Díaz Abajo: “La pastoral obrera debe ser de toda la Iglesia y no un ámbito especializado”

Díaz Abajo: “La pastoral obrera debe ser de toda la Iglesia y no un ámbito especializado”
La ponencia La pastoral obrera en la pastoral general de la Iglesia impartida por Fernando Díaz Abajo en la apertura del curso 2025-2026 del Aula Rovirosa-Malagón, ha reivindicado que el trabajo es ámbito esencial de la misión. Sosteniendo que la pastoral obrera no puede quedar confinada en ámbitos especializados, sino tarea de toda la Iglesia. Reclamando comunidades capaces de hacer “lectura creyente de la realidad”, presencialidad en los ambientes obreros, nuevos ministerios laicales y una “profunda conversión pastoral” que acompañe los sufrimientos, luchas y esperanzas del mundo del trabajo

Díaz Abajo abrió su intervención, este jueves en el Instituto Superior de Pastoral, recordando que “el trabajo es un lugar humano y un lugar teologal” y que, por ello, constituye “un ámbito privilegiado e incuestionable de la presencia eclesial”.

Desde esa convicción, sostuvo que la Iglesia no puede evangelizar sin encarnarse en la vida cotidiana y laboral de las personas: “La presencia es la primera condición”.

Pero añadió que esta presencia debe ser “una presencia cualificada, una presencia para acompañar la vida de las personas”, de manera que la comunidad cristiana contribuya a construir “otra mentalidad, otra cultura a través del Evangelio que se va haciendo vida”.

Un anuncio que incluye el trabajo, la justicia y la liberación

Díaz Abajo insistió en que la evangelización conlleva un mensaje explícito “sobre los derechos y deberes de toda persona humana, y, de modo especial, sobre el trabajo humano”, así como sobre la vida familiar, comunitaria e internacional, la paz, la justicia y “un mensaje, especialmente vigoroso en nuestros días, sobre la liberación”.

Citando el Compendio de la Doctrina Social, subrayó que Dios “no redime solamente la persona individual sino, también, las relaciones sociales”, por lo que la transformación de la sociedad es una tarea confiada a la comunidad cristiana.

Esta transformación no puede quedarse en conceptos. “La evangelización ha de traducirse en actitudes, comportamientos, estilos de vida, prácticas personales y comunitarias”, señaló. Por ello, defendió la unión inseparable entre caridad y justicia, recordando que “el amor de Dios, derramado en nuestros corazones, impulsa la búsqueda de la justicia como camino para amar al hermano”.

Una pastoral obrera que atraviese toda la vida eclesial

El núcleo de su intervención fue la afirmación de que la pastoral obrera debe ser “una pastoral de toda la Iglesia y para toda la Iglesia”. Advirtió que una evangelización segmentada “pierde capacidad evangelizadora y pastoral”, y reclamó que las claves teológicas y antropológicas del trabajo humano orienten la acción pastoral en su conjunto.

Para ello, subrayó que es urgente reconfigurar la vida parroquial: “Nuestras parroquias… necesitan retomar los lugares sociales… como lugares originarios de presencia eclesial”. Propuso que las comunidades aprendan a hacer “lectura creyente de la realidad” y sean “verdaderamente Iglesia en salida, Iglesia de puertas abiertas”, acogiendo en la oración y la liturgia la vida concreta del mundo obrero: “Necesitamos que las comunidades parroquiales acojan la vida del mundo obrero, para iluminarla con el Evangelio”, planteó.

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En un plano más estructural, reclamó “el reconocimiento de ministerios laicales… orientados directamente a la misión evangelizadora del cuidado del trabajo, de la presencia misionera en las periferias existenciales del mundo obrero”.

Además, pidió integrar los movimientos apostólicos obreros en la vida parroquial, sin desdibujar su identidad, y situar la Doctrina Social de la Iglesia y la pastoral del trabajo en la formación de seminaristas.

Hacia una pastoral profética

Díaz Abajo situó la dimensión profética como parte irrenunciable de la pastoral obrera, llamando a las comunidades a ser “místicos de ojos abiertos, capaces de ver más allá de lo superficial”. La denuncia de las causas de la injusticia solo puede brotar del discernimiento creyente de la vida obrera. Recordó una de las afirmaciones más rotondas del papa Francisco sobre esto: “Donde no hay trabajo, falta la dignidad”. Y subrayó que la Iglesia debe “hacer posible la inclusión social de los empobrecidos del mundo obrero”, porque la opción por los pobres “es una opción implícitamente cristológica”.

Su intervención concluyó con una apelación directa: “Tenemos que acoger en nosotros una profunda conversión pastoral”. Esa conversión implica pasar de hablar de las personas empobrecidas a acompañar su camino de liberación, revisar estilos de vida y prácticas comunitarias, abandonar presencias que reproducen el sistema socioeconómico dominante y articular lenguajes y espacios nuevos para acoger a quienes viven la precariedad.

Ser cristiano, “no es pasarse el día en el templo”, recordó. La fe se vive en la vida cotidiana, en el trabajo, en la familia, en la calle. Y solo desde esa vida puede ofrecerse en la Eucaristía “nuestra acción de gracias”.