El Papa del trabajo: Francisco y el clamor del Primero de Mayo

El 1 de mayo de 2013, apenas siete semanas después de haber sido elegido pontífice, el papa Francisco realizó su sexta audiencia general en la plaza de San Pedro. Era su primer Primero de Mayo, coincidiendo con la festividad de san José Obrero, instituida en 1955 por Pío XII para subrayar la dignidad del trabajo humano y celebrar la unidad espiritual entre la Iglesia y el mundo obrero.
Aquel gesto casi inaugural no fue menor. Francisco comenzaba su pontificado afirmando el valor del trabajo como pilar de la vida humana, de la economía, de la justicia social y de la fe cristiana. Como escribí entonces en No os dejéis robar la dignidad. El papa Francisco y el trabajo, fue una “primera declaración de principios”.
Ese día, Francisco habló con palabras sencillas pero con una profundidad que ha marcado todo su magisterio. Presentó a Jesús como un trabajador.
“Jesús nace y vive en una familia, en la Sagrada Familia, aprendiendo de san José el oficio de carpintero, en el taller de Nazaret, compartiendo con él el trabajo, la fatiga, la satisfacción y también las dificultades de cada día”. Al recordar el Evangelio de Mateo —“¿No es el hijo del carpintero?” (Mt 13, 55)—, el papa invitaba a mirar el trabajo no como un simple medio económico, sino como una vía de humanización, de comunión y de relación de cuidado hacia el otro y hacía la casa común.
“El trabajo forma parte del plan de amor de Dios”, dijo. “Nosotros estamos llamados a cultivar y custodiar todos los bienes de la creación, y de este modo participamos en la obra de la creación. El trabajo es un elemento fundamental para la dignidad de la persona. El trabajo, por usar una imagen, nos ‘unge’ de dignidad, nos colma de dignidad; nos hace semejantes a Dios, que trabajó y trabaja, actúa siempre”. En un mundo en el que millones de personas están desempleadas, con salario indecentes o sometidas a condiciones inhumanas, estas palabras siguen siendo una interpelación ética y política. Siguen siendo una prioridad humana, cristiana y por tanto, del próximo Papa.
En ese mismo discurso, Francisco lanzó una crítica sin medias tintas a “una concepción economicista de la sociedad, que busca el beneficio egoísta, al margen de los parámetros de la justicia social” -que luego desarrollaría en Evangelii gaudium–, y añadió un llamamiento explícito y totalmente vigente: “Deseo dirigir a todos la invitación a la solidaridad, y a los responsables de la cuestión pública el aliento a esforzarse por dar nuevo empuje a la ocupación; esto significa preocuparse por la dignidad de la persona”.
La denuncia del trabajo esclavo fue otro de los elementos que anticipó su magisterio. “Cuántas personas, en todo el mundo, son víctimas de este tipo de esclavitud, en la que es la persona quien sirve al trabajo, mientras que debe ser el trabajo quien ofrezca un servicio a las personas para que tengan dignidad”. La claridad con la que hablaba de la trata de personas y de las formas modernas de esclavitud laboral anticipaba el compromiso que ha mantenido a lo largo de los años con las víctimas del descarte social y económico.
Un magisterio social desde la clave del trabajo
Ese mensaje de 2013 antecede a documentos clave como Evangelii gaudium, Laudato si’ y Fratelli tutti. En la primera, Francisco subraya que para la integración social de los pobres, “para el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad”, es necesario el acceso al trabajo, porque “en el trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida. El salario justo permite el acceso adecuado a los demás bienes que están destinados al uso común”. Y advierte que “ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado” se necesitan políticas públicas, a través del diálogo social, que concrete este objetivo.
En la segunda, aborda la cuestión desde una mirada integral. La ecología humana y la ambiental están entrelazadas, y “ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo”. Habla de preserva el trabajo y desarrolla el valor del trabajo desde su concepción del cuidado al ser una actividad relacional. “Cualquier forma de trabajo –todo trabajo: formal e informal, aclaro– tiene detrás una idea sobre la relación que el ser humano puede o debe establecer con lo otro de sí”.
Y en la tercera, en Fratelli tutti, subraya dos cuestiones esenciales de su legado: el anhelo a tierra, techo y trabajo como criterios básicos de justicia social y el gran tema de la buena política es el trabajo decente, la mayor aspiración del pueblo trabajador. “Lo verdaderamente popular —porque promueve el bien del pueblo— (…) El gran objetivo debería ser siempre permitirles [a todas las personas, especialmente a los más empobrecidos] una vida digna a través del trabajo”.
Francisco no se limita a reflexionar sobre el trabajo como parte de la vida cristiana, sino que lo eleva a una categoría pastoral y política: el trabajo digno —expresión que repite con frecuencia— es una prioridad evangélica: “una prioridad humana, cristiana y de este papa”, subrayó en la siderurgia de Ilva. Así lo ha defendido ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en sus encuentros con movimientos populares, en sus visitas pastorales y en los numerosos llamamientos a gobiernos, empresarios y sindicatos. Para él, el trabajo no es solo economía: es cultura del encuentro, es camino de realización, es medio para construir el bien común y anticipar el sueño de justicia social del reino.
Por eso, el Primero de Mayo no puede ser para los cristianos una fecha más del calendario. Es una jornada profundamente eclesial y humanista. La fiesta del pueblo trabajador y de san José Obrero es la reafirmación de que la Iglesia ha de estar del lado de quienes trabajan —o luchan por poder hacerlo— en condiciones de justicia y dignidad. Es también una ocasión para recordar que millones de personas siguen siendo privadas de ese derecho, y que toda reforma económica, toda política social, toda estructuración del tiempo y de condiciones de trabajo, debe medirse desde la centralidad de la persona y su derecho al trabajo decente.
El papa Francisco ha hecho del trabajo una brújula para su pontificado. Desde aquel 1 de mayo de 2013, el primer papa del sur global —que “vino del fin del mundo” para mirar el mundo, también nosotros, desde las periferias— no ha cesado de recordarnos que el trabajo “es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no solo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo”.
Llegados a este punto, podemos afirma que el Primero de Mayo es, en su legado, un día de fe, de lucha y de esperanza.

Director de Noticias Obreras