Eduardo Agosta (CEE) advierte en la COP30 que el Acuerdo de París fracasa por falta de fundamento moral

Eduardo Agosta (CEE) advierte en la COP30 que el Acuerdo de París fracasa por falta de fundamento moral
El director de Ecología Integral de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Eduardo Agosta, alertó de que la gobernanza climática mundial sigue atrapada en el tecnicismo, reclamando un giro hacia la ecología integral, el bien común y la justicia para los pueblos más vulnerables

En el marco de la 30ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima (COP30), el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM) impulsa espacios propios de diálogo para situar en el centro la mirada ética sobre la crisis climática. Este jueves, se celebró el panel “Diálogo socioambiental para la paz: adaptación y transición justa”, donde voces eclesiales, académicas y empresariales abordaron los vínculos entre justicia climática, desigualdad y paz social.

Entre las intervenciones destacó la del director de Ecología Integral de la CEE, Eduardo Agosta, quien planteó una tesis clara: el Acuerdo de París está fracasando porque se ha ignorado el fundamento moral y ético que, en su opinión, pueden ofrecer Laudato si’ y la Doctrina Social de la Iglesia. Según explicó, la comunidad internacional continúa abordando una crisis profundamente humana como si fuera un problema meramente técnico, desligado de la dimensión espiritual, social y cultural que la sostiene.

Una crisis abordada “como si fuera divisible”

Agosta sostuvo que la respuesta multilateral sigue atrapada en un pensamiento fragmentado que divide la crisis en mitigación, adaptación y pérdidas y daños, cuando en realidad se trata de una única crisis socioambiental marcada por la vulnerabilidad y la desigualdad. Desde la perspectiva de la ecología integral, reclamó superar esta lógica tecnocrática y asumir que la dignidad humana debe ser el criterio que oriente todas las decisiones, incluida la necesidad de un tratado verdaderamente vinculante para abandonar los combustibles fósiles.

Durante su intervención criticó el individualismo que, en su opinión, ha impregnado el Acuerdo de París al privilegiar el “interés nacional” sobre el bien común global. Para Agosta, este enfoque conduce a transiciones energéticas desiguales que pueden derivar en formas de “nuevo colonialismo” en la extracción de recursos. Frente a ello, defendió que la única vía legítima es una auténtica transición justa, entendida como un proceso que redistribuya cargas y beneficios, respete derechos y evite sacrificar comunidades en nombre de la economía verde.

El grito de la tierra y de los pobres como criterio moral

La tercera línea de acción propuesta se centró en combatir las desigualdades estructurales. Agosta insistió en que la crisis climática solo se resolverá si se sitúa en el centro el “grito de la tierra y el grito de los pobres”. Desde esa perspectiva, reclamó una justicia financiera que incluya el reconocimiento y pago de la deuda ecológica acumulada durante décadas, así como el llenado del Fondo de Pérdidas y Daños no como gesto caritativo, sino como exigencia de justicia ante comunidades que ya sufren los efectos irreversibles del calentamiento global.

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En la parte final de su intervención, Agosta abordó dos asuntos de creciente importancia en los países amazónicos y en las zonas de transición energética: el diálogo entre comunidades locales y empresas, y la construcción de paz social. Sostuvo que el diálogo es posible, pero solo si deja de ser una negociación de poder y se asienta en tres condiciones básicas: reconocer la “dignidad infinita” de las comunidades, pasar de la “responsabili­dad social” corporativa a modelos de “ecología integral” que generen bien común y adoptar métodos que partan de los sueños y proyectos culturales de la población afectada, no de planes empresariales ya definidos.

La paz climática como tarea política y comunitaria

Respecto a la paz social, Agosta subrayó que los puentes de paz no eliminan el conflicto, sino que lo transforman desde la fraternidad. Para ello propuso fortalecer instituciones justas que antepongan el bien común a los intereses corporativos, avanzar en acuerdos locales medibles y transparentes que apliquen criterios de justicia financiera y promover relaciones humanas basadas en la “amistad social” y la amabilidad, creando espacios permanentes de diálogo donde sea posible humanizar al adversario.

Agosta concluyó señalando que sin el “alma moral” de la Doctrina Social de la Iglesia (ecología integral, fraternidad y justicia) los compromisos técnicos del Acuerdo de París seguirán siendo letra muerta.