Interpelada por “Dilexi te”: una llamada a despertar y amar desde la fe comprometida

Hace aproximadamente un mes se publicó la exhortación apostólica Dilexi te (DT). Reconozco que la imprimí rápidamente y me la “bebí” en cuanto pude. Sentía mucha curiosidad por lo que iba a ser el primer escrito de León XIV y por descubrir qué continuidad –o no– establecía con el pontificado de Francisco.
Los primeros titulares que se difundieron me atrajeron con fuerza. Pronto me pidieron algún comentario sobre ella, lo que me llevó a una segunda lectura e incluso a alguna más. Sin embargo, no pretendo resumir los temas que trata ni comentar su estructura: otros ya lo han hecho y seguirán haciéndolo, muchos de ellos con sabiduría y una buena perspectiva.
A mí este texto me toca personalmente. Me ha interrogado, me ha cuestionado sobre mí misma.
Me invita a permanecer despierta, atenta, a mirar las situaciones de injusticia y pobreza que me rodean, que sufren mis hermanos y hermanas: esa familia que no llega a fin de mes porque le han subido el alquiler y debe elegir entre cenar o pagar; esa madre que tiene que mudarse lejos del colegio de sus hijos porque le vuelven a subir la habitación; el joven preocupado porque no encuentra ninguna empresa donde hacer prácticas que le permitan aprender; los trabajadores pendientes del despido en varias grandes empresas que ahora plantean ajustes, cierres o ERTE… Todos ellos trabajadores pobres –empobrecidos–, algunos a punto de ser descartados o desterrados porque se antepone el beneficio y el crecimiento económico.
Todas estas personas cercanas, que sufren situaciones injustas, claman justicia y misericordia. “Escuchando el grito del pobre, estamos llamados a identificarnos con el corazón de Dios” (DT, 8).
¿Qué puedo hacer yo para que se sientan amadas por Jesús? Solo puedo mantener una actitud agradecida ante la vida que se me ha dado gratis. Y eso me lleva a actuar, implicarme, seguir defendiendo la prioridad de la persona en mi día a día, en mis ambientes, en las estructuras en las que participo, desde la HOAC. También, a acompañar la vida de estas personas y a expresar gestos de cercanía personal compartiendo mis bienes: tiempo, afecto, ayuda.
Practicar la fraternidad es un modo de vivir: quitarnos del centro y poner en el centro el amor a los hermanos y las hermanas, especialmente a los que más sufren. Esto es lo que nos recuerda León XIV.
Los pobres, los empobrecidos del mundo obrero, son para nosotros la misma carne de Cristo. Nuestra tarea es trabajar por la participación, promover el protagonismo y la liberación de los más pobres y desprotegidos entre los trabajadores, que hoy son, sobre todo, las mujeres, los jóvenes y las personas migrantes, como señalamos en nuestra campaña Cuidar el trabajo, cuidar la vida.
En definitiva, la exhortación me sigue animando y empujando al trabajo encarnado desde la fe: a la denuncia y al anuncio de que otro modo de vivir es posible, desde el amor a los empobrecidos y la lucha por la justicia social.

Presidenta general de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC)



