Haití: el primer grito de libertad. Hoy sigue luchando por la supervivencia

Haití: el primer grito de libertad. Hoy sigue luchando por la supervivencia
FOTO | Rémi Kaupp

La nación que amaneció libre y creció  cercada. La historia de Haití es un relato desgarrador de promesas incumplidas. Forjada en el yunque de la primera revolución de esclavos triunfante en el mundo, su camino de independencia fue saboteado desde la cuna por la saña colonial y la injerencia extranjera. Hoy, en 2025, el país que despertó a las Américas con su grito de libertad libra una batalla cotidiana contra el hambre, la violencia y el colapso total.

Pero, ¿por qué abordar esta crisis ahora, en medio de un convulso contexto mundial y de una realidad inmediata tan confusa? La respuesta es tan clara como alarmante: Prestigiosas instituciones como el United States Institute of Peace, el Institute for Justice and Democracy in Haiti, Human Rights Watch o el Comité Internacional de la Cruz Roja y especialistas en medio ambiente y cambio climático, están documentando y alertando sobre un posible colapso total del país. No se trata de una advertencia lejana, sino de una amenaza real cuyas ondas expansivas trascienden fronteras.

Abordar este fenómeno va más allá de una respuesta humanitaria puntual; es, como se analiza en el contexto fronterizo en mi obra Migraciones en la frontera haitiano-dominicana, hacer memoria y rescate de una justicia histórica ignorada durante demasiado tiempo. Esta es una modesta crónica de esa cuenta pendiente y de la lucha por la supervivencia de un pueblo que se niega a ser borrado.

La libertad que desafió al Imperio

Haití no nació en paz. Nació de un desafío que resonó como un trueno en el mundo colonial del siglo XIX: la exitosa revolución de esclavos que derrotó al ejército de Napoleón. Líderes como Dessalines, Pétion y Christophe se convirtieron en héroes fundacionales al proclamar la independencia en 1804.

Sin embargo, el pecado original de su libertad tuvo un precio exorbitante. Francia, para reconocer a la nueva nación, le impuso en 1825 una indemnización millonaria por la “pérdida” de sus esclavos y propiedades. Esta deuda, que hipotecó la economía haitiana durante décadas, fue el primer eslabón de una larga cadena de dependencia y miseria.

La historia de Haití se convirtió en un ciclo de emancipación traicionada: dictaduras, ocupaciones –como la estadounidense de 1915-1934– y una injerencia constante que impidió consolidar un Estado sólido y perpetuó desigualdades estructurales.

El siglo que rompió a una nación

La segunda mitad del siglo XX y el inicio del XXI profundizaron la inestabilidad. La esperanza pareció encarnarse en Jean-Bertrand Aristide, elegido democráticamente en 1990, pero su primer mandato fue truncado violentamente en 1991. Aunque regresó, su segundo gobierno colapsó en 2004 bajo cuestionadas acusaciones de corrupción y una nueva intervención internacional (MINUSTAH).

Este patrón de “golpes, derrocamientos y violencia institucional” dejó un país sin suelo firme.

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Y luego, en 2010, llegó el golpe definitivo: un terremoto que mató a cientos de miles, destruyó la frágil infraestructura y dejó a 1,5 millones sin hogar. A esa tragedia se sumó el brote de cólera introducido por las propias tropas de paz de la ONU, causando cerca de 9.800 muertes. Haití no solo sufrió un desastre natural: ¡sufrió un desastre provocado!

2025, el año en que el Estado se desvaneció

El asesinato del presidente Jovenel Moïse en 2021 abrió las compuertas del caos. Para 2025, las agencias humanitarias describen la situación como “la peor emergencia alimentaria del hemisferio occidental”. Unos 5,7 millones de personas enfrentan inseguridad alimentaria severa.

Las pandillas controlan hasta el 90% de Puerto Príncipe, bloqueando alimentos, medicinas y rutas humanitarias. Más de 1,3 millones de haitianos viven desplazados internos, huyendo de masacres como la de Labodrie. El cólera ha regresado en medio de condiciones de hacinamiento inhumanas.

Este escenario de violencia, impunidad y destrucción del tejido social ha reducido la vida a una lucha por sobrevivir un día más. El Estado es una sombra. Y la comunidad internacional parece limitarse a administrar la crisis, nunca a enfrentar sus causas profundas.

Epílogo: La última llama

Haití, cuna de la libertad antiesclavista, hoy lucha por no morir. Los nombres de sus héroes fundadores se escuchan como ecos lejanos ante el presente dominado por el hambre, la violencia y la incertidumbre.

Sin embargo, en medio de la oscuridad, hay quienes resisten: cooperantes, médicos, defensores de derechos humanos, comunidades locales y organizaciones (como las documentadas en el libro Migraciones en la frontera haitiano-dominicana) que arriesgan la vida para sostener un hilo de esperanza. Su lucha no es por grandes gestas políticas: es por el derecho elemental a vivir.

La tragedia haitiana es un espejo incómodo para la conciencia global. No se resolverá con parches humanitarios sobre heridas de dos siglos. Exige solidaridad, justicia histórica y reparación real.

Recordar a Haití no es un acto de caridad: es un deber de memoria. Porque detrás de cada cifra hay un nombre, una historia y un pueblo que aún resiste, esperando que la libertad que conquistó con sangre no termine por ser su epitafio.