Los nuevos fascismos
El asalto al Capitolio de los Estados Unidos muestra hasta qué punto llega la descomposición de la democracia cuando, como denuncia el papa Francisco, «se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar» (Fratelli tutti, 15). Pero no deberíamos caer en la trampa, que algunos utilizan tanto, de etiquetar como «populistas» realidades que son muy distintas. Se ha dicho, con razón, que utilizar indiscriminadamente la acusación de «populismo» es una «sopa indigesta» que lo mezcla todo para esconder la realidad. Así, igual se llama populistas a quienes reclaman justicia fiscal frente a las desigualdades que a quienes criminalizan a los inmigrantes y hacen planteamientos xenófobos. Algunos quieren hacernos creer que el problema son los populismos, ya sean, dicen, «de izquierdas o de derechas». Y, con esa coartada, «es frecuente acusar de populistas a todos los que defienden los derechos de los más débiles de la sociedad» (FT 129). No, el problema no son los populismos, así en abstracto. El problema es la extrema derecha, radicalmente populista. El problema son los nuevos fascismos que alientan los Trump en Estados Unidos, los Bolsonaro en Brasil, los Orban en Hungría…, y otros muchos grupos políticos en el mundo, en Europa y, también, en España. Son expresión y, a la vez, acelerador de una grave degradación de la democracia. Son un neoliberalismo autoritario que amenaza la democracia.
Señala Francisco que «el desprecio de los débiles puede esconderse en formas populistas, que los utiliza demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos» (FT 155). Los nuevos fascismos de la extrema derecha son las dos cosas a la vez. Han crecido por las enormes desigualdades y el descarte de personas provocado por el neoliberalismo que, aun manteniendo las formalidades democráticas, han socavado la democracia desde su raíz. Ahora, un neoliberalismo autoritario, que prescinde de las formalidades democráticas, utiliza para sus fines –perpetuar las desigualdades y los privilegios de unos pocos– «la soledad, los miedos y la inseguridad de tantas personas que se sienten abandonadas por el sistema» (FT 28) y que, por ello, desconfían cada vez más de las instituciones políticas. Se sienten abandonados porque, de hecho, han sido descartados o tienen miedo a ser descartados y abandonados. De eso vive el nuevo fascismo, creando continuos enemigos (los negros, los latinos, los inmigrantes, las feministas, los que sobreviven con la protección social, los musulmanes…), levantando muros y provocando enfrentamientos.
Por eso, no hay más que dos formas, complementarias e inseparables, de afrontar este grave peligro. Por una parte, combatir decididamente las desigualdades poniendo en el centro de toda la vida económica, social y política la respuesta a las necesidades de los empobrecidos y descartados, porque «la inclusión o la exclusión de la persona que sufre al lado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos» (FT 69). Por otra, reconocer, de hecho, a todas las personas como iguales en dignidad y respetar la sagrada dignidad de cada persona, particularmente la de la que piensa diferente. No hacer de nadie un enemigo a eliminar: «se puede pensar en objetivos comunes, más allá de las diferencias, para configurar un proyecto común» (FT 157). Solo hay una respuesta para la descomposición de la democracia: la fraternidad. Lo demás son peligrosos engaños. •
Comisión Permanente de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC).