La pastoral obrera en la pastoral general de la Iglesia

La pastoral obrera en la pastoral general de la Iglesia
Ponencia impartida por Fernando Carlos Díaz Abajo, sacerdote, militante de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y colaborador de Noticias Obreras, el 20 de noviembre de 2025, en la primera sesión del curso 2025-2026 del Aula Rovirosa-Malagón del Instituto Superior de Pastoral de Madrid.


El trabajo es un lugar humano y un lugar teologal. Por ser humano y teologal, el trabajo es necesariamente un lugar eclesial, un ámbito privilegiado e incuestionable de la presencia eclesial. Porque es una de las realidades en las que transcurre la vida de las personas, no puede dejar de ser un lugar de presencia y acción misionera de la Iglesia. Porque es una de las realidades en las que acontece la encarnación del Verbo, ha de ser lugar de encarnación, de presencia sacramental y acción eclesial.

Evangelizar requiere encarnarse, hacerse presente en esas realidades y acogerlas en la vida, la misión, la oración y la celebración de la Iglesia. La presencia es la primera condición. Pero, necesita ser una presencia cualificada, una presencia para acompañar la vida de las personas, para juntos ir construyendo otra mentalidad, otra cultura a través del Evangelio que se va haciendo vida, y que sirva para que las instituciones –también el trabajo, por supuesto- estén al servicio de las personas.

La evangelización lleva consigo un mensaje explícito, adaptado a las diversas situaciones y constantemente actualizado, sobre los derechos y deberes de toda persona humana, y, de modo especial, sobre el trabajo humano; sobre la vida familiar, sin la cual apenas es posible el progreso personal; sobre la vida comunitaria de la sociedad; sobre la vida internacional, la paz, la justicia, el desarrollo; un mensaje, especialmente vigoroso en nuestros días, sobre la liberación.

Como nos recuerda el Compendio de la DSI,[1] Dios no redime solamente la persona individual sino, también, las relaciones sociales entre los hombres, por eso la transformación de las realidades sociales es una tarea confiada a la comunidad cristiana, que la debe pensar y realizar a través de la reflexión y la praxis inspirada en el Evangelio.[2]

Es importante insistir en este aspecto de la realización, de la praxis, porque supone que la evangelización ha de traducirse en actitudes, comportamientos, estilos de vida, prácticas personales y comunitarias, eclesiales, mediante los que manifestar los signos de la presencia del reino de Dios en el mundo. La transformación del mundo es expresión del mandamiento nuevo del amor.[3]

Toda la actividad de la Iglesia ha de ser expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano: busca su evangelización mediante la Palabra y los Sacramentos, empresa tantas veces heroica en su realización histórica; y busca su promoción en los diversos ámbitos de la actividad humana. Por tanto, el amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres».[4] El amor de Dios, derramado en nuestros corazones, que impulsa la búsqueda de la justicia como camino para amar al hermano. Ante un mundo sufriente el amor se convierte en misericordia. Pero cuando se trata de un sufrimiento injusto y opresivo, amor y misericordia implican promoción de la justicia y liberación de la injusticia, de modo que el intellectus amoris se hace también «inteligencia de la justicia y la liberación», aunque la misericordia no se agote en la justicia y el amor diga más que la misericordia.[5] Se trata de unir caridad y justicia.

Una pastoral de toda la Iglesia

Desde ese binomio caridad-justicia, la clave pastoral esencial de la pastoral obrera es que sea una pastoral de toda la Iglesia y para toda la Iglesia. Nuestra evangelización necesita dejar de ser una propuesta pastoral y evangelizadora sectorizada, estanca, pues así pierde capacidad evangelizadora y pastoral.

Hacer una pastoral obrera de toda la Iglesia significa que, en todas nuestras actuaciones, las claves fundamentales de la comprensión teológica y antropológica del trabajo humano, sean conocidas y compartidas, y orienten nuestra acción eclesial sin perjuicio de que unos tengan el encargo pastoral de dinamizarlas con más énfasis que otros, y que entre todos hayamos de ir tejiendo las redes pastorales necesarias para alcanzar a iluminar, con la propuesta del evangelio, la integralidad de la persona humana en todas sus dimensiones, ámbitos, y relaciones.

Es necesario retomar con fuerza esta convicción, pero, sobre todo, traducirla en acciones evangelizadoras y en presencias eclesiales de totalidad, en las que toda nuestra Iglesia se sienta concernida, desde la riqueza de los distintos carismas, a participar, porque solo en su caracterización eclesial la pastoral obrera encuentra lugar. Ni podemos hacer pastoral obrera fuera de la Iglesia, ni la pastoral obrera agota la pastoral de la Iglesia.

La sinodalidad puede marcar la hora de la Pastoral Obrera y del Trabajo, al ofrecer un marco para que la Iglesia se relacione de manera más profunda y comprometida con el mundo obrero, promoviendo la escucha, el diálogo, la participación y la búsqueda de soluciones justas y equitativas para los trabajadores.

Y para esto necesitamos hoy, con urgencia, reconfigurar la identidad y misión de las comunidades parroquiales. Nuestras parroquias, en la evolución postconciliar que hemos vivido y aún vivimos, necesitan retomar los lugares sociales —de los que en muchos casos hemos huido buscando el refugio cálido de los templos— como lugares originarios de presencia eclesial.

Necesitamos poder hacer —y aprender a hacer— en nuestras comunidades lectura creyente de la realidad; necesitamos que nuestras comunidades parroquiales sean verdaderamente Iglesia en salida,[6] Iglesia de puertas abiertas,[7] que no vivan acríticamente de espaldas a la realidad, y que sigan recordando insistentemente que nuestra tarea es la tarea del Reino, cuyos signos estamos llamados a hacer presentes y visibles en el hoy de la existencia humana.

Necesitamos que las comunidades parroquiales acojan la vida del mundo obrero, para iluminarla con el evangelio, para sostener el compromiso social y político de los fieles, para impregnar la liturgia de la densidad de la vida que se ofrece, en la que se alaba, en la que se hace realmente sostén de la esperanza y fuerza para volver a la vida cotidiana. Que podamos orar eclesialmente la vida del mundo obrero; presentarla al Padre de las misericordias en nuestra oración.

Ser cristiano no es pasarse el día en el templo. Ser cristiano es algo que se experimenta, se vive, se ora en la vida cotidiana. Solo si hay esa vida podemos poner algo que ofrecer en el altar; solo si podemos ofrecer nuestra vida, junto al pan y al vino, junto al Cuerpo y Sangre de Jesús, hacemos real nuestra acción de gracias.

En consecuencia, necesitamos una reconfiguración ministerial de nuestra Iglesia. El documento final del Sínodo de la sinodalidad nos recuerda que «la misión implica a todos los bautizados. La primera tarea de los laicos, hombres y mujeres es impregnar y transformar las realidades temporales con el espíritu del Evangelio». Hemos de pensar y promover el reconocimiento de ministerios laicales (personales o comunitarios) orientados directamente a la misión evangelizadora del cuidado del trabajo, de la presencia misionera en las periferias existenciales del mundo obrero.

Una ministerialidad que, con un carácter profético, abre cauces a la denuncia de las injusticias y articula proyectos de esperanza que anticipan el Reino. Hemos de promover la iniciación a los movimientos apostólicos obreros y su extensión, y seguir explorando cauces que posibiliten la integración de los movimientos apostólicos en nuestras parroquias, sin que por ello hayan de renunciar a su identidad o misión.

Las líneas pastorales que podemos ofrecer desde aquí pasan por la reconfiguración y el replanteamiento de toda nuestra pastoral en clave sinodal. Especialmente, pasa por hacer operativa la transversalidad del trabajo en las diversas áreas pastorales de la vida parroquial, con una especial atención a la catequesis en sus distintos niveles, a la pastoral familiar y a la pastoral de los sacramentos. Todo ello implica contemplar la familia trabajadora —que son casi todas las familias de nuestras parroquias— como sujeto primordial de nuestra pastoral. Esto supone revitalizar la condición bautismal consciente de todo creyente.

Y requiere junto a la conversión sinodal del clero, el irrenunciable conocimiento por su parte —y sobre todo de los candidatos al ministerio sacerdotal— de la DSI, de la Pastoral Obrera, de los movimientos apostólicos obreros. Introducir en los planes formativos del seminario, especialmente en la etapa pastoral, experiencias formativas en este sentido.

Es necesario recuperar la dimensión orante y contemplativa de la existencia, para que, contemplando el fruto del trabajo y el propio trabajo realizado, podamos unirnos a la propia experiencia de Dios: «Vio entonces Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno».[8]

No puede haber pastoral social, pastoral de la caridad, pastoral obrera y del trabajo, que no tenga su fuente y su fundamento en la experiencia profundamente espiritual de vivir cotidianamente en la experiencia amorosa de Dios en nuestra vida; en la experiencia de ir sintiendo como Jesús de Nazaret, viviendo como Él, para trabajar con Él, lo que la convierte en una espiritualidad del seguimiento, y en una espiritualidad del Reino. Así podremos acoger la misma tarea pastoral en el mundo obrero y del trabajo en su dimensión espiritual, reconociéndola como un don del Espíritu a la Iglesia, como un carisma para construir la comunión en la misión.

De manera concreta, esto puede traducirse en nuestra pastoral en la puesta en práctica de estas acciones:

  1. El acompañamiento de procesos de formación en nuestros ambientes, desde las parroquias y movimientos, que posibilite la iniciación cristiana de las personas trabajadoras de nuestros ambientes, y propicien el encuentro personal con Jesucristo y la Iglesia.
  2. La recuperación de la formación cristiana en nuestras comunidades, mediante el método de la revisión de vida, como cauce de cultivo de la espiritualidad, pues se trata de ir aprendiendo a ser, a sentir, a pensar, y a actuar como Jesucristo desde una mirada creyente a la realidad concreta en la que habitamos.[9]
  3. La acogida de la vida concreta del mundo obrero en la celebración y la oración de nuestras comunidades, pues no podemos dejar al margen la vida real, desde la que suplicamos, agradecemos y reconocemos la presencia y la acción del Espíritu. Necesitamos recuperar la dimensión social de la Eucaristía, y no solo de la Eucaristía, sino de todos los sacramentos, y redescubrir la dimensión sacramental de la vida obrera. Hemos de aprender a hacer oración desde la vida obrera, mediante escuelas de oración, y formar grupos de liturgia que ayuden a la comunidad a acoger la vida obrera en las celebraciones de nuestras parroquias.
  4. Necesitamos una creatividad en el lenguaje y en la pastoral litúrgica que posibilite dar sentido profundo a las celebraciones litúrgicas de nuestras comunidades, haciéndolas comprensibles, vitales, y animadas por el Espíritu, porque refieren de manera clara e incontestable a la vida y al Misterio, vinculándolos. Necesitamos un universo simbólico y un lenguaje comprensible por los hombres y mujeres del mundo obrero y del trabajo.
  5. Hemos de posibilitar en las comunidades parroquiales el acompañamiento espiritual de los cristianos comprometidos en lo social, en lo político, lo laboral, el mundo económico, mediante la oferta pastoral de los instrumentos formativos y espirituales necesarios, especialmente a través de la revisión de vida. Un acompañamiento personal y comunitario que sostenga el compromiso, y lo dote de fundamento bíblico y teologal, mediante equipos de revisión de vida, grupos de lectura creyente de la realidad, grupos de estudio de evangelio, y espacios de oración adecuados. Para ello es importante el concurso, desde su acreditada experiencia, de los movimientos apostólicos obreros.
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Una pastoral profética

A través de la presencia encarnada de la comunidad parroquial y los movimientos apostólicos en esas realidades, podremos denunciar las causas de la injusticia. Esta es una labor irrenunciable de nuestra dimensión profética. Una denuncia que debe ser fruto del discernimiento evangélico de la vida de los hombres y mujeres del mundo obrero con los que caminamos.

Tenemos la responsabilidad de mirar, de vivir como místicos de ojos abiertos,[10] capaces de ver más allá de lo superficial. Ver, sobre todo, las causas de la situación y las consecuencias que provocan para la vida de las personas.

Hemos de ser capaces de poner en relación el proyecto de Dios con la negación de este que supone la injusticia y la explotación en el mundo obrero. «Donde no hay trabajo, falta la dignidad»[11], ha dicho el papa Francisco, y negar la dignidad humana es negar a Dios mismo, cuya gloria es la vida del hombre.[12]

Y, en consecuencia, hemos de hacer posible la inclusión social de los empobrecidos del mundo obrero[13] desde una opción eclesial por los pobres, que es una opción implícitamente cristológica.[14]

Pastoralmente, esto nos impulsa a caminar en esta dirección:

  1. Hacer posible una lectura creyente de la realidad desde nuestras comunidades parroquiales, que nos permitan leer los actuales signos de los tiempos en la época concreta que nos toca vivir, para descubrir los signos de esperanza —los signos mesiánicos— que brotan de la misma vida social.
  2. Recuperar la dimensión profética de la vida cristiana a la que nos incorporamos por el bautismo y, desde esa vida bautismal, recuperar la presencia eclesial en los territorios y los ambientes. Especialmente, hemos de dotar de profecía la vida de nuestras comunidades parroquiales, abriéndolas a la vida del barrio o del pueblo. Hemos de generar comunidades con voz para los que no la tienen, denunciando la injusticia y anunciando la esperanza de la Buena Noticia.
  3. Animar y acompañar la presencia de los cristianos comprometidos en las instancias sociales desde las que denunciar las injusticias. Acompañar el compromiso sociopolítico desde la fe. Incorporar en nuestra oración comunitaria la petición a Dios para que sostenga en su fe y en su tarea a quienes desempeñan estos compromisos es el primer paso para acoger y reconocer como compromiso propio de la comunidad el de sus miembros. Dar luz a espacios de reflexión compartida en nuestras parroquias, y también en el ámbito diocesano, de quienes realizan su vida de fe a través del compromiso sindical, social y político.
  4. Priorizar en nuestras comunidades la acogida y la escucha de las víctimas, ofreciéndoles cauces y posibilidades de incorporación a experiencias comunitarias de vida y de acción frente a las injusticias y, especialmente, acompañando su proceso de discernimiento y vivencia de la fe en la comunidad eclesial. Ofrecer y crear espacios de acogida, de encuentro, de diálogo, de escucha, de sanación del sufrimiento. Hemos de introducir la compasión como principio de actuación.
  5. Ofrecer la posibilidad de una oración y celebración de la fe desde la vida familiar y obrera. Cuidar la espiritualidad cristiana. Revincular fe y vida en lo que creemos, vivimos, celebramos y oramos.
  6. Formar y acompañar la conciencia social de los cristianos. Formar militantes obreros cristianos, creyentes en el Dios de Jesucristo, desde el conocimiento de la DSI. Ofrecer la propuesta formativa de los movimientos apostólicos a las parroquias, y aprovechar todas las plataformas formativas diocesanas,[15] para que pueda irse despertando esa conciencia, a la vez que se van planteando maneras concretas en nuestras comunidades de dar operatividad a la DSI.
  7. Ir haciendo posible el necesario cambio de mentalidad que permita a las propias personas trabajadoras contemplar de manera crítica las realidades de trabajo actuales, propiciando una transición hacia una cultura del cuidado. Para esto es necesario propiciar espacios de formación, de discernimiento, y articular procesos de maduración y crecimiento en la vida cristiana. Y esto hacerlo desde la clave de bóveda de la antropología cristiana y el «evangelio del trabajo», para que el trabajo sea conforme al sujeto que lo realiza.
  8. Generar experiencias visibles de comunión y fraternidad social en nuestras comunidades, dando forma concreta a los principios y valores de la DSI. Operativizar estos principios supone la creatividad necesaria para que germinen alternativas de relación y cuidado en nuestro mundo, cuyo eje sea el trabajo humano: la acogida de migrantes, proyectos sociales, presencia en el barrio… desde la especificidad de la vida del mundo obrero y del trabajo. Construir comunidades cristianas de referencia. que permitan visibilizar de manera concreta que es posible otra manera de vivir, de construir las relaciones sociales y económicas; que hay otras alternativas fundamentadas en el Evangelio, desde las que podemos construir relaciones sociales de fraternidad, en las que encuentren acogida y lugar, primeramente, los empobrecidos del mundo obrero. Se trata de hacer posible, de manera concreta, otra economía, otras relaciones, otros trabajos. Hemos de recuperar el proyecto del Reino de Dios como tarea principal de nuestras comunidades cristianas.
  9. El impulso de las estructuras pastorales necesarias y adecuadas a la realidad y a la misión evangelizadora, de modo que se garantice la presencia eclesial encarnada en la vida del mundo obrero y del trabajo. Y esto supone reconocer las estructuras pastorales no territoriales, personales, ambientales, que superan el marco de la parroquia territorial y reclaman una presencia eclesial en las periferias a las que no llegamos con nuestras estructuras actuales.

Una pastoral de conversión

Tenemos que acoger en nosotros una profunda conversión pastoral que nos lleve, de hablar de los pobres del mundo obrero, a acompañar el camino de liberación de los pobres del mundo obrero, a recorrerlo con ellos. En ese acompañamiento es en el que, como testigos, hemos de transparentar el rostro de Cristo. Acompañar y ser testigos requiere de nosotros una conversión pastoral.

Una pastoral en la que el protagonismo sea de los pobres, y eso requiere caminar con ellos, a su ritmo, con su precariedad, en función de sus necesidades humanas.

En una propuesta pastoral esto nos impulsa a:

La propia conversión de estilos de vida, actitudes, prácticas y maneras de vivir en lo personal y en lo comunitario. Se trata de buscar maneras concretas de hacer vida el evangelio en lo cotidiano, en lo social.

Revisar desde esta clave los estilos, las actitudes y las prácticas concretas de nuestras comunidades parroquiales: en lo sinodal y participativo, en lo celebrativo, en lo catequético y formativo, en lo espiritual y sacramental, en los tiempos y espacios que utilizamos.

Revisar y repensar presencias eclesiales para abandonar aquellas que hoy nos identifican más con el sistema socioeconómico dominante, que con el servicio de la Caridad a los empobrecidos.

Estar dispuestos a la creatividad necesaria para articular procesos de acompañamiento y acogida de las personas empobrecidas que llegan a nuestras comunidades parroquiales, o que acompañamos a través de los movimientos apostólicos, que posibiliten los procesos de fe de cada persona, y su incorporación a estas comunidades, buscando lenguajes y estilos nuevos, cercanos a ellos, dentro de la Iglesia.

 

Notas
[1] Pontificio Consejo Justicia y Paz, CDSI, 52.
[2] Pontificio Consejo Justicia y Paz, CDSI. 53.
[3] Pontificio Consejo Justicia y Paz, CDSI. 54.
[4] Benedicto XVI, «Deus caritas est», 19.
[5] Juan Carlos Scannone, «Aportaciones de la Teología de la liberación a la teología de la caridad», Corintios XIII, septiembre de 2000, 362.
[6] Francisco, «Evangelii gaudium», 24: «La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan.»
Francisco, «Evangelii gaudium», 30: «Es la Iglesia encarnada en un espacio determinado, provista de todos los medios de salvación dados por Cristo, pero con un rostro local. Su alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en su preocupación por anunciarlo en otros lugares más necesitados como en una salida constante hacia las periferias de su propio territorio o hacia los nuevos ámbitos socioculturales. Procura estar siempre allí donde hace más falta la luz y la vida del Resucitado».
[7] Francisco, «Evangelii gaudium», 46: «La Iglesia “en salida” es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino. A veces es como el padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad.
[8] Gn 1, 31.
[9] Se trata, parafraseando a Gustavo Gutiérrez, de beber en nuestro propio pozo, en el de la propia metodología pastoral de la Iglesia. Esto es especialmente necesario hoy, cuando nos lanzamos tras cualquier propuesta pastoral novedosa, sin demasiado discernimiento, esperando encontrar respuestas que hemos olvidado que se encuentran en la generación de procesos vitales y de fe, y no en implosiones puntuales de mera emotividad.
[10] Johann Baptist Metz, Por una mística de ojos abiertos: Cuando irrumpe la espiritualidad, trad. Bernardo Moreno Carrillo (Barcelona: Herder, 2013), 23: «La fe cristiana es, a no dudarlo, una fe buscadora de justicia. Los cristianos deben ser místicos, pero no exclusivamente en el sentido de una experiencia individual espiritual, sino en el de una experiencia de solidaridad espiritual. Han de ser místicos de ojos abiertos. La suya no es una mística natural sin rostro. Antes bien, es una mística buscadora de rostros, que se adelanta en ir al encuentro de los que sufren, en ver el rostro de los desdichados y de las víctimas. Está sometida, en primera instancia, a la autoridad de los que sufren.»
[11] Francisco, «Discurso en el encuentro con el mundo laboral. Visita pastoral a Cagliari», 22 de septiembre de 2013, https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2013/september/documents/papa-francesco_20130922_lavoratori-cagliari.html.
[12] Is 62, 1: Por amor a Sión no callaré, por amor a Jerusalén no descansaré, hasta que su liberación brille como luz y su salvación llamee como antorcha.
[13] Francisco, «Evangelii gaudium», 186.
[14] Francisco, «Evangelii gaudium», 198.
[15] En este sentido conviene señalar la Escuela Social de la Archidiócesis de Madrid. No conozco algo similar en otras diócesis.