Navidad: la humanización de Dios

La tradición teológica ha acentuado sobremanera el significado de la encarnación del Hijo de Dios, celebrada en la Navidad, como la divinización del ser humano. En realidad, teológicamente se quiere subrayar un hecho aún mayor: la encarnación es la humanización de Dios. Todas las Escrituras afirman, como san Juan: “A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único del Padre es quien nos lo ha dado a conocer” (1, 18). Dios, por Jesús de Nazaret, hizo suya nuestra humanidad, algo verdaderamente inaudito. De este modo hay algo de divino dentro de nuestro ser humano, hombre y mujer, que jamás puede ser destruido. Es nuestra suprema dignidad: portadores y portadoras de Dios. Por eso, no puede haber tristeza cuando nace en nosotros la vida divina.
La Navidad es la celebración de este acontecimiento bienaventurado. Los evangelios llaman a Jesús Sol de Justicia. El nacimiento de Jesús coincidía exactamente con la fiesta romana del Día del Sol Invencible. Ese día, para el hemisferio norte, es el más corto del año y el de la noche más larga. El temor de los pueblos antiguos era que el sol no volviera a salir. Cuando nacía de nuevo se celebraba su victoria sobre la oscuridad. Jesús es presentado como el Sol invencible que vencerá todas las oscuridades de la vida.
Si Jesús es el Dios que se hizo hombre, podríamos pensar que hubiera nacido en un lugar bien preparado, como un palacio, una mansión con gran confort o una maternidad famosa. Al fin y al cabo, sería rendir homenaje a alguien que es Dios, como hacemos con personas importantes que nos visitan, como presidentes, celebridades famosas o el propio Papa.
Dios no quiso nada de eso. Debemos respetar y amar el modo como Dios quiso entrar en este mundo: escondido, compartiendo el destino de quienes llaman a la puerta, de noche, con frío, con una mujer embarazada, sosteniendo en su vientre al hijo que está por nacer y que tiene que escuchar estas duras palabras: “no hay lugar para ustedes”.
Entonces José y María se marchan y ocupan, de urgencia, un establo cercano. Allí había paja, un pesebre, un buey y un burrito que con su aliento calentaron el cuerpecito frágil y tembloroso del recién nacido.
Dios, por tanto, entró silenciosamente en este mundo por la puerta de atrás. Quienes habitaban en la capital, en Roma o en Jerusalén, y otras personas importantes, ni siquiera se enteraron.
De aquí se desprende una lección: cuando Dios quiere manifestarse no utiliza el gran espectáculo, sino el silencio sencillo de las pequeñas cosas. Así debemos comprender que vino para todos, pero de manera especial comenzando por los pobres y sencillos, porque Él fue pobre y pobre permaneció durante toda su vida, en la sencillez y el despojo. Si hubiera nacido entre los ricos, habría dejado fuera a los pobres. Naciendo entre los pobres, está siempre cerca de ellos y, a partir de ellos, puede alcanzar también a los mejor situados en la sociedad. De este modo nadie queda excluido de ser tocado por la presencia de Dios.
Con ocasión del nacimiento del niño Jesús no había solo gente del pueblo, como los pastores, considerados despreciables por su contacto continuo con animales. Los evangelios hablan también de que vinieron de Oriente los Reyes Magos. Los cristianos antiguos concluyeron que los magos eran sabios, cuyos nombres se conservaron: Baltasar, Melchor y Gaspar. Melchor era de raza blanca, Gaspar de raza amarilla y Baltasar de raza negra. Así representaban a toda la humanidad.
Los presentes que ofrecieron son simbólicos. El oro significa que reconocían a Jesús como rey. El incienso significa que Jesús es divino. La mirra expresa el dolor y el sufrimiento. El sentido es el siguiente: Jesús es rey de verdad, pero no como los reyes de este mundo que dominan a las personas; Jesús, por el contrario, cuida de ellas. Jesús es una persona divina no para ser exaltada y proclamada hasta el punto de ser apartada de nuestro entorno. Al contrario, es un Dios con nosotros –Emanuel– que quiere convivir y caminar junto a cada ser humano.
La mirra amarga expresa la manera como Jesús fue rey, entregando su vida por el pueblo, y cómo vivió su divinidad asumiendo morir en la cruz por amor a todos los seres humanos.
El gran poeta Manuel Bandeira expresó bien esta lógica de la Navidad en su poesía:
Cuento de Navidad
Nuestro Niño
Nació en Belén.
Nació tan solo
Para querer el bien.
Nació sobre la paja
Nuestro Niño,
Pero la Madre sabía
Que Él era divino.
Viene para sufrir
La muerte de la Cruz.
Nuestro Niño,
Su nombre es Jesús.
Por nosotros acepta
El destino humano:
Alabemos la gloria
De Jesús Niño.
En la Navidad tenemos derecho a llenarnos de alegría, porque ya no estamos solos. Dios camina con nosotros, sufre con nosotros y se alegra con nosotros. Él es el mayor regalo que Dios Padre nos podría haber dado. Por eso intercambiamos regalos entre nosotros, para recordar siempre este don que el Padre celestial nos hizo al darnos a Jesús, su Hijo amado.

Teólogo, filósofo y escritor



