«Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo»

«Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo»

Lectura del Evangelio según san Mateo (5, 1-12ª)

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercó el discipulado; y él se puso a hablar, enseñándoles:

«Felices quienes son pobres en el espíritu,
porque de ellos y ellas es el reino de los cielos.

Felices quienes sufren,
porque Dios les consolará.

Felices las personas humildes,
porque ellas heredarán la tierra.

Felices quienes tienen hambre y sed de la justicia,
porque Dios les saciará.

Felices quienes tienen misericordia,
porque Dios les tendrá misericordia.

Felices quienes son personas limpias de corazón,
porque ellas verán a Dios.

Felices quienes trabajan por la paz,
porque Dios los llamará sus hijos, sus hijas.

Felices quienes son perseguidos por hacer la voluntad de Dios,
porque de ellos y ellas es el reino de los cielos.

Felices serán ustedes cuando les injurien y les persigan y digan contra ustedes toda clase de calumnias por mi causa. Alégrense y regocíjense porque será grande su recompensa en los cielos, pues así persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes».

Comentario

Jesús, en el monte, como Moisés, investido de toda su autoridad, lanza al mundo los sueños de Dios. Una vez fueron normas, limites, la mayoría comenzaban con un no: no matarás, no cometerás, no… y mandatos: haz esto, haz lo otro. Jesús, revestido con la misma autoridad de Moisés[1], ¡que ya es decir para los judíos!, lanza al mundo una revolucionaria forma de vivir la fe y la esperanza. Ustedes tienen que ser felices y la propuesta que les hago es esta.

«Un santo triste es un triste santo», esta frase que se le atribuye a Francisco de Asís nos ayuda entender que las bienaventuranzas son el camino de santidad de los cristianos, estamos llamados a ser felices y hacer felices a los demás. Por eso el capítulo tres de la Gaudate et exultate (GE)[2], exhortación apostólica sobre la santidad del papa Francisco, lo dedica a las Bienaventuranzas después de recordarnos los peligros de una mística descarnada, colgada en las nubes, donde solo existen energías de colores, donde lo más importante es estar bien y saber mucho de Dios. Y, por otro lado, el peligro de una militancia prometeica, donde lo más importante es la voluntad propia, y nuestras fortalezas; donde la acción por la acción es lo importante olvidando que la fuerza del Espíritu también actúa, y no solo cuando no podemos porque existe el don de la gracia.

Las Bienaventuranzas, la carta de navegación comunitaria y personal de los cristianos, es toda una propuesta de santidad y una esperanza para humanizar la humanidad.

¿Qué pueden esperar los últimos…? ¿Quiénes son los dueños del reino…? Y nos sorprende la lista de aquellas y aquellos que son reconocidos por Dios, bienaventurados, bienaventuradas. Un listado de aquellas personas que son la debilidad del Dios de Jesús, empobrecidas, sufridas, las que lloran, las hambrientas, las sensibles al dolor de los demás, las luchadoras por la paz… las perseguidas por causa de la justicia… por ser seguidoras de Jesús, el Señor.

Son «felices», son preferidos de Dios, destinatarios de promesas llenas de ternura que intentan responder a las carencias. Las Bienaventuranzas (Felices quienes…) son la expresión de la ternura de Dios, de su misericordia entrañable.

La invitación de Jesús no es vivir haciendo méritos para la otra vida. ¡No!, es vivir el estilo de vida que sea capaz de curar, reparar, sanar el dolor del mundo, vivir sintiéndonos realizadores de los sueños de Dios, desde una profunda cercanía a las personas preferidas de Dios… y esto es santidad y dejándonos invadir por el amor de Dios en una «relación personal con el Señor, de la unión interior con él, de la gracia» (GE 100).

La santidad no es sobrevenida, la santidad es construida ya desde este presente, es dinámica y dialéctica, es todo un proceso de acercamiento al corazón de Dios cuya imagen más cercana son los hermanos y hermanas, y más aún las más desfavorecidas, por eso el papa Francisco pone el capítulo 25 como otra de las «brújulas» de la santidad: «Si buscamos esa santidad que agrada a los ojos de Dios, en este texto hallamos precisamente un protocolo sobre el cual seremos juzgados “Tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed…”» (GE 95).

Pablo se dirige muchas veces a los Santos de la Iglesia de Jerusalén o de las comunidades de Galacia. Ser santos por lo que somos, «recuerda a que cabeza perteneces y de qué cuerpo eres miembro» (León Magno), a pesar de los defectos y pecados, y por lo que podemos llegar a ser, por lo que estamos llamados a ser. También porque hemos terminado el camino e «hicimos lo que teníamos que hacer». Y, santas y santos, porque el esfuerzo está cargado de humildad. El papa Francisco nos dice: «En cualquier caso, como dice san Agustín, Dios te invita hacer lo que puedas y a pedir lo que no puedas; o bien a decirle al Señor humildemente: “dame lo que me pides y pídeme lo que quieras”».

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No podemos olvidar, ya nos lo dijo el Concilio Vaticano II, que todas y todos estamos llamados a la santidad (LG 39-41; 1Tes 4, 3; Ef 1, 4) y que ser santas y santos no es una misión imposible: «Lo que Dios quiere de ustedes es que sean santos» en cualquiera de los géneros y ocupaciones de la vida, en las condiciones de vida y trabajo que tengamos, por medio de nuestras obligaciones; no tenemos que dar a Dios unas cosas y otras al mundo; «debemos transformar nuestro trabajo y nuestra historia en gesto litúrgico», decían en Puebla los obispos latinoamericanos. Y hoy, más que nunca, en esta tierra llena de mediocridad porque nos consuela que somos buenos porque hay otras personas peores, nos lancemos a por la verdadera santidad que el mundo necesita, la Iglesia, mucho y la HOAC, más.

Celebrar el día de Todos los Santos es celebrar la fiesta por los que han llegado a la meta, pero en esa comunión de los santos, entramos también, los que luchamos por serlo y, en algunos momentos, hasta lo logramos, en muchos gestos humildes y cotidianos, y están «los santos de la puerta de al lado». Están todas aquellas personas que son referentes en nuestras comunidades hoy, y están todas aquellas personas que, a lo largo de nuestra vida y de nuestra historia, son un referente que nos recuerda, constantemente, que es posible que, con la fuerza de Dios, que de esta tierra amasada por Dios y penetrada por su Espíritu, salga esperanza para la humanidad.

Celebrar el Día de Todos los Santos es hablar de luz, de alegría, de no tener miedo, de sentirnos protegidos por Dios, es hablar de esperanza. Que los cristianos, en este Halloween, no seamos monstruos que generan miedos y jugamos con él, sino ángeles, mensajeros de la luz, de la vida, de la paz y la alegría… que acompañamos, contagiamos, transformamos y visibilizamos que la santidad es posible y «en una sana y permanente insatisfacción» (GE 99).

El papa Francisco, en el capítulo 4 y 5, nos ayuda con notas y coloca en su lugar los medios para poder sostener las dos brújulas para la santidad.

¿Te has propuesto la santidad como estilo de vida? ¿Cómo reaccionas a esta palabra? Salgamos de la mediocridad al reto de ser santa, ser santo.

 

[1] Tanto en la escenografía sube a una montaña y se sienta, como en el esquema de cinco discursos que nos recuerda el Pentateuco (Mt 5-7; 10; 13; 18, 24-25), Mateo da Jesús la autoridad de Moisés, es el nuevo Moisés. Las actitudes básicas en el reino superan las de la Ley.
[2] Muy recomendable leer esta exhortación Gaudete et exultate (GE) del papa Francisco «sobre la llamada a la santidad en el mundo actual», donde señala los dos “sutiles enemigos de la santidad (gnosticismo y pelagianismo) y dos caminos claros hacia la santidad: las «A contracorriente» (Las Bienaventuranzas) y «El gran protocolo» (Mt 25, 31-46). Para quien le cueste leer la GE, recomendamos una magnífica síntesis que no llega a 90 páginas en un pequeño librito Los santos de la puerta de al lado (2021), de Luis González-Carvajal Santabárbara. Ed. PPC.

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