Odio, luego existo. Odio, luego soy alguien importante y defiendo mi país

Odio, luego existo. Odio, luego soy alguien importante y defiendo mi país
FOTO | Martín C, Vía Europa Pres

Buscamos y luchamos en la vida por forjar nuestra identidad: quiénes somos, lo que nos gustaría ser, incluso, nos preguntamos por el origen de la vida y si después de la muerte, cuando cerremos los ojos definitivamente, hay vida y, en caso de haberla, cómo sería.

Nuestra vida la ciframos en lo que somos y darle consistencia y sentido a lo largo de nuestra existencia; por eso, alguien articuló: “Pienso, luego existo”. Porque pensar nos hace caminar buscando un proyecto de vida que nos dé sentido a nuestro tiempo vital. Posteriormente, le añadimos la palabra «siento» como un elemento vivencial fundamental para calificar la vida como un espacio con tintes de felicidad o mediocre o insoportable, sabiendo que siempre se dan las tres realidades en cada persona en diversos momentos.

Los sentimientos y los pensamientos se unen, «van de la mano» para dar vida a la existencia en proyectos basados en valores y principios éticos como horizonte, aunque con mucha frecuencia nos alejamos de ellos y los traicionamos cuando elegimos los caminos de la injusticia, de la violencia, de la explotación, de las guerras y cuando generamos nuevas esclavitudes.

Ahora estamos en un tiempo marcado por el odio, en una cultura y en un sistema social donde odiar configura una personalidad de sentirse alguien, de sentirse importante, de sentirse superior antropológicamente a aquellas personas y colectivos que desprecio y criminalizo; los considero delincuentes, vividores, que merecen el rechazo, el dominio y el control social.

Mi odio y mi odio compartido con otra gente los convierte en una amenaza, en enemigos, en quienes hay que alejarlos, encerrarlos, ilegalizarlos, que pierdan sus derechos y deportarlos y, en caso de necesitarlos, utilizarlos como mano de obra barata y explotarlos y nunca tratarlos como personas.

Mi odio convierte “a los míos” en excepcionales, en extraordinarios, en defensores de la patria, una antipatria menguada con tantas exclusiones, y con un deber: defendernos de los que odiamos, atacarles, despreciarles y depreciarles, dejarlos sin humanidad, y atribuirles todos los males y la causa de todos los problemas.

El odio mata el ser humano que llevamos dentro, mata a esa humanidad que está en nuestro interior y mata a la trascendencia que nos hace abrirnos a los demás y tratarlos con dignidad humana. El odio nos prohíbe empatizar, no prohíbe acoger, abrazar, nos prohíbe cambiar este mundo de saqueo de países por un comercio justo y nos prohíbe comprender que si saqueamos sus territorios ellos buscarán otros lugares en busca de paz y bienestar.

El odio es irracional y no es de extrañar que personas que conocen a migrantes, por ejemplo, y tienen una relación de amistad sólida piensen que los migrantes son mala gente, porque piensan que sus amigos migrantes son una excepción. Oímos mucho esa expresión que afirma que los migrantes son mala gente, pero la persona que cuida de mis padres sí es buena y los trabajadores y trabajadoras de sus campos también son buena gente y honestos. Cuando les hace ver la contradicción, se enfadan y mantienen el odio. Lo irracional del odio no te hace pensar, solo sentir violencia.

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El odio es irracional porque utiliza esa fórmula tan simplista, pero tan eficaz, de atribuirle el delito de una persona al resto del colectivo que pertenece y, cuando alguien realiza un acto plausible, heroico, solo silencio. Ni qué decir de las noticias falsas y de los bulos. El miedo es la antesala del odio.

¡Qué difícil es cambiar el odio por el amor, por la empatía, por la compasión, por la misericordia!

La cultura del amor consiste en provocar encuentros de diálogo, en conocimiento mutuo. Cuando nos escuchamos nos comprendemos y abrimos la puerta de la empatía, que es la antesala del amor y la fraternidad.

La cultura del amor consiste en la sensibilización y en la concienciación social para llegar al corazón de la gente que sufre, entender el por qué una persona deja su vida y arriesga su vida o comprender y respetar a quien es diverso y diferente.

La cultura del amor consiste en denunciar y señalar el odio, quien lo comete, quien lo justifica y quien lo legitima desde la indiferencia o quien tiene la obligación legal de hacerlo y no lo hace. Hay que comprometerse con esa valentía que nace del humanismo y del cristianismo y que quiere la transformación social y la conversión personal.