meritocracia”, otros no la nombran, pero la practican. Es gente que, parada sobre ciertos éxitos mundanos, se siente con el derecho de despreciar; despreciar en forma altanera a los “perdedores”. Es paradójico que muchas veces las grandes fortunas poco tienen que ver con el mérito: son rentas, son herencias, son fruto de la explotación de personas y expoliación de la naturaleza, son producto de la especulación financiera o la evasión impositiva, derivan de la corrupción o del crimen organizado. En general, muchas fortunas se amasan así.
Nadie, meritorio o sin méritos, tiene derecho a mirar de arriba a abajo al otro, como si no valiera nada. Esa actitud altanera es lo contrario de la compasión: regodearse en la propia supremacía frente a quien está peor. Y esto no pasa sólo con los más ricos, ya que mucha gente cae en esa tentación de nuestro tiempo. Mirar desde lejos, mirar desde arriba, mirar con indiferencia, mirar con desprecio, mirar con odio. Así se gesta la violencia: así se gesta el silencio de la indiferencia. Ese silencio indiferente que habilita el rugido del odio. El silencio frente a la justicia —perdón—, frente a la injusticia abre paso a la división social, y la división social abre paso a la violencia verbal, y la violencia verbal abre paso a la violencia física, y la violencia física a la guerra de todos contra todos. Y ahí está la cola del diablo. Me hicieron ver una represión, un filmado de una represión hace una semana, un poco menos quizás. Obreros, gente que pedía por sus derechos en la calle, y la policía la rechazaba con una cosa que es lo más caro que hay, ese gas pimienta de primera calidad porque no tenían derecho a reclamar lo suyo. Porque eran revoltosos, comunistas, no, no, no, y el gobierno se puso firme y en vez de pagar justicia social pagó el gas pimienta, le convenía. Ténganlo en cuenta eso. Todos debemos levantar a los demás. Todos debemos hacerlo.
La actitud contraria es “dejar tirado”, y, a veces, además, burlarse del caído. Después vienen las excusas, “¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?”. Creo que es la justificación, no la primera, es la segunda justificación más antigua de la Biblia. ¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano? “No tengo tiempo, que se ocupe otro”. “Es su culpa, no miró por dónde pisaba, se metió en un camino peligroso, no era suficientemente inteligente, no se esforzó como yo”. Esa actitud no es cristiana, peor, tampoco es humana, no es la actitud de un hombre de buena voluntad: ¡Nosotros levantemos al caído, siempre, siempre! Solamente una vez en la vida, solamente en una situación se puede mirar a una persona de arriba a abajo: para ayudarla a levantarse. Nunca en otra situación, siempre de frente. Levantemos al caído siempre, a todos los caídos, buenos o malos, con méritos o sin ellos. Que nadie quede tirado, por favor. Y hay tantos tirados por la calle, tantos tirados, tanta gente que no tiene qué comer y que está ahí por la calle pidiendo algo, que perdió la casa, que perdió el trabajo o que simplemente es gente que no tuvo la capacidad de andar adelante. Puede ser gente enferma, lo que vos quieras, pero están tirados. Miremos al tirado, que nadie quede tirado, y ahí sí mirar de arriba a abajo para levantarlo.
Hace unos días, cuando visité la Escuela “Irmãs Alma” (en Dili, en Timor Oriental), me salió del corazón esta frase: “Sin amor esto no se entiende”. Una obra hace esta gente, una obra con chicos discapacitados. Simpatiquísimos, porque todos bailaban y todo, pero sin amor no se entiende. Sin amor prevalece la conducta de sacárnoslos de encima cuanto antes. Una anécdota así de observación. ¿Ustedes ven muchos enanos por la calle? ¿Hay muchos enanos? Desaparecieron. Cuando yo era más joven, se veían. Ahora no hay más. Cuando ven que viene un enano, a la basura. Es una política de dejar tirado, que nadie quede tirado, que no hagamos selección de personas porque es más capaz que otro, porque tiene más posibilidades, porque es más o menos inteligente. Todos, todos, todos, todos. Y esa escuela de Irmãs Alma de Timor Oriental me quedó muy grabada porque recogían a los chicos que tenían alguna malformación mental o que ya venían mal desde la gestación. Y ahí me salió esa frase: “Sin amor esto no se entiende”. Eliminar, seleccionar la humanidad sólo se entiende sin amor.
Si se elimina el amor como categoría teológica, categoría ética, económica y política, perdemos el rumbo. En la matemática avara de la conveniencia, del individualismo y la acumulación no hay lugar para eso. Con el velo negro del desamor, caemos siempre en alguna forma de “darwinismo social”. ¿Y saben lo que es eso? El darwinismo social es la ley del más fuerte, que justifica primero la indiferencia, después la crueldad y, finalmente, el exterminio. Y eso viene siempre del Maligno.
La justicia social, también la ecología integral, no sólo se entiende a partir del amor. El derecho natural a la dignidad que merecen todas las personas, el mandato que tenemos todas las sociedades de garantizar la satisfacción de las necesidades básicas, la obligación universal de preservar la naturaleza para quienes vienen después de nosotros, nada de eso surge de una ideología ni de una tabla de multiplicar, sino del amor. No nos olvidemos que “sin el amor somos nada”.
Todos tenemos la misión de hacer efectivo ese amor en nuestra vida cotidiana, en nuestras relaciones familiares, en la acción específica de cada espacio comunitario. En las microrelaciones y en las macrorelaciones todo esto tenemos derecho a hacerlo. Constaté en varias oportunidades cómo a partir de lo pequeño y desde las periferias surge esa gran esperanza del corazón, que nos anima a elevar la mirada hacia lo alto, hacia horizontes más extensos, que nos dan la fuerza para acometer proyectos de gran alcance que abracen a más personas. Que la luz de cada experiencia comunitaria concreta irradie su luz para que la humanidad toda pueda cruzar las oscuras quebradas y retomar el camino concreto.
Y retomar el camino, retomar el camino es generar una sociedad distinta, pero no desde las lógicas refundacionales que, en definitiva, terminan reproduciendo la cultura del descarte, en este caso, del descarte cultural. Miremos con gratitud la historia que nos ha precedido, miremos con gratitud esa historia. Ese es nuestro cimiento. Que nadie nos robe la memoria histórica y el sentido de pertenencia a un pueblo, aun la memoria histórica de las cosas salvajes, de las brutas. Nosotros, los argentinos, que tenemos sólo aproximadamente 600.000 aborígenes sobre 46 millones de gente, acordémonos de Roca, que les cortó la cabeza a todos los aborígenes, una cosa vergonzosa. Memoria histórica total.
Hace poco advertí a los habitantes de Timor sobre ciertos cocodrilos —porque hay unos cocodrilos especiales que vienen desde Australia y dicen que tienen la mordida más fuerte de todos los que muerden— y es curioso: estos, cuando van a la playa, caminan como los canguros. Con la fuerza de la cola pegan los saltos. Entonces les advertí: tengan cuidado con los cocodrilos que quieren cambiarles la cultura, morderles la historia, hacerles olvidar lo que son. El colonialismo material y el colonialismo ideológico-cultural van siempre juntos devorando la riqueza material e inmaterial de los pueblos. Pienso en algunas experiencias de mi país, donde el colonialismo se llama litio y se explota a tanta gente.
Los valores universales, en cambio, crecen desde las raíces de cada pueblo, desde su propia belleza que aporta un nuevo plano al poliedro maravilloso de la familia humana y de la casa común. Hay intereses que son globales, pero no universales. Recordemos esto: globales pero no universales. Es decir, buscan uniformar y someterlo todo. Tengan cuidado con eso porque los cocodrilos vienen camuflados; tengan cuidado, pero no tengan miedo.
La cobardía lleva a muchos políticos a cambiar sus convicciones por sus conveniencias. Cuando te ungen la mano, ¿no? ¿En cuánto voy prendido? Los pasaron por la amansadora de grandes medios, las redes sociales, tuvieron miedo y claudicaron. Adoptaron entonces posturas serviles frente a los económicamente poderosos como en aquella escena del Libro de Daniel en que “los altos funcionarios, autoridades, gobernadores, asesores, tesoreros, jueces y magistrados” se postraron a rendir culto a una estatua de oro para salvarse del horno. Renegar los ideales nobles y generosos para servir al dios dinero o al poder es una gran apostasía. No sólo sucede con los dirigentes políticos, sino también con actores sociales, sindicales, artistas e intelectuales, y también con los curas. Dicen que las sotanas tienen unos bolsillos enormes. Sucede eso.
Caer en gracia a los dueños del poder real trae ventajas, ayuda a trepar, ese verbo no se lo olviden, a trepar en la pirámide burocrática del poder formal. ¿Cómo? A trepar en esa pirámide burocrática del poder formal, pero es una traición. Los que trepan y trepan y trepan llegan arriba —creo que lo dije—. Cuando llegan arriba, cuando están arriba, ¿qué cosa muestran? Mi abuela me enseñó eso. Están arriba y lo único que muestran es el trasero. Esa es la esencia de la corrupción. Y esto a veces va de manera abierta, con discursos inhumanos que se convierten en políticas injustas por acción; otra manera encubierta, con discursos edulcorados que también se convierten en políticas injustas por omisión. Para descubrir de qué madera está hecho un dirigente —y esto no lo olvidemos— y cuando hablo de dirigente, hablo en el sentido genérico de la palabra, también un cura, un obispo. ¿De qué madera está hecho un dirigente? no hay que escuchar tanto lo que él dice: hay que ver lo que hace. La realidad siempre es superior a la idea. No se olviden de este principio: la realidad es superior a la idea. Vos podrás dar buenas ideas y hablar, pero la realidad tuya, ¿cuál es?
Ustedes tienen que ayudar a los políticos para que no se entreguen a los cocodrilos, para que no se arrodillen ante la estatua de oro por miedo al horno. Ustedes tienen que ser custodios de la Justicia Social. Tienen que estar ahí para recordarles al servicio de quién están. Ustedes tienen que estar ahí como la viuda del evangelio, insistiendo, insistiendo, rompiendo la paciencia para que hagan justicia. Esa es una táctica que nos enseñó Jesús. Seguramente encontrarán otras tácticas, pero siempre dentro de la no-violencia, por favor trabajen siempre por la paz. La guerra es un crimen.
Y ahora quisiera detenerme —falta poco—, quisiera detenerme en dos temas finales que hacen a nuestra tarea común entre la Iglesia y los Movimientos Populares. Son temas que me preocupan mucho.
Primero: El narcotráfico, la prostitución infantil, la trata de personas, la violencia brutal en los barrios y todas las formas de criminalidad organizada crecen, están creciendo. Estoy pensando a una mujer valiosa argentina, la Peressutti, que la metieron presa por denunciar todas estas cosas. Están creciendo, crecen sobre la tierra arada por la miseria y la exclusión que en definitiva son su condición de posibilidad. Crecen cuando no hay integración socio-urbana y se dejan marginados los barrios de los pobres sin agua, cloacas, luz, calefacción, veredas, parques, centros comunitarios, clubes y parroquias. No hay nada de eso. Crecen cuando en los territorios rurales no hay una adecuada distribución de la tierra, un ordenamiento territorial equilibrado, un apoyo constante a la agricultura familiar y el respeto a la familia rural que termina sometida a poderes criminales. Hay que atacar las causas estructurales, pero mientras tanto tenemos que enfrentar esto. Las dos cosas al mismo tiempo.
Sé que ustedes no son policías, sé que ustedes no pueden enfrentar directamente a las bandas criminales, como tantos policías buenos lo hacen, pero les pido, por favor, que las enfrenten de manera indirecta: el trabajo de base que realizan ustedes y tantas personas de la Iglesia es muchas veces la última barrera de contención. Sigan combatiendo la economía criminal con la economía popular. No sé si es lícito hablar de “economía popular”. Yo creo que sí. Y si es una cosa que nadie entiende, pónganla en marcha para que la entiendan. No aflojen, por favor. Sé que pido algo difícil, pero es muy necesario. Ninguna persona, sobre todo ningún niño, puede ser una mercancía fungible en manos de los traficantes de la muerte, esos mismos que luego blanquean su dinero ensangrentado y cenan con caballeros respetables en los mejores restaurantes. Y al hablar de niños, también hablo de ancianos. O sea, la cultura humana de un pueblo se ve en cómo cuidan a sus niños y cómo cuidan a sus viejos. Si a sus viejos los mandan al depósito geriátrico y los dejan morir solos de pena, ese pueblo no tiene una cultura humana. Si a los niños no se los recibe, no se los cuida, no se los hace crecer, ese pueblo no tiene futuro. No se olviden esto: la cultura, los niños y los viejos, cuiden a los chicos y a los viejos. Una vez leí por ahí, no me acuerdo dónde, una declaración de derechos de los niños y derechos de los ancianos, que los metieron en la Constitución de ese país. Después vinieron otros y los sacaron, como diciendo: “Nuestro país, constitucionalmente, no se preocupa de los chicos y de los viejos”. Un mensaje pesadito.
También quiero hablarles de otras situaciones destructivas que se infiltran en los sectores más pobres pero afectan a todas las clases sociales: las apuestas online y el mal uso de las redes. Me da tanta tristeza ver que algunos partidos de fútbol y estrellas deportivas promueven plataformas de apuestas. Eso no es un juego, es una adicción. Es meterle la mano en el bolsillo a la gente, sobre todo a los trabajadores y a los pobres. Me decían de una ciudad que conozco bien que se dio el fenómeno que las señoras jubiladas o pensionadas salen de cobrar la pensión y se van a jugar. Es tremendo. Y eso destruye familias enteras. Cuídense de eso, cuiden a los demás. Cuéntenle a todos lo que me contaron a mí, y expongan las enfermedades mentales, la desesperación, los suicidios que causa en cada casa cuando hay un casino a través del celular.
Es una de las cosas malas que trae la tecnología que por otro lado hace tanto bien. La tecnología hace bien, pero también trae estas cosas. Hay que buscar un equilibrio ahí, no puede quedar librado a la lógica de la ganancia. A los empresarios de la tecnología informática, de las plataformas digitales, de las redes sociales, de la inteligencia artificial, les pido: dejen de lado la arrogancia de creer que están por encima de la ley. Sean respetuosos de los países donde funcionan y sean también responsables de lo que pasa en las plataformas que controlan.
Ustedes tienen la obligación de evitar la propagación del odio —una de las misiones del trabajador social—, la propagación del odio, de la violencia, de las falsas noticias —las falsas noticias que gobiernan tanto—, la polarización extrema y el racismo. Tienen también la obligación de evitar que las redes se usen para diseminar la ludopatía, la pornografía infantil o facilitar el crimen organizado. No pueden expoliar para su exclusivo beneficio los datos que brindan los ciudadanos o que crean las entidades públicas sin devolver algo a los pueblos. Por favor, no se crean superiores a nadie, un consejito: paguen los impuestos. Es muy importante. Yo no me acuerdo que alguna vez haya escuchado: “Me acuso de no pagar impuesto”. Más bien, son maestros en hacer trampa. Cuántas veces vas a un restorán o a un supermercado y vas a pagar y te dicen: “¿Quiere el ticket o no quiere el ticket?”.
Toda fortuna es producto del trabajo de muchas personas y de muchas generaciones, es producto de inversión pública en conocimientos científicos y del desarrollo estatal de la infraestructura. Todas las “maravillas” que hoy tenemos son en parte fruto del ingenio empresario, pero también de la más humilde madre de familia que crió a los hijos de sus obreros. Por eso, además de necesario, es justo que se distribuyan los frutos de tanto esfuerzo intergeneracional y colectivo entre todos los integrantes de la sociedad. Quisiera entonces recordar la propuesta de ustedes: salario básico universal para que, en tiempos de automatización e inteligencia artificial, en tiempos de informalidad y precarización laboral, nadie esté excluido de los bienes básicos necesarios para la subsistencia. Eso es compasión, porque no se explica sin amor, pero además es de estricta justicia.
Para finalizar, queridas hermanas, queridos hermanos: todos hemos cambiado en estos años, algunos están más maduros, otros estamos más viejos. Les confieso algo que pienso mucho últimamente, tal vez sea la edad. ¡Cómo quisiera que las nuevas generaciones encontrasen un mundo mucho mejor al que recibimos nosotros! Sin embargo, tal vez podría decirles que nuestra posteridad va a recibir, quizás, uno peor: no es pesimismo, un mundo ensangrentado por guerras, violencia, herido por una creciente desigualdad, devastado por la expoliación de la naturaleza, alienado por modos deshumanizados de comunicación, completamente desinformado por formas interesadas de gestión de la información, sin paradigmas políticos, sociales y económicos que marquen el camino, con pocas utopías y enormes amenazas. Si no están de acuerdo, discútanlo y corríjanme. Esto es lo que yo siento.
En ese contexto, me da esperanza ver que ustedes sostienen las banderas de tierra, techo y trabajo. Las tres “T”. Se los agradezco. También frente a toda esa masa de pesimismo, todavía creo en la levadura, que tiene más fuerza. Si ustedes son levadura, la cosa va a cambiar. También sé que han cambiado la composición del comité del Encuentro, que han pasado la posta a otros dirigentes más jóvenes, eso también me gusta. Por favor, no caigan ustedes en el vicio de la acumulación. No caigan en el error de acaparar espacios y aferrarse a ellos. Siempre impulsen procesos, procesos que se renuevan permanentemente. Creadores de proceso. El tiempo no traiciona nunca cuando somos conscientes que el camino no empieza ni termina conmigo. Como decía aquella vieja: “Conmigo y tampoco sinmigo”.
Nuestro camino sigue soñando y trabajando juntos para que trabajadores tengan derechos, todas las familias techo, todos los campesinos tierra, todos los niños educación, todos los jóvenes futuro, todos los ancianos una buena jubilación, todas las mujeres igualdad de derechos, todos los pueblos soberanía, todos los indígenas territorio, todos los migrantes acogida, todas las etnias respeto, todos los credos libertad, todas las regiones paz, todos los ecosistemas protección. Es un camino permanente, habrá avances y retrocesos, habrá errores y aciertos, pero no tengan duda: es el camino correcto. Y si algún día están aburridos y quieren confrontarse, confróntense con la sonrisa de un bebé, de un niño y con la sonrisa pícara de un viejito o una viejita. Esa será la piedra de toque.
Les hablo desde el corazón: rezo por ustedes, rezo junto a ustedes, y le pido a nuestro Padre que los proteja y los bendiga, que los llene de su amor y los guíe en su camino, otorgándoles generosamente esa fuerza que nos sostiene, esa fuerza que es la esperanza. La esperanza no defrauda, es la virtud más débil, es la más débil, pero no defrauda. Esa esperanza que no defrauda. No nos cansemos de decir: ¡Ninguna persona sin dignidad! ¡Ninguna persona sin esperanza!
Y, por favor, recen por mí. También necesito. Soy pecador. Y si alguno de ustedes no puede rezar lo respeto, pero al menos me mande buenas ondas, por favor. Muchas gracias.
Redacción de Noticias Obreras.
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