El desalojo del B9 de Badalona deja a decenas de personas migrantes entre la calle, la solidaridad y el rechazo vecinal

El desalojo del B9 de Badalona deja a decenas de personas migrantes entre la calle, la solidaridad y el rechazo vecinal
“Están destrozados anímicamente. No ven salida, y el sufrimiento humano que no estamos viendo es muy grande”. Con esta frase, Mercè Darnell, portavoz de Cáritas de Barcelona, puso palabras al impacto humano del desalojo del antiguo instituto B9 de Badalona, que ha dejado decenas de personas migrantes durmiendo a la intemperie durante varias noches, en pleno invierno y bajo la lluvia.

Las declaraciones, realizadas en Aquí Catalunya (SER Catalunya), llegaban un día después de que la oposición de un grupo de vecinos impidiera que hasta 15 personas con especial vulnerabilidad pudieran ser acogidas temporalmente en la parroquia Mare de Déu de Montserrat. Se trataba de una solución de emergencia, acordada por entidades sociales y con apoyo público, que finalmente no llegó a materializarse y que agravó el sentimiento de desamparo entre las personas afectadas y quienes intentaban acompañarlas.

Darnell subrayó que el impacto del desalojo, además de material, es profundamente emocional. “No ven salida”, insistió, describiendo el desgaste psicológico acumulado tras días de incertidumbre, desplazamientos forzados y rechazo social. “El sufrimiento humano que no estamos viendo es muy grande”, añadió, alertando de una realidad que permanece en gran medida invisible.

La portavoz de Cáritas explicó que, junto a Cruz Roja, las entidades comenzaron a introducir el material necesario en la parroquia para activar el dispositivo nocturno (cena, alojamiento y desayuno entre las 20:00 y las 8:00 horas). Sin embargo, la concentración vecinal acabó bloqueando la iniciativa. “Después ya no pudieron. Era peligroso no solo para nosotros, sino también para la gente que pudiera haber venido a la puerta”, relató.

Uno de los episodios más duros se produjo cuando una de las personas desalojadas se acercó a la entrada del templo. “Entre los gritos de los vecinos, tuvimos que orientarla hacia otro lugar”, explicó Darnell, en una escena que resume la humillación y el rechazo sufridos por quienes buscaban simplemente un lugar seguro donde pasar la noche.

Tras la suspensión de la acogida en la parroquia, Cáritas logró recolocar a algunas personas a última hora para evitar que durmieran al raso, principalmente en pensiones u hostales. “Pero para otras no pudimos encontrar alternativa”, reconoció la portavoz. Una respuesta marcada por la urgencia y la improvisación, que no alcanza a cubrir a todas las personas afectadas.

“Hoy es un día para pensar, organizarnos y ver cuál es la mejor alternativa y la mejor solución para ayudar a las personas. No tenemos decidido cómo acabaremos procediendo”, afirmó al día siguiente de los hechos, reflejando tanto el cansancio de las entidades como la ausencia de una salida clara.

Discursos de odio y fractura social

Cáritas advirtió del clima social que rodea al conflicto. “Con tanto sufrimiento y discurso de odio, la gente vulnerable podemos acabar peleándonos entre nosotros”, alertó Darnell, señalando el riesgo de que el miedo y la precariedad deriven en enfrentamientos entre quienes comparten situaciones de exclusión.

Este episodio concreta las denuncias formuladas días antes por los obispos catalanes, que calificaron el desalojo como una expresión de aporofobia y xenofobia y reclamaron una respuesta humanitaria urgente ante una situación que deja a personas concretas en la calle, en pleno invierno.

Solidaridad organizada ante un conflicto alentado

Antes del bloqueo vecinal, un grupo de entidades sociales (Cruz Roja, Cáritas Diocesana de Barcelona, Sant Joan de Déu Serveis Socials y la Fundació Llegat Roca i Pi) había acordado acoger durante un mes a 15 personas con especial vulnerabilidad, con apoyo económico del Departament de Drets Socials i Inclusió de la Generalitat de Catalunya. El dispositivo se completaba con el acceso a servicios del Centro Diurno Folre, destinado a personas en situación de sinhogarismo.

En paralelo, organizaciones sociales y sindicales activaron redes de apoyo para acompañar a las personas migrantes desalojadas del B9, facilitando alimentos, espacios puntuales de acogida y apoyo logístico en los días posteriores al desalojo. Una solidaridad colectiva que ha tratado de cubrir, de manera urgente y limitada, las carencias más inmediatas, al tiempo que reclama soluciones públicas estables y coordinadas.

Todo ello se produce en un contexto de recursos completamente saturados: en Badalona existen 321 plazas en viviendas y 27 en un centro de acogida, con una ocupación del 100%, según datos de la Taula Sense Llar.

Junto a esta respuesta organizada, han surgido también gestos de hospitalidad personal. Es el caso de Àngela Valeiras, médica jubilada de Badalona, que acogió durante tres noches en su casa a Serigne Babacar, de 24 años, y Abdou Ngom, de 30, dos de los jóvenes desalojados del B9. Un gesto que humaniza la respuesta y pone rostro a la exclusión, pero que no puede ni pretende sustituir a una política pública garantista.

La secuencia de los hechos ha puesto de relieve una gestión política de la Alcaldía de Badalona errática, marcada por discursos de rechazo y de odio junto con decisiones que han contribuido a tensionar el clima social y que, posteriormente, han intentado reconducirse mediante soluciones de emergencia.

Las entidades sociales subrayan que no es posible alimentar el conflicto y, al mismo tiempo, presentarse como garante de la convivencia, ni delegar en la solidaridad (eclesial, social o ciudadana) la corrección de decisiones que dejan a cientos de personas sin alternativa habitacional.

El problema se desplaza, la solución no llega

La suspensión de la acogida en la parroquia evidenció la fragilidad de las respuestas de emergencia y la ausencia de una solución pública asegurada. Pese a existir acuerdos y apoyos parciales, la oposición vecinal bloqueó una alternativa mínima de protección, obligando a dispersar nuevamente a las personas desalojadas.

Un grupo reducido pudo pernoctar en el Casal Antoni Sala i Pont, con el apoyo del colectivo Cuineres per la Pau, mientras que otras continuaron durmiendo al raso. Desde la asociación Badalona Acull denuncian que decenas de personas siguen pasando la noche bajo un puente de la C-31, tras varios días de lluvias intensas.

Lo ocurrido en Badalona vuelve a confirmar una advertencia reiterada por las entidades sociales: desalojar no resuelve el problema, lo desplaza. La solidaridad organizada y los gestos personales están sosteniendo vidas concretas, pero no pueden ocultar la falta de una respuesta estructural ni el riesgo de que el rechazo social erosione la convivencia.

Como recordó Cáritas, detrás de cada cifra hay personas exhaustas, “destrozadas anímicamente”, que siguen esperando el reconocimiento efectivo de su dignidad.