Ante la cumbre del clima de Brasil

La próxima cumbre del clima, conocida por sus siglas como COP30, se celebrará en Belém (Brasil) entre el 10 y el 21 de noviembre. Tanto por haber transcurrido 10 años desde la de París como por la redondez de la cifra, esta Conferencia no será una más, esperándose acuerdos de trascendencia. Llega en un momento en que la temperatura ascendió 1,5ºC en 2024 (la que en París se había marcado como objetivo), y con unas concentraciones de dióxido de carbono de 427 partes por millón, lo que muestra una tendencia creciente que comparten el resto de los gases de efecto invernadero.
El hecho climático, como el ambiental en general, debe ser abordado desde diferentes perspectivas, desde la política-institucional hasta la actuación personal. Ciertamente, es una buena noticia que 193 países se reúnan al más alto nivel para tratar el clima, lo que demuestra que el problema se ha percibido y existe voluntad de resolverlo, pese a los intereses, no siempre convergentes de algunas corporaciones y gobiernos.
Ya se han presentado planes climáticos por parte de 74 Estados; aún faltan, pero es un paso que revela interés e implicación. Se han marcado seis líneas alrededor de las que girará la Cumbre; la primera hace referencia a la conservación de los bosques tropicales, refrigerantes del clima, albergues de biodiversidad y protectores de epidemias. Se tratan por celebrarse en un país donde sus importantes reservas forestales no siempre permanecen protegidas.
Se hablará también de financiación: es imprescindible ayudar a quienes más sufren la crisis climática y menos intervienen en su generación. Serán necesarios 8.000 millones de dólares anuales para que alcancen sus compromisos, mientras hoy apenas se alcanzan los 2.000. Y se colocará la adaptación en el importante lugar que le corresponde ya que, admitida la progresiva subida de las temperaturas, no queda sino protegerse a través de entornos seguros (urbanos, laborales, escolares). Aunque sin olvidar la mitigación, es decir, la reducción de emisiones, lo que supone encaminarse hacia el final de los combustibles fósiles, trasladando sus subvenciones a las renovables. Sería suicida resignarse a un inevitable ascenso térmico, cuando más bien se trata de frenarlo y revertirlo, lo que solo es posible transformando radicalmente sus causas.
Se hace también una llamada a todos los agentes (regiones, ciudades, empresas) para que realicen su parte. Y se revisarán las metas para 2035, advirtiendo la lentitud en señalarlas, pues se posterga lo que en un principio se marcaba para años anteriores. Con todo, el problema de fondo es lograr acuerdos vinculantes que superen las declaraciones bienintencionadas. Y hoy ya se precisa ambición, unidad y apremio, pues dañar el clima –la vida de la vida- es hacerlo a lo que nos protege, y nada habría más insensato que romper los pilares que nos sostienen.
Como sociedad civil conviene estar atentos a los debates y acuerdos, tomando la protección del clima –del medio ambiente- como condición de nuestra supervivencia. Por eso es bueno que se escuche su voz, capaz de llegar a los gobiernos, nacionales y locales, para que acompañen e implementen las medidas necesarias que protejan personas y entorno. Sin escuchar negacionismos ideológicos que permiten opinar sobre realidades científicas.
Granada no será una excepción en este proceso reivindicativo, ya que las entidades de la sociedad civil se han agrupado en una mesa participativa. Cada cual tome, pues, su responsabilidad y responda afirmativamente a este desafío histórico. Toda actitud (ahorro, eficiencia, reciclaje, moderación en la movilidad y el consumo…) aporta. La crisis climática tiene muchas fuentes por lo que necesita el concurso de todos para su resolución, desde las cumbres internacionales a la ciudadanía responsable.

Doctor en Química.
 Presidente de la Asociación Española de Educación Ambiental



