La cruz del maltrato

Todavía cierra el puño y se le entrecorta la respiración cuando lo recuerda. Aquella mañana fueron a ver a su hermana. Al abrir esta la puerta su rostro delataba las heridas del desamor. Parecía imposible, él era un hombre amable con toda la familia, pero se transformaba. Se creía su dueño. Y, entonces, la violencia y el miedo campaban libremente en aquel infierno. Junto a la tristeza y la impotencia, le invadió una rabia terrible. Su hermana, lejos de abrirse, siguió defendiéndolo, encubriéndolo, atacándolas para salvarlo.
La cruz de su maltrato, que ella soportaba con resignación y en silencio, esparció astillas que se clavaron en toda la familia. Siguió sufriendo golpes, insultos, menosprecio… Solo cuando la muerte le rondó muy cerca uno de sus hijos adolescentes rompió el maleficio. La policía, la justicia… actuaron. Aunque de aquella manera. En aquel tiempo, un velo de privacidad, indiferencia y justificación encerraba a las mujeres en esa terrible condena.
Hoy, esa sombra, se sigue extendiendo. La fuerza de la oración en su comunidad le ayudó a cogerla de la mano y pedir ayuda a unas militantes de la HOAC. Ellas las acompañaron a la plataforma contra la violencia de género donde participaban. Eran los inicios de esta lucha. Despertó de aquella pesadilla. Contó su historia, destapó ese sufrimiento, puso nombre y rostro a los maltratadores… y su dolor se convirtió en compromiso por la liberación de otras mujeres. A pesar del tiempo, traer al corazón ese retazo de vida, sigue escociendo en las cicatrices de toda la familia.
Ora et labora
Este testimonio debemos dejarlo reposar en nuestro corazón. Desgraciadamente no es un hecho aislado. Son muchas las mujeres que sufren esta cruz y muchas las familias que se ven atravesadas por sus astillas. Ninguna persona puede ser indiferente ante esta crueldad y esta injusticia. Escucha este lamento que atraviesa las nubes hasta llegar a Dios.
El papa Francisco nos recordaba: «La violencia contra las mujeres es una herida abierta fruto de una cultura de opresión patriarcal y machista. Debemos encontrar la cura para sanar esta lacra, no dejar solas a las mujeres»[1]. No podemos mirar hacia otro lado. Cuando el maltrato se hace fuerte en una casa, el miedo y la sumisión necesitan ayuda para comenzar a desterrarlos.
¿Has vivido o conoces situaciones de violencia contra las mujeres? ¿Contribuyes con tus palabras o silencios a la ola de negacionismo de esta violencia? ¿Qué haces tú para combatir una cultura de opresión patriarcal y machista? ¿Y tu organización o comunidad?
Luchar por la igualdad de las mujeres es uno de los mayores antídotos contra la opresión que se sustenta en la creencia de que unas personas son dueñas de otras. El amor en la pareja, en la familia, en la sociedad… debe estar basado en la libertad. Si el amor aprieta no es cristiano, no es amor de Dios. Donde hay amor, hay cuidado, hay buen trato. Pongamos las semillas para que la ancestral subordinación y desigualdad de la mujer respecto al hombre desaparezca. Convirtamos la cruz del maltrato en cruz de resurrección por la igualdad.
[1] Cita del papa Francisco en el prólogo al libro Más liderazgo femenino para un mundo mejor: el cuidado como motor de nuestra casa común, editado por Anna Maria Taranto.
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Texto publicado originalmente en la revista ¡Tú!



