Sembramos igualdad, justicia y esperanza

Mujeres de distintos grupos eclesiales, congregaciones religiosas y comunidades parroquiales nos reunimos este 25N para realizar un gesto común de denuncia y de esperanza. Un gesto nacido de la fe y sostenido por siglos de resistencia: la certeza de que, incluso en medio de la violencia, las mujeres siguen generando vida.
Convocadas por la Revuelta de Mujeres en la Iglesia, todas llegamos vestidas de morado, visibilizando su clamor y su compromiso. En círculo, recordaron a cada mujer violentada, a cada hermana herida, a cada vida marcada por la injusticia. En el centro, piedras: símbolo de los golpes, del peso insoportable de las violencias que todavía hoy se ejercen contra millones de mujeres dentro y fuera de la Iglesia.
Sobre cada piedra se nombró una violencia: física, psicológica, sexual, económica, simbólica, institucional y digital. Cada palabra fue un eco que aún duele. Pero sobre cada piedra también se depositó un saquito de semillas: gesto audaz que anuncia que ninguna violencia tiene la última palabra. Frente al daño, las mujeres sembraron cuidado, dignidad, libertad, equidad, visibilidad, responsabilidad y una palabra limpia que sane.
En un segundo círculo, las velas fueron encendidas como signo de esperanza. El Evangelio de Juan (8, 3-11) fue proclamado: el relato en el que Jesús desarma la lógica del castigo, obliga a soltar las piedras y mira a la mujer con dignidad y libertad. Las mujeres de la Revuelta en la Iglesia también soltaron sus piedras, renunciando al juicio, al silencio cómplice, a la exclusión que lacera.
Pero este gesto no es solo memoria: es denuncia. Denuncia de las violencias que persisten en la sociedad y también dentro de comunidades eclesiales donde, a veces, la impunidad y el silencio pesan más que la justicia y la misericordia. Y es, al mismo tiempo, profecía: la convicción profunda de que otra Iglesia es posible, una Iglesia que cuide, que escuche, que acompañe como Jesús acompañó.
Por eso, juntas hemos elevado una súplica firme, pidiendo al Padre que reconozca el sufrimiento de tantas mujeres violentadas y que las enseñe a acompañarlas, acogerlas y aliviar su dolor. Que las haga voz que denuncia con valentía toda forma de violencia, especialmente dentro de sus propias comunidades, para que la Iglesia sea siempre un espacio seguro, de cuidado y de libertad, como lo fue en manos de Jesús.
Este encuentro concluyó con un deseo compartido: que estas piedras convertidas en semillas sean fuerza para transformar el dolor en esperanza, la herida en camino, el silencio en palabra que libera. Que cada gesto pequeño y valiente construya el Reino que se anhela: un Reino nacido de la igualdad, la justicia y la ternura radical que Jesús encarnó.
Al terminar entonamos juntas Dios es como una mujer, un canto que recuerda que Dios se revela en la sabiduría cotidiana de las vecinas que se buscan, se acompañan y se sostienen; en la alegría compartida del pueblo que celebra cada vida recuperada; en la ternura que consuela y en la fuerza que libera. Al cantar, afirmamos que ese Dios que llora y camina a su lado es también el que transforma piedras en semillas, y que invita, como mujeres de un mismo pueblo, a seguir tejiendo esperanza, justicia y cuidado mutuo.
Hoy, más que nunca, camino a la concentración organizada en Jaén por el colectivo “Feministas 8M Jaén” en la Calle Roldán y Marín hemos repetido juntas: De las piedras hacemos semillas de vida. Sembramos igualdad, justicia y esperanza.

Portavoz de la Revuelta de Mujeres en la Iglesia de Jaén



