John Henry Newman: Doctor de la Iglesia y voz de la conciencia

Se ha dicho que fue “el cardenal ausente” en el Vaticano II porque su pensamiento llegó al aula a través de algunos participantes, y que Pablo VI auguraba que sería un Padre de la Iglesia. En decenios recientes, el anciano cardenal inglés ha merecido primero el elogio de su vida hecho por Benedicto XVI en la visita a Birmingham en 2010, la canonización y últimamente su entrada en la categoría de los Doctores. Al declararlo, el papa actual ha resaltado su imponente estatura cultural y espiritual que “servirá de inspiración a las nuevas generaciones con un corazón sediento de infinito, dispuestas a realizar, por medio de la investigación y del conocimiento, aquel viaje que, como decían los antiguos, nos hace pasar a través de las dificultades, hasta las estrellas”.
Son reconocimientos en tono mayor a un sincero creyente que, en tiempos nada fáciles para el diálogo ecuménico, vivió unas relaciones tensas entre anglicanos y católicos. Y con honradez intelectual y una incondicional obediencia a su conciencia hizo más pensable la armonía entre la razón y el creer. Gracias a esas menciones, su figura ha conocido nueva actualidad desbordando el círculo de estudiosos que, desde su muerte en 1890, han venido prestándole atención.
El itinerario costoso de un “Caballero de la fe”
No fue fácil la andadura de John Henry Newman que resume su epitafio: “De las sombras y figuras a la luz”. Fue el mayor de seis hermanos, nacido en Londres en el lejano 1801 y en una familia anglicana. A los siete años ingresó en la Great Ealing School donde, algo tímido y solitario, destacó por su inteligencia y buena conducta. De esa primera etapa consta una habitual lectura de la Biblia, de las novelas de Walter Scott en boga por entonces y de las obras de conocidos escépticos. A la dedicación académica sumó el aprendizaje del violín, obtuvo menciones en oratoria y escribió varios artículos.
En 1816, por la quiebra del banco de su padre y con sólo quince años, se vio cargado de preocupaciones familiares. Durante las vacaciones que pasó en la misma escuela, su salud se vio afectada. El mismo aludió posteriormente en la Apología a lo providencial de esta crisis que le permitió recibir el influjo del profesor Walter Mayers, lo que constituyó “el inicio de una nueva vida”. Y en otros escritos añade que “cayó bajo la influencia de un determinado credo, y recibió en su intelecto impresiones de dogma que, a través de la misericordia de Dios, nunca han sido borrados u oscurecidos”. Así, de una educación convencional en el seno de la Iglesia de Inglaterra que prestaba atención a la Biblia y no a dogmas ni ritos, pasó a identificarse más con las formas evangélica y calvinista.
A esa “primera enfermedad providencial” siguieron otros momentos de crisis que prepararon su conversión al catolicismo. En 1918 obtuvo una beca –aunque insuficiente– del Trinity College de Oxford. Inscrito después en el Lincoln’s Inn, la ansiedad por los resultados de los exámenes finales redujo sus fuerzas y se graduó con escasos honores. Finalmente accedió como tutor al Oriel College, reconocido como el centro intelectual de Oxford, y en 1822 fue elegido miembro de aquella sociedad junto a su amigo Pusey. Allí realizó los cursos obligados y en 1825 fue ordenado presbítero anglicano.
En la tutoría del Oriel desde 1826 a 1832 influyó en la formación cultural de muchos y estuvo en estrecho contacto con compañeros ilustres. Nombrado párroco de la iglesia universitaria de St. Mary desarrolló una tarea pastoral entre gentes humildes y pronunció sermones que le dieron fama.
En 1832, acompañando a su compañero Froude, visitó Roma, Malta, Corfú y Sicilia. En el Colegio Inglés de Roma conoció a Nicholas Wiseman, futuro arzobispo católico de Westminster. De entonces data el poema Lyra Apostolica y la conocida súplica Lead, Kindly, Light, en los que expresa su abandono a la Providencia.
El círculo de Oxford
El mundo anglicano presentaba en su época una diversidad de posturas a veces poco conciliables. La High Church, más cercana al catolicismo, se alejaba de un protestantismo evangelista, más popular, menos institucional. En este contexto, siempre en la búsqueda de verdad que fue el vector de su vida, Newman estudia los siglos primeros de la Iglesia, se detiene en el concilio de Nicea y en la figura de san Atanasio, y escribe Los arrianos del siglo IV.
Entre 1833 y1845, lideró el Movimiento de Oxford que, fundado por Keble y Froude fue un intento de hacer revivir en la iglesia anglicana sus raíces católicas, lo que suponía reconsiderar la sucesión apostólica y la autoridad eclesiástica. El movimiento tuvo impacto en la liturgia, la organización de la Iglesia y hasta en la reintroducción de prácticas monásticas. Por aparecer como una posible “tercera vía” entre el catolicismo y el protestantismo suscitó la adhesión de algunos al catolicismo y las críticas de más.
Con Froude, Keble, Pusey y William, impulsó la publicación de los famosos Tracts for the Times que planteaban cuestiones candentes sobre el ser de la Iglesia y la relación entre la católica y la de Inglaterra. Newman fue el autor de 26 de los 90 Tracts, y del último, donde trataba de interpretar los 30 Artículos tenidos como fundamentales en la iglesia anglicana desde una perspectiva católica. Sus planteamientos levantaron sospechas, y las protestas que siguieron llevaron a que el obispo de Oxford suspendiera la publicación. Condenado también por el Consejo de Colegios de la Universidad, renunció a la parroquia universitaria y en abril de 1842 se retiró con unos amigos a la localidad de Littlemore donde escribió una de sus obras más importantes: Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana.
“No he pecado jamás contra la luz” le oyeron decir en un momento difícil y, tanto en su Apologia como en la Carta al Duque de Nordfolk, escritas en años sucesivos, ofrece las razones que le fueron conduciendo al fin a la “conversión” al catolicismo. De hecho, tanto su vida como sus escritos muestran el continuado esfuerzo espiritual e intelectual que fue preparando esa decisión: “Con motivo de mi conversión –escribe en la Apologia– no tuve conciencia de cambio alguno de pensamiento o de sentimiento que se operara en mí respecto de materia de doctrina”. Sí reconoce que experimentó “un gran cambio en mi manera de ver a la iglesia anglicana” que, a su juicio, forma parte de la iglesia católica, aunque como una institución nacional.
Roma, Birmingham, Dublín y los años finales
Desde muy joven había llegado a la convicción de que las creencias no pueden ser opiniones o sentimientos personales, sino “un credo preciso”, un credo que no deja fuera la razón pero que implica un confiado asentimiento a la verdad revelada. Y el 9 de octubre de 1845, un sacerdote católico de paso por Littlemore, el padre Domingo Barberi recibió a Newman en la Iglesia católica.
En 1846 viajó de nuevo a Roma con algunos compañeros anglicanos que habían pasado al catolicismo, sin planes definidos. Frecuentó el Oratorio de San Felipe Neri y conoció a los oratorianos de la romana Chiesa Nuova. Ordenado sacerdote católico el 30 de mayo de 1847, solicitó fundar un Oratorio en Inglaterra, adaptando a aquel país las Constituciones. El nuevo Oratorio se abrió en 1847, cuando Newman y seis compañeros iniciaron su noviciado y se establecieron en las afueras de Birmingham. En1848, otro grupo, dirigido por el padre Frederick William Faber, creó el de Londres.
En 1854 fue nombrado rector de la Universidad Católica de Dublín, cargo que desempeñó durante cuatro años, y de esa experiencia nacieron sus ensayos sobre la misión de la universidad, En 1864 publicó la Apologia pro vita sua, una autobiografía meditada en la que quedan patentes su nunca doblada fidelidad a la conciencia y la incansable búsqueda de la verdad que atravesó su vida causándole bastante dolores y algunas satisfacciones.
En 1878 el Trinity College le nombró su primer miembro honorario. Y León XIII le creó cardenal el 12 de mayo de 1879 en un gesto muy significativo por parte del papa. Y un honor al que Newman respondió agradecido con un escrito que puede leerse como su testamento espiritual: “… se compadeció (León XIII) de mí y me dijo las razones por las cuales me elevaba a esta dignidad. Además de otras palabras de aliento, dijo que su acto era un reconocimiento de mi celo y buen servicio de tantos años por la causa católica; más aún, que creía dar gusto a los católicos ingleses, incluso a la Inglaterra protestante, si yo recibía alguna señal de su favor […] A lo largo de muchos años he cometido muchos errores. No tengo nada de esa perfección que pertenece a los escritos de los santos, es decir, que no podemos encontrar error en ellos. Pero lo que creo poder afirmar sobre todo lo que escribí es esto: que hubo intención honesta, ausencia de fines personales, temperamento obediente, deseo de ser corregido, miedo al error, deseo de servir a la Santa Iglesia, y, por la misericordia divina, una justa medida de éxito”. El lema elegido para esta nueva e impensada etapa fue: Cor ad cor loquitur.
Pero, si en los años de su pertenencia anglicana había sabido de desconfianzas, pese a la estima mostrada por León XIII, que confesó haber querido honrar a la Iglesia al honrar a Newman. el creyente y estudioso que había mediado lealmente entre anglicanismo y catolicismo padeció incomprensiones y denuncias también en el ambiente católico. A ellas se refiere en la larga Carta al Duque de Norfolk (1874) y en otros escritos que documentan una historia de fidelidad a la conciencia en la búsqueda de la verdad.
La autoridad de la conciencia
Un elogio de J. H. Newman singularmente expresivo por haber sido hecho en vida fue el de su amigo Edward Pusey, que escribía así sobre su paso al catolicismo: “Era un hombre predestinado a ser un gran instrumento divino, capaz de realizar un amplio proyecto que restableciese la Iglesia. Se ha ido –como todos los grandes instrumentos de Dios– inconsciente de su propia grandeza. Se ha ido para cumplir un simple acto de deber sin pensar en sí mismo, abandonándose completamente en las manos del Altísimo. Así son los hombres en quienes Dios se confía. Se podría decir que… se ha transferido a otra zona de la viña, donde puede utilizar todas las energías de su poderosa mente”.
Newman apeló siempre a lo irremplazable de la conciencia, “el mayor y más discreto de los maestros”, “originario vicario de Cristo”, nunca traicionado en su trayectoria. Al mismo tiempo, reconoció en la fe una fuente de luz y sostuvo que la dignidad de esa voz no se opone a la obediencia creyente. En sus escritos analiza cuidadosamente la relación entre la autoridad de la conciencia y la eclesial.
Sabemos que a sus amigos y colegas anglicanos no les resultó fácil comprender su paso al catolicismo, aunque su muerte fue noticia en varios periódicos y los pobres de Birmingham acompañaron sus restos en el entierro. De su persona y vida hablaron elogiosamente también quienes no le habían secundado. El Times se refirió a él como una personalidad y una vida limpiamente dedicada a disolver prejuicios con la búsqueda de más verdad como método: “Una vida pura y noble, no sustentada por fanatismos ni tocada por la mundanidad”, y hasta añadía: “si Roma lo canoniza o no, será canonizado en los pensamientos de gente piadosa de muchos credos en Inglaterra”.
De parte católica, su memoria se mantuvo viva en algunos círculos y, pasados unos cuantos decenios, Pablo VI expresó el deseo de que prosiguiera hasta el final la publicación de sus obras dejando entrever su influjo en el Concilio. Más recientemente hemos asistido a reconocimientos que han culminado en su inclusión entre los Doctores de la Iglesia.
Los seguidores y estudiosos del nuevo Doctor seguirán analizando la serie de volúmenes que reúne su legado. De entre los millares de páginas que lo constituyen retendremos solo el comienzo de aquel poema-súplica escrito en Sicilia, en tiempo de penumbra, que expresa mejor que muchas disquisiciones el “secreto” de la vida de un gran creyente: “Condúceme amable Luz / siempre más adelante…”.

Licenciada en Filosofía y Letras (Clásicas) por Universidad de Barcelona y Doctora en Teología por Universidad Pontificia Santo Tomás (Roma). Profesora emérita en la Universidad Pontificia de Salamanca (Inst. Superior de Pastoral, Madrid ) y en la Universidad Eclesiástica San Dámaso (Madrid).



