Mounier y el movimiento obrero

Mounier y el movimiento obrero

Emmanuel Mounier (1905–1950), del que se cumple este año el 75 aniversario de su fallecimiento, fue un filósofo francés que se convirtió en figura central del llamado “personalismo comunitario”. Pero más que un filósofo teórico, fue un intelectual en estrecho diálogo con las luchas sociales de su tiempo. En verdad, un filósofo de acción que hizo vida aquella frase suya de “pensar con las manos”.  Su atención insistente en la persona concreta y su crítica al capitalismo liberal, hizo que sintiera gran cercanía–no sin tensiones– a corrientes y actores del movimiento obrero de los años 30 y 40 en Francia y Europa.

Defendió que la persona, en toda su dimensión, debía ser el centro de cualquier proyecto social. A través de su obra y, sobre todo, de la revista Esprit –que fundó en 1932–, Mounier buscó articular una “revolución personalista y comunitaria” que ofreciera una alternativa tanto al liberalismo individualista, al fascismo, como al colectivismo totalitario.

La persona obrera, el centro de su filosofía

Para Mounier, los trabajadores no eran meros engranajes de una máquina económica, ni una “masa” abstracta, sino personas concretas con dignidad, historias, sufrimientos y vocaciones. Ese enfoque antropológico y ético le llevó a mirar con simpatía –aunque con sentido crítico– las corrientes de emancipación social, y a pensar la acción obrera desde una perspectiva humana, comunitaria sin renunciar a la dimensión espiritual. A la revolución social, Mounier añade también la conversión, o la revolución de los mismos revolucionarios, la autenticidad de sus actitudes, la revolución como un acto de amor y gratuidad.

La cuestión social no era un agregado económico, sino una cuestión central, ética y existencialmente: defensa de la persona frente a estructuras que la deshumanizan. La clase obrera no es para Mounier un mero agente abstracto: son personas concretas con precariedades, miserias, anhelos y esperanzas. Esta prioridad antropológica explica por qué su crítica afectaba por igual al capitalismo que al totalitarismo que niega la singularidad humana. Por eso Mounier polemizará con los que él consideraba los dos grandes errores modernos: por un lado, el individualismo burgués/liberal, que disuelve lo comunitario y convierte a las personas en consumidores aislados; por otro, el colectivismo estatal (comunismo autoritario o fascismo corporativo), que convierte a las personas en números, funciones o herramientas del Estado.

Mounier entiende el “personalismo” no como un sistema cerrado, sino como una filosofía dinámica. La persona es “absoluto” por encima de cualquier estructura social (Estado, clase, nación, incluso familia…) y nunca puede ser un mero medio. Su proyecto es una invitación ética y política: “revolución personalista y comunitaria”, donde cada persona, cada obrero, recupera dignidad, autonomía y responsabilidad histórica.

Respecto al trabajo, este no puede ser reducido a una mercancía ni al instrumento de la productividad: es una dimensión fundamental de la existencia humana. El obrero debe ser reconocido en su integridad: cuerpo, espíritu, historia… Ese reconocimiento (ético, espiritual y social) es condición indispensable para una sociedad verdaderamente humana y justa. En ese sentido, su personalismo se vuelve una herramienta crítica contra la alienación capitalista y contra cualquier totalitarismo que pretenda homogeneizar a las personas bajo el ardid de la “clase”, del “Estado” o de la “masa”.

Diálogo con el comunismo

Mounier comprendió la fuerza social y moral del comunismo –especialmente en su atractivo entre las clases populares y entre La Resistencia durante y tras la II Guerra Mundial– pero rehusó adherirse a su horizonte totalizante. Criticó el determinismo y la reducción del sujeto a función histórica que veía en el marxismo autoritario, y denunció el peligro de que la lucha por la justicia social degenerase en la subyugación de la persona.

Aun así, no rechazó el diálogo: Esprit alentó contactos y debate con militantes de izquierda y con intelectuales comunistas, en un intento de encontrar puntos de encuentro en torno al trabajo, la solidaridad y la reforma social. Mounier valoró la fuerza crítica del comunismo frente a la injusticia social y su potencial de movilización de las clases trabajadoras. Pero rechazó su tendencia a reducir al individuo a mero sujeto histórico, negando su singularidad y transcendencia.

Para él, un cambio social auténtico no puede ser puramente material o estructural: debe implicar una transformación interior, una conversión espiritual, una reforma de la conciencia colectiva. Así, la lucha obrera se convierte también en un proyecto moral.

Mounier rechazaba la hegemonía que pedía el Partido Comunista (PC) sobre todas las demás corrientes políticas que pretendían una revolución social. Para ellos todas esas corrientes tenían que estar subordinadas al PC, a su obediencia. A Maurice Thorez, secretario general del Partido Comunista de Francia, le escribía en 1949: “No podéis admitir la idea de otro pensamiento socialista que el vuestro, ni de otro partido revolucionario que el vuestro… No os pedimos que dejéis de ser comunistas. No nos pidáis que dejemos de ser nosotros mismos” (Obras completas. Tomo IV, pág. 203)

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Anarquismo y personalismo

En 1937 Mounier dedicó en su obra atención explícita al anarquismo (Anarquía y Personalismo) en relación con el destino espiritual del movimiento obrero. Reconoció en el anarquismo elementos valiosos: crítica radical de la autoridad, énfasis en la autonomía, la autogestión y rechazo de las jerarquías verticales que empobrecen la iniciativa obrera. los estudiosos de Mounier destacan que la lectura de Pierre-Joseph Proudhon ejerció en él una gran influencia casi tanta, como la del socialista Charles Péguy.

Sin embargo, Mounier veía riesgos prácticos y éticos en las formas puristas del anarquismo –especialmente cuando degeneraban en individualismo o violencia– y propuso, en clave personalista, una recuperación de la responsabilidad colectiva que preservase la libertad personal. Le parecía que, sin fundamento comunitario y espiritual, muchos de los valores libertarios que apreciaba, podían derivar en dispersión o utopismo vacío.

Muy cercano a los postulados libertarios, su lectura del anarquismo fue crítica pero también de reconocimiento de sus recursos emancipadores. En su reflexión, Mounier muestra una profunda empatía con el fondo espiritual y moral del anarquismo, aunque es crítico con su “encarnación práctica” de la utopía. Su crítica no es agria, y aunque es muy sincera, es más bien amable.

Un cristianismo “militante” y puente con los obreros

Su propuesta no consistió en describir una doctrina rígida, sino en fomentar una convocatoria ética y comunitaria: personas conscientes de sí mismas, libres, responsables y solidarias, capaces de reconstruir la comunidad desde la dignidad de cada uno frente al “desorden establecido” del capitalismo liberal.

Por ello, los grupos que formó en torno a la revista Esprit no fueron grupos confesionales ni dogmáticos, de igual manera que la revista no lo era. Creía en la apertura al diálogo: invitaba creyentes y no creyentes a debatir bajo los valores de la dignidad humana, la comunidad, la libertad responsable. A través de Esprit y de redes de grupos de reflexión y diálogo, promovió que los trabajadores dejaran de ser “mano de obra” para convertirse en sujetos críticos y conscientes.

Esa apertura la hizo un espacio genuino de convergencia entre intelectuales, obreros, militantes sociales, religiosos, jóvenes trabajadores. Hombres y mujeres que creían en la transformación social desde la persona, como compromiso concreto.

La radicalidad ética del cristianismo de Mounier –no sacramentalismo complaciente, sino llamado a la transformación del mundo– le llevó a buscar formas de presencia entre los trabajadores. Mounier insistía en que la acción cristiana debía traducirse en solidaridad concreta (sindicatos, iniciativas comunitarias, formación cultural), y no en proselitismo moral vacío. En este sentido influyó en corrientes cristianas de militancia social. Y con una propuesta política que pusiera a los pobres en el centro. A Roger Garaudy, miembro del comité central del PCF y diputado en la Asamblea Nacional, le escribirá: “Mi evangelio es el evangelio de los pobres. Nunca me dejará satisfecho ante un solo malentendido con aquéllos que tienen la confianza de los pobres. Nunca me llevará a alegrarme de aquello que pueda dividir el mundo y la esperanza de los pobres. Esto no es una política, ya lo sé. Pero es un cuadro previo a toda política y una razón suficiente para rechazar ciertas políticas” (Obras completas. Tomo IV, pág. 209).

Fue leído con interés por movimientos como el Catholic Worker en Estados Unidos, donde su énfasis en la pobreza, la hospitalidad y la dignidad personal encontraron eco. O en el apostolado obrero en España (como la HOAC y la Editorial ZYX) siendo estas organizaciones la puerta de entrada en España por la que entro la corriente del personalismo comunitario de Mounier, y con él, de numerosos autores personalistas.

En tiempos de crisis social, desigualdades crecientes, precariedad laboral, polarización y deshumanización, la llamada de Mounier a reconstruir la sociedad desde la persona sigue siendo una propuesta moral y política necesaria.