La contraprestación e instrumentalización de los presbíteros extranjeros y extradiocesanos

En la primera parte de este artículo, dedicado a “contar con presbíteros extranjeros y extradiocesanos”, he expuesto “cinco decisiones posibles” al respecto. En la segunda entrega, titulada “tres modalidades de contar con presbíteros extranjeros y extradiocesanos”, he centrado la atención en “la colaboración” y en la “cooperación”. En esta tercera, me ocupo de las dos restantes modalidades: la contraprestación -cultual y pastoral- y la instrumentalización o manipulación.
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Una vez reconocida la incuestionable bondad y riqueza de que existan presbíteros “cooperantes misioneros” y fidei donum –con las cautelas reseñadas– toca exponer la segunda y la tercera de las implementaciones.
La segunda, es la que pasa por pedir a los presbíteros fidei donum que colaboren –a veces, a modo de contraprestación– en atender determinados servicios pastorales –casi siempre, cultuales– en la diócesis de acogida. Con el pasar del tiempo, puede suceder que dicha contraprestación acabe en una incardinación, ya sea a petición del presbítero o por sugerencia o indicación de los responsables pastorales del lugar.
Y la tercera, es la que recurre al servicio ministerial –tanto de los presbíteros Fidei donum y de los “cooperantes misioneros” como de los extradiocesanos– para intentar resolver, además de un déficit de ministros ordenados o una baja matriculación en la Facultad de teología o en el Centro de Estudios teológicos, un grave problema de comunión entre el prelado del lugar y una parte notable del presbiterio diocesano y de la feligresía.
El diagnóstico de la segunda y tercera de las implementaciones pone encima de la mesa un par de cuestiones, referidas, la primera de ellas a la fiscalización -a la que está sometida –en, al menos, una diócesis– la formación teológica de los presbíteros extranjeros y extradiocesanos. Y la segunda, referida a la instrumentalización a la que también pueden quedar sometidos una parte de ellos.
De nuevo, hay que ir paso a paso, empezando por exponer y valorar la primera de estas sombras: la académica.
1. La fiscalización académica
Existe, como recuerda mons. Jorge Carlos Wong, un generalizado déficit –y con frecuencia, una ausencia– de acompañamiento de los presbíteros extranjeros, más agudo y llamativo en el caso de los sacerdotes africanos, dadas las dificultades lingüísticas y culturales que, a diferencia de los latinoamericanos, les son particularmente propias.
Pero, a la vez, hay alguna diócesis que, tras haber apostado, casi exclusivamente, por contar con la “cooperación misionera” de presbíteros extranjeros y fidei donum y algunos extradiocesanos, ha propiciado la irrupción de una o varias personas que impiden la libre matriculación académica con profesores que entienden “poco fiables”, a pesar de que puedan contar con el nihil obstat [nada se opone] del Dicasterio vaticano correspondiente o que los ponen en guardia y a la defensiva ante otros presbíteros (jubilados o en activo) presentes en el territorio al que han sido enviados o van a ser destinados.
Dicha figura controladora –más reconocible como “fiscalizadora” que como acompañante– parece no tener problema alguno en mirar a otro lado ante decisiones y actitudes discutibles por parte de algunos de estos presbíteros extranjeros y extradiocesanos: por ejemplo, no tienen problemas en que algunos de ellos prolonguen durante nueve años –o más– su presencia en la diócesis de acogida. Se trata de presencias desmedidamente prolongadas que son consecuencia del desempeño de tareas pastorales, impropias de un estudiante, aunque sea presbítero (porque exigen dedicación plena y total), o de proponer –y aceptar– proyectos de redacción de tesinas o tesis sin fecha creíble de finalización.
Ello explica, igualmente, que tampoco se tenga dificultad en que algunos de estos presbíteros extranjeros lideren y gestionen ONG al servicio del tercer mundo, dedicando todo el tiempo que sea necesario a recabar fondos para las mismas y al margen de la razón de ser o de los objetivos de su presencia.
Y explica, por supuesto, que no se ponga ningún “pero” o que se haga la vista gorda a que se les encarguen responsabilidades pastorales que chocan tanto con el objetivo formativo del programa Fidei donum como con su razón de ser: regresar, teológicamente formados, a la diócesis de origen, una vez finalizados dichos estudios. El resultado de tal laxitud es el alargamiento de la estancia –tanto para estos presbíteros como para los “cooperadores misioneros”– en la iglesia local de acogida.
Puede suceder también que, si el “fiscalizador o el mismo obispo diocesano, tienen dudas sobre la fidelidad de estos presbíteros a la estrategia pastoral y a un modelo eclesial –que pueden ser de corte contrarreformista o tridentino, además de clericalista– llegue la amenaza de ser devueltos a sus iglesias locales de origen.
Cuando algo de esto ocurre, nos encontramos con comportamientos que adulteran gravemente la razón de ser de la “cooperación misionera” y del programa Fidei donum.
No está de más recordar que tales comportamientos –u otros parecidos– han de ser corregidos inmediatamente, recuperando los objetivos propios de la “cooperación misionera” y, sobre todo, del programa Fidei donum, así como de la colaboración extradiocesana.
Pero esta –siendo lamentable– no es la única sombra que aparece allí donde se han decantado por contar con presbíteros extranjeros y extradiocesanos.
2. La contraprestación cultural
Existe, además, otra: convertir la celebración de la eucaristía –en el caso de los presbíteros Fidei donum— en obligada contraprestación pastoral por la acogida dispensada y como la solución para los posibles restos parroquiales o rescoldos comunitarios que puedan subsistir.
En principio, no hay nada que objetar a que se solicite o proponga a tales presbíteros un servicio eucarístico, entre otras razones, porque lo normal es que puedan celebrar regularmente la Cena del Señor. Y nada mejor, que lo hagan en comunidad y paliando una carencia de presbíteros diocesanos, sobre todo, los fines de semana. Este es un servicio y un modo de proceder que no distorsiona ni contradice los objetivos de la colaboración entre iglesias hermanas. Por eso, no tendría que entenderse como una contraprestación, en este caso, cultual, sino como una colaboración o servicio que se presta a la diócesis de acogida.
Otra cosa es que haya quien entienda que recurrir a la celebración eucarística dominical o diaria de estos presbíteros sea la solución y la estrategia teológico-pastoral más adecuada para unas parroquias que, en caída libre (o no), pretendan llegar a ser comunidades vivas, estables y con futuro, además de corresponsables y misioneras. Es lo que, ingenuamente, se puede creer cuando se les solicita y ellos prestan dicho servicio cultual. En realidad, lo más normal es que tal solicitud –en este caso, con pretensiones pastorales– parece estar obedeciendo a una voluntad de ralentizar una caída –posiblemente, en picado– de una buena parte de las actuales parroquias. Y, a la vez, a la decisión de seguir manteniendo un modelo de Iglesia que, solo cultual -y, en el mejor de los casos, catequético- es tridentino y, por ello, superado y no “integral” porque no articula, la celebración con el anuncio, con la caridad y la justicia y con la corresponsabilidad bautismal.
Creo que no está de más recordar y no perder de vista que lo que se está cuestionando no es el programa Fidei donum, sino la adopción de la estrategia pastoral reseñada –ralentizadora y sin futuro– en la diócesis de acogida y la voluntad de implicar a tales presbíteros en dicha estrategia.
3. La contraprestación pastoral
Pero puede suceder que haya iglesias locales para las que la colaboración eucarística y cultual de estos presbíteros parezca insuficiente y que, por eso, entiendan que lo normal es que ha de ser implementada –en particular, si media una ayuda económica– en términos de contraprestación pastoral, permanente y estable.
Cuando los responsables de la diócesis de acogida activan este criterio, los presbíteros Fidei donum pueden llegar a recibir –como los “cooperadores en misión”– encomiendas de atención cultual no solo de capellanías o a determinados colectivos especiales, sino también de servicio integral o articulador de parroquias, ya sea como vicarios o ayudantes o, incluso, como responsables últimos. Es evidente que las iglesias locales que proceden de esta manera con los presbíteros Fidei donum están alterando el espíritu y los objetivos del acuerdo “desinteresado” entre iglesias hermanas.
Queda para más adelante evaluar la formación teológico-pastoral recibida por todos los presbíteros extranjeros para poder desempeñar tales encomiendas, así como las ayudas de las que puedan disponer y, sobre todo, el acompañamiento pastoral con el que pueden contar. E, igualmente, el referido a los resultados que arrojan las diferentes encomiendas que se les encargan. Son algunos de los asuntos a los que me referiré más adelante.
4. La instrumentalización pastoral
Pero, además, puede suceder que la interpretación e implementación del programa Fidei donum o de la “cooperación misionera” y de la colaboración extradiocesana derive en una manipulación. Es lo que sucede en aquellas diócesis en las que existe algún problema de comunión eclesial y se recurre al servicio de estos presbíteros. Y más, si se procede sin su debidamente informado y consciente consentimiento. Cuando se procede de esta manera, los responsables diocesanos cambian –al menos en el caso de los presbíteros “Fidei donum”– la colaboración “fraterna y desinteresada” en contraprestación pastoral; y la instrumentalizan.
Se trata, por tanto, de un modo de proceder reprochable e inaceptable. En particular, si las encomiendas que se les entregan están presididas por la voluntad de orillar a una buena parte del presbiterio diocesano y del pueblo de Dios críticos.
Por tanto, me estoy refiriendo a una inaceptable implementación que nada tiene que ver con el acompañamiento que, acertadamente, defiende y propone mons. Jorge Carlos Wong para los presbíteros extranjeros. Esto sucede, en particular, en diócesis polarizadas, donde, por otra parte, no es extraño que les llegue el mensaje de que pueden ser reenviados a sus iglesias de origen o de no recibir ayuda económica si no siguen las directrices y estrategias marcadas por el obispo del lugar o de ser denunciados ante el prelado de su diócesis de origen. O, lo que tampoco es extraño, que sean amenazados con la supresión de proyectos recogidos en el contrato de “cooperación en misión” para sus iglesias locales.
A diferencia de estos, es mucho más sosegada la situación de los presbíteros extranjeros y extradiocesanos que, por distintas razones, sintonizan con la estrategia pastoral, con el modelo eclesial y el modo de decidir del prelado de la diócesis en la que son acogidos. No es extraño que algunos de ellos mantengan –cuando van a la Facultad de Teología o al Centro de Estudios Teológicos o al territorio pastoral encomendado– una actitud preventiva, presidida por el miedo a ser contaminados, en particular, ante algunos de los profesores y de los presbíteros nativos sobre los que les han alertado y que, por el contrario, pidan obediencia ciega a la porción del pueblo de Dios que se les ha confiado, de manera parecida a como ellos dicen tenerla con el obispo diocesano.
Situaciones así coexisten con encomiendas de parroquias a quienes no están al tanto de una “pastoral integral” o articuladora; sin una mínima inculturación y, por tanto, con un desconocimiento de la realidad religiosa, civil o secular y del modo de pensar de la gente de las zonas a las que son enviadas.
Además, la ausencia de un adecuado acompañamiento hace imposible revisar algunos de los comportamientos y actitudes que chocan con la mentalidad –religiosa y cultural– de las comunidades encomendadas, así como con la pastoral propiamente integral y articuladora.
A todo ello puede sumarse, en algunos casos, el abandono de la parroquia por una parte notable de la feligresía en desacuerdo con la mentalidad y el estilo pastoral que derivan de otra cultura, la de procedencia de los presbíteros, que choca abiertamente con la de las parroquias europeas a las que son destinados.
Ahora bien, el reconocimiento de una ausencia generalizada de acompañamiento de estos presbíteros no puede ignorar la existencia de algunas diocesis en las que se intenta facilitar dicho acompañamiento. Hay, en efecto, algunas iglesias locales que tratan de ayudarles para que presten un servicio pastoral adecuado. Y esto, mediante actividades paralelas como las que se suelen denominar encuentros de “lectura creyente de la realidad”. La finalidad de los mismos es –según el director del Instituto Superior de Pastoral de Madrid– “ayudarles a conocer nuestra realidad”, tratando cuestiones de plena actualidad social y eclesial, tanto a nivel nacional como mundial.
5. Una complicada relación con el pueblo de Dios
Pero, además de prestar atención a cómo se sitúan estos presbíteros en el conjunto de la pastoral diocesana, es oportuno recoger la percepción que tiene el pueblo de Dios de los presbíteros extranjeros, ya sea en el modelo de colaboración o cooperación o en los de contraprestación o instrumentalización.
Como he adelantado, una parte notable del pueblo de Dios valora positivamente el interés que ponen en las celebraciones cultuales, así como su sencillez, amabilidad y cercanía. Y con ellas, la oportunidad de experimentar la “catolicidad” y multiculturalidad que son propias de todo seguidor de Jesús. Pero, a la vez, no es infrecuente que sean percibidos y recibidos como “caídos del cielo”.
A esta percepción siguen, al menos, dos reacciones, igualmente, preocupantes en algunos presbíteros extranjeros: la primera, es su “rebelión”, de manera ingenua, contra la secularización de los feligreses que se les han encomendado. Y, la segunda –probablemente, fruto del nerviosismo– la acusación que formulan contra sus críticos de ser “racistas” o, por lo menos, de tener actitudes propias de antiguos colonialistas
Vayamos, nuevamente, por partes.
5.1. “Presbíteros caídos del cielo”
En general, hay que reconocer que bastantes de los presbíteros extranjeros -menos, los extradiocesanos y latinoamericanos- suelen ser personas que -a pesar de su indudable buena voluntad- llegan a las parroquias de destino como “caídas del cielo” y, por tanto, con muchas probabilidades de chocar con los restos parroquiales o rescoldos comunitarios que todavía puedan encontrar.
Y más, si llegan sin preparación adecuada y sin el oportuno acompañamiento pastoral y después de haber sido puestos en guardia contra los presbíteros y la feligresía críticos con la estrategia pastoral en vigor.
Es evidente que los presbíteros -y en el caso de que también haya laicos, laicas, religiosos y religiosas extranjeros y extradiocesanos- pueden ser víctimas de una estrategia pastoral estrecha que, por serlo, descuida a la persona enviada y no permite revisar los problemas pastorales y las causas que sustentan su percepción como “caídos del cielo” por una parte notable de la feligresía del lugar, además de por una gran mayoría del presbiterio diocesano.
5.2. La “rebelión” contra la secularización
Casi todos los presbíteros extranjeros -y también no pocos extradiocesanos- tienen muchísimas dificultades para entender que se encuentran en una sociedad fuertemente secularizada, autónoma, independiente de la fe católica e, incluso, en confrontación total con la doctrina y el magisterio de la Iglesia. Por ello, no extraña que no sepan o no puedan situarse pastoralmente y se rebelan contra lo que la mentalidad secularizadora tiene de alternativa, intentando refugiarse en el culto, en las rúbricas litúrgicas, en la vestimenta . Y, por ello, tampoco extraña que traten de ser coherentes con los criterios pastorales que brotan de la sintonía con su cultura originaria. Y que esto marque su pensar en lo referente a la concepción y ejercicio de la autoridad y del poder o en los campos de la moral sexual y de la pastoral matrimonial.
Así, por ejemplo, no es extraño que estos presbíteros frecuentemente critiquen en sus homilías el control de la natalidad al margen de la importancia que también ha de tener –según el Vaticano II– la mutua comunicación del amor, no necesariamente abierta a la procreación. O que condenen, sin consideraciones ni matices de ninguna clase, la homosexualidad en nombre de la llamada ley moral natural, sin tener en cuenta que los homosexuales también han sido creados a imagen y semejanza de Dios o que tengan dificultades para reconocer que la llamada ley moral natural no es heterosexualmente universal, sino mayoritaria y que no acepten que, en todo caso, estas personas no han de estar obligadas –para salvarse– a la abstinencia sexual.
Como se puede apreciar, el choque con una parte muy notable de la comunidad cristiana es inevitable. Y lo más triste es que cuando se produce tal encontronazo muchos de estos presbíteros y bautizados extranjeros -sobre todo, africanos-, en vez de proceder a una autocrítica y revisión de su modo de actuar pastoral, así como de la consistencia teológica de sus posicionamientos morales y la oportunidad de acoger una estrategia pastoral que tenga presente la llamada “jerarquía de verdades”, se radicalizan en sus ideas.
Es así como el choque con los feligreses lleva o bien a que dichos presbíteros extranjeros -y también extradiocesanos- acaben abandonando la parroquia encomendada y se encaminen a otra esperando -con poco fundamento- que no se repita la historia, o bien a que parte del posible “resto parroquial” o “rescoldo comunitario” se adentre en el llamado “exilio interior” y a que, pasado un tiempo, abandone la iglesia a la espera de “tiempos mejores”. Son los primeros síntomas de una desertificación pastoral -primero en las zonas rurales y, luego, en las urbanas- a la que me referiré más adelante.
Es más, a veces, dicha ruptura suele ser particularmente dolorosa porque se produce tras unos primeros momentos de acogida cordial, incluso, hasta paternalista, por parte del pueblo de Dios. A dicha primera etapa sucede -tras su lamentable y no debidamente inculturada gestión pastoral- una segunda fase de progresivo alejamiento por parte de la feligresía y, hasta un rechazo explícito y, en el extremo, a un abandono de la parroquia.
Entiendo que tal desgraciada y frustrante gestión se podría haber evitado, en buena parte, si se les hubiera encomendado una responsabilidad pastoral acompañados, por ejemplo, por un presbítero diocesano nativo.
5.3. La acusación de “racismo” o “colonialismo”
No es raro que algunos de estos presbíteros extranjeros -sobre todo, lo reitero, si son africanos- cuando se percatan del alejamiento y abandono de la comunidad cristiana por su predicación y ejercicio del poder, reaccionen calificando a las personas y a los grupos parroquiales y comunitarios críticos como “racistas” o que los juzguen como sin rumbo, alejados del Evangelio, decadentes y con pretensiones de seguir siendo -como en los tiempos del colonialismo- una guía y una referencia incuestionables. Y que, por extensión, acaben pensando -y diciendo- lo mismo sobre la iglesia europea
En defnitiva, reaccionan sin apenas autocrítica. No perciben que son alejamientos y abandonos provocados por una predicación doctrinal y moral percibida como anticuada, prepotente y fuera de lugar. Tampoco se da en ellos -porque resulta altamente comprometida- la crítica a la estrategia pastoral en la que se les ha implicado ni al modelo de Iglesia al que sirven y del que son correas de transmisión.
Otra señal, una más, de un deficiente o nulo acompañamiento -en este caso pastoral- y, por supuesto, de una evitable victimización de estos presbíteros.
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Queda para la siguiente aportación -la cuarta- ofrecer mi “valoración teológico-pastoral de contar con presbíteros extranjeros y extradiocesanos”. A ella sucederá una quinta dedicada a exponer “dos asuntos finales sobre contar con presbíteros extranjeros y extradiocesanos”: la complicada recuperación de la “normalidad eclesial” en aquellas diocesis que han sido objeto de esta estrategia de manera exclusiva e instrumentalizadora y la urgencia de implementar “una pastoral integral o articuladora”.
Dos avisos para aquellas iglesias todavía inmersas -o padeciendo, bien a su pesar- esta estrategia pastoral u otra parecida.

Sacerdote de Bilbao. Catedrático emérito en la Facultad de Teología del Norte de España (sede de Vitoria). Autor del libro Entre el Tabor y el Calvario. Una espiritualidad «con carne» (Ed. HOAC, 2021)



