Tres modalidades de contar con presbíteros extranjeros y extradiocesanos

Tres modalidades de contar con presbíteros extranjeros y extradiocesanos

Existen, por tanto, tres diferenciadas implementaciones de “contar con presbíteros extranjeros y extradiocesanos” que, obedeciendo a diversas urgencias teológico-pastorales, es preciso tener presente.

Está, en primer lugar, la colaboración “fraterna y desinteresada” de los presbíteros “Fidei donum” y la “cooperación misionera” de los restantes. Me encuentro, en segundo lugar, con la contraprestación cultual y pastoral de los ministros ordenados “Fidei donum” y, finalmente, con la instrumentalización de todos ellos.

Vayamos, como siempre, por partes

Primera modalidad: la colaboración “fraterna y desinteresada” y la “cooperación misionera”

Cuando se analiza la primera de las implementaciones, la tipificada como “cooperación misionera” y como colaboración “fraterna y desinteresada”, hay que reconocer que la presencia de la gran mayoría de los presbíteros extranjeros y extradiocesanos suele ser una magnífica oportunidad- para percatarse y experimentar qué es ser “católico” y multicultural, es decir, para saber, teórica y prácticamente, en qué consiste profesar y compartir una misma fe en el marco de una gran y rica diversidad de pueblos, países, culturas, tradiciones, nacionalidades, lenguas e, incluso, ritos religiosos y litúrgicos. Y otro tanto hay que decir en referencia a los laicos, laicas, religiosos y religiosas, extranjeros y extradiocesanos, ya sea de manera individual u organizada.

Pero eso -gsiendo importante– no es todo. Hay más. Muchos de los cristianos y cristianas de las parroquias a las que sirven estos presbíteros –sean “cooperadores misioneros” o “Fidei donum”– reconocen y valoran muy positivamente su amabilidad y disponibilidad, así como su creatividad, sobre todo, cultual y el cuidado de la liturgia. Es incuestionable que nos encontramos –manifiestan tales cristianos y cristianas– con unos ministros ordenados que ayudan a rezar. Y que lo facilitan porque preparan con mimo y particular interés todo lo referido a la celebración sacramental y a las devociones populares.

Además, al mantener con los feligreses unas relaciones presididas por la sencillez y la cercanía, muchos de ellos acaban siendo personas particularmente entrañables y queridas.

Estos son algunos puntos positivos que no solo valen para los presbíteros extranjeros y extradiocesanos que desempeñan una tarea pastoral en términos de “cooperación misionera”, sino también para los amparados por el programa “Fidei donum” que puedan tener una presencia en la vida pastoral de la diocesis en términos de contraprestación. E, igualmente, vale para los que –por las razones que sean– se ven inmersos en un conflicto –por ejemplo, de comunión eclesial– para el que no están preparados ni debidamente informados y que, por ello, corren el riesgo de ser manipulados.

Pero el reconocimiento de estas bondades viene acompañado de tres autorizadas aportaciones que buscan mejorar la modalidad de “cooperación misionera” y la colaboración “fraterna y desinteresada” entre iglesias hermanas: en primer lugar, la del arzobispo de Xalapa (Méjico), mons. Jorge Carlos Wong, secretario para los Seminarios en la Congregación para el Clero entre 2013 y 2021, sobre el acompañamiento académico y pastoral.

En segundo lugar, la del teólogo y obispo de Odienné (Costa de Marfil), Alain Clément Amiézi, sobre la idealización del catolicismo africano en muchas diócesis del primer mundo.

Y, en tercer lugar, la del cardenal Ignace Bessi Dogbo, arzobispo de Abiyán –también en Costa de Marfil– sobre la preocupante negativa de algunos de estos presbíteros –en particular, de los africanos– a regresar a sus diócesis de origen.

El acompañamiento académico y pastoral

En general – -recuerda mons. Jorge Carlos Wong– los presbíteros “son enviados a España por sus obispos diocesanos o superiores de una congregación religiosa para continuar su formación permanente dentro de un contexto de especialización académica y de la misión ‘Fidei donum’. La mayoría lo hace por un tiempo determinado, para volver a su Iglesia de origen”.

La adaptación de los presbíteros que llegan de África y Asia -prosigue- es muy diferente de la que experimentan quienes proceden de América Latina ya que hay, en estos últimos y a diferencia de los africanos y asiáticos, una indudable cercanía, tanto eclesial como lingüística y cultural, que facilitan su inserción.

Pero, tanto unos como otros, tienen que afrontar un “verdadero itinerario de conversión personal” y pastoral cuando empiezan a vivir su fe y ministerio en una Europa “altamente secularizada”.

Es entonces cuando se percatan de que “todas las preparaciones previas se pueden mejorar, especialmente en las motivaciones humanas y espirituales”.

Y es entonces cuando se descubre la importancia de dedicar “más tiempo al acompañamiento y diálogo permanente con cada sacerdote de parte de los obispos y encargados de la formación permanente de las diócesis de origen y de las que sirven”. Y de escucharlos respetuosamente.

He aquí una oportuna y necesaria aportación que busca –así lo entiendo– mejorar la implementación, en este caso, del programa “Fidei donum” y la “cooperación misionera” de presbíteros en las iglesias del primer mundo. Es una observación que vale, igualmente, para los seminaristas y bautizados o bautizadas latinoamericanos, asiáticos y africanos.

Evidentemente, se trata de un acompañamiento que se interesa por facilitar la formación y cualificación teológica, espiritual, pastoral y eclesial del presbítero extranjero y que nada tiene que ver con la cercanía interesada que, buscando ponerlo de parte del obispo en una diócesis con problemas de comunión, acaba instrumentalizándolo y, por ello, victimizándolo.

La idealización del cristianismo africano

Y también contamos, en segundó lugar, con la crítica consideración que ofrece el teólogo africano –y, en la actualidad, obispo de Odienné (Costa de Marfil)– Alain Clément Amiézi sobre la estrategia pastoral de pretender revivificar las iglesias europeas occidentales recurriendo a los presbíteros africanos y, en particular, centroafricanos.

Este teólogo y obispo advierte “contra la idealización del cristianismo africano y la fascinación por su número de bautizados”. Y lo hace señalando “que el crecimiento en el número de católicos en África se debe más al incremento de la población que al éxito de la evangelización”: “estamos produciendo -sostiene- bautizados, no cristianos” ya que “les damos los sacramentos, sin evangelizarlos”.

Ello quiere decir, como muy bien saben quienes han vivido en un régimen de cristiandad, que “las iglesias africanas mantienen a la población en una religión infantil en lugar de ofrecerles una catequesis profunda, y que se contentan con un sincretismo” o, lo que es lo mismo, con mezclar acríticamente la singularidad del Evangelio y del programa de Jesús con los dictados de la tradición y de la cultura del país.

Entiendo que es una observación que no se puede descuidar, en particular, cuando se analice la presencia (académica y pastoral) en muchas de nuestras iglesias locales, sobre todo, de una buena parte de los presbíteros africanos.

No solo interesa conocer la consistencia (o no) de esta crítica observación sobre el supuesto infantilismo y sincretismo de dichos ministros ordenados, sino, de manera particular, la incidencia de las tradiciones y de las culturas de sus respectivos países de origen en la configuración de sus discursos teológico-pastorales en lo referido, por ejemplo, al control de la natalidad, a la homosexualidad, a la monogamia y poligamia, a la comprensión y ejercicio de la autoridad o a la gestión y administración del dinero y de los bienes eclesiales.

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Y creo que también interesa conocer las dificultades que puedan tener -o que puedan estar teniendo algunos de ellos- para desenvolverse pastoralmente y en unas iglesias locales de acogida que, como las del primer mundo, vienen experimentando estos últimos tiempos una gran evolución en todo lo referido no solo a la moral sexual o a la pastoral familiar, sino también a la corresponsabilidad eclesial o a la presidencia de la comunidad cristiana que, por cierto, no es únicamente cultual, sino que ha de estar articulada con la palabra o la evangelización, con la caridad y la justicia y con la ministerialidad bautismal.

Habrá que retomar este asunto –el de la “pastoral integral” o articuladora– más adelante en la importancia que tiene para evaluar cualquier proyecto o estrategia pastoral, no solo la consistente en contar con presbíteros extranjeros y extradiocesanos.

Los presbíteros que no quieren regresar a sus diócesis de origen

Finalmente, es necesario no descuidar la observación critica del cardenal Ignace Bessi Dogbo, arzobispo de Abiyán en Costa de Marfil: hay presbíteros que no desean volver a sus iglesias locales de origen y que, por ello, deciden “ir por libre”, deambulando de unas diocesis europeas o estadounidenses a otras o intentando afincarse en alguna de ellas, es decir, incardinarse. Es innegable, sostiene, que proceden de esta manera movidos por el disfrute de una incuestionable calidad de vida, más allá del discurso teológico, espiritual o de conveniencia con el que intenten revestir o envolver tal decisión.

El contacto con Occidente y con sus innumerables facilidades de todo tipo-continúa el cardenal Ignace Bessi- “aleja el corazón de quienes, al carecer de la solidez basada en la oración, terminan cayendo bajo el hechizo del ‘Mamón’”. Por eso, no están dispuestos a volver a sus diocesis de origen: ya no quieren continuar con “las difíciles condiciones de vida” que se padecen en el continente africano. “Sabemos muy bien, prosigue, que nadie puede servir a la vez a Dios y al dinero. Lamentablemente, esta “idolatría” “afecta a un número cada vez mayor de sacerdotes año tras año”. Para ellos, “el amor al dinero” acaba agostando su amor a la Iglesia.

Es una situación –continúa– que solo puede ser reconducida si los obispos firmantes de los acuerdos de cooperación misionera o de colaboración “Fidei donum” deciden poner fin a este fenómeno; algo que pasa por cumplir el contrato que los vincula y “no caer en la tentación de desviarse del acuerdo firmado”.

Esta última llamada a la responsabilidad vuelve a recordar, no anula la necesidad de seguir rezando para que “los sacerdotes africanos que permanecen en Occidente” “no se alejen de su diócesis por amor al dinero”.

He aquí otra importante consideración que, además de llamar la atención sobre la calidad de la formación espiritual, eclesiológica y teológica de los presbíteros africanos –“cooperantes misioneros” o “Fidei donum”– evidencia el alto riesgo de que las iglesias africanas de origen acaben padeciendo una aguda debilidad ministerial, así como el toque de atención a las diócesis de acogida sobre su fidelidad al objetivo fundamental del contrato de “cooperación misionera” o “en misión” firmado o del programa “Fidei donum”: facilitar, en este último caso, la formación necesaria para contribuir al enriquecimiento teológico, espiritual y pastoral de sus diocesis de origen. Y regresar a su iglesia local, una vez finalizado el contrato en el caso de la llamada “cooperación misionera” o “en misión”.

Finalmente, es también un importante toque de atención que conviene tener muy presente, en particular, cuando estos presbíteros reciban encomiendas pastorales vinculadas a la gestión y administración de bienes eclesiales.

La segunda y tercera modalidad: la contraprestación y la instrumentalización

Una vez reconocida la incuestionable bondad y riqueza de que existan presbíteros “cooperantes misioneros” y “Fidei donum” –con las cautelas reseñadas– toca adelantar la segunda y la tercera de las implementaciones.

La segunda, es la que pasa por la colaboración de los presbíteros “Fidei donum” prestando determinados servicios cultuales –por ejemplo, la celebración eucarística– en la diócesis de acogida. Pero puede suceder que, a veces, tal colaboración derive –en especial, si media una ayuda económica– en una contraprestación pastoral que lleve, por ejemplo, a tener un nombramiento de responsable pastoral de una o varias parroquias. No es de extrañar que, con el pasar del tiempo, dicha contraprestación acabe en una incardinación, ya sea a petición del presbítero o por sugerencia o indicación de los responsables pastorales del lugar. Es una posibilidad que se abre tanto para estos presbíteros como para los “cooperantes misioneros”.

Y la tercera, es la que recurre al servicio ministerial –tanto de los presbíteros “Fidei donum” como de los “cooperantes misioneros”– para intentar resolver, además de un déficit de ministros ordenados o una baja matriculación en la Facultad de teología o en el Centro de Estudios teológicos, un grave problema de comunión entre el prelado del lugar y una parte notable del presbiterio diocesano y de la feligresía.

El diagnóstico de la segunda y tercera de las implementaciones pone encima de la mesa un par de cuestiones, referidas, la primera de ellas, a la fiscalización –para nada, acompañamiento– a la que se encuentra sometida en, al menos, una diócesis la formación teológica de los presbíteros extranjeros y extradiocesanos. Y la segunda, a la instrumentalización pastoral a la que también quedan sometidos una parte de ellos.

Estas dos últimas, las abordaré en la siguiente entrega