León XIV: “p’alante” y “p’atrás”

León XIV: “p’alante” y “p’atrás”

El 8 de noviembre, sábado, se cumplen seis meses de la elección del cardenal estadounidense, Rober Francis Prevost, como el papa León XIV. Es un tiempo suficiente, aunque posiblemente todavía corto, para ofrecer una valoración de lo que puede dar de sí este papado. Sin embargo, creo que tal “premura” no me impide ofrecer, aunque sea de manera provisional, una primera valoración de estos seis primeros meses de su pontificado.

Es de sobra conocido que muchas personas han estado todo este tiempo comparando su modo de gobernar e impartir magisterio con el de Francisco para concluir, en unos casos, que este Papa no tiene –al menos, de momento– la fuerza comunicativa de su predecesor, ni su empatía, ni sus gestos descolocantes ni su espontaneidad. Y, en otros casos, no han faltado quienes han venido sosteniendo que ¡por fin! se empieza a recuperar el sosiego, la tranquilidad y, sobre todo, la previsibilidad que, al parecer, tendrían que ser el santo y seña de todo papado. Como en botica, hay para todos los gustos.

Por mi parte, creo percibir, tanto en Francisco como en León XIV, una común referencia al papado de Pablo VI (1963-1978) a quien, en alguna ocasión, se le llegó a llamar –amigable y, a la vez, críticamente– “La yenka”. Esta es una canción de la década de los sesenta que alcanzó una enorme popularidad en la de los ochenta y en cuya letra se invitaba a mover la pierna o a desplazarse sucesivamente a la izquierda, a la derecha, adelante y atrás. Había quienes llamaban “La yenka” a Pablo VI porque –según decían– a la vez que ratificó la renovación de la Iglesia, firmando los grandes documentos del Concilio Vaticano II (1962-1965), acabó impulsando una implementación involutiva de los mismos y favoreciendo, por ejemplo, un gobierno unipersonal y una moral sexual solo procreativa, para nada abierta a la mutua comunicación del amor. Pero, a la vez, promovió una moral social, política y económica progresista, propiciando, como resultado de ella, la teología de la liberación. Una de cal y otra de arena. Al fondo de esta estrategia se encontraba –al decir de los estudiosos de su pontificado– la angustia por mantener unida a la Iglesia.

Para Francisco, Pablo VI fue su Papa de referencia. Y lo fue, poniendo en el centro de su pontificado a los pobres. Y, a la vez, intentando superar las dos implementaciones más involutivas de su predecesor: el gobierno y el magisterio unipersonal (con su propuesta de una iglesia sinodal, corresponsable o más democrática) y una moral sexual más evangélica (cuidando la relación con los divorciados vueltos a casar civilmente, con los homosexuales y facilitando la gratuidad y aceleración de las nulidades matrimoniales, Sínodos de 2014 y 2015). El suyo fue un pontificado presidido por la firme voluntad de recibir –de manera creativa– lo mejor de lo aprobado en el concilio Vaticano II. Pero, a la hora de la verdad, en unos casos –por ejemplo, en lo referente al sacerdocio de la mujer o a los curas casados– no tomó las decisiones que se esperaban. Y, en otros, tendió a alargar –decía que por falta de “consenso eclesial”– las referidas a un gobierno y magisterio más corresponsable o democrático. De nuevo, como con Pablo VI, irrumpió el miedo a romper la unidad –en este caso, por su lado derecho– de una Iglesia de más de 1.400 millones de católicos. Evidentemente, ello no impide reconocer que el suyo fue un pontificado en el que “La yenka” se bailaba más en compañía de la izquierda y hacia la izquierda que de la derecha eclesial, como había sido lo habitual en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

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Por lo visto estos últimos seis meses, creo que León XIV es consciente de haber recibido una herencia complicada, presidida por la irritación de una iglesia tradicionalista –y de unos colectivos sociales no menos conservadores– pero también por el temor –igualmente preocupante– a que los católicos progresistas puedan acabar marchándose o refugiándose en “exilios interiores”, a la espera de tiempos mejores, en el caso de que la cabeza de la Iglesia no siga transitando por los caminos abiertos en el pontificado de Francisco.

Sospecho que éste es el diagnóstico que tiene delante el papa Prevost. Creo que es el que explica que haya publicado una magnífica Exhortación Apostólica Dilexi te en la que sostiene que los pobres son “la carne” de Cristo. Indudablemente, un importante paso hacia adelante, en sintonía con lo mejor de Francisco y Pablo VI. Y es el que igualmente explica que, a la vez, haya autorizado al cardenal Burke celebrar una misa tradicional –por tanto, en latín– el pasado mes de octubre, nada menos, que en la Basílica de San Pedro. Sin duda alguna, un paso hacia atrás y hacia la derecha. ¡Si Francisco levantara la cabeza!

Las dos preguntas que me quedan en el aire son inevitables: gobernando de esta manera, León XIV ¿logrará la ansiada paz y unidad eclesial? Lo dudo. ¿Qué precio se puede acabar pagando cuando se procede de esta manera? Desearía que no fuera el de mantener una unidad formal aguando lo dicho, hecho y encomendado por el Nazareno.