La ‘hybris’ destructiva de Trump: de la demolición del ala este de la Casa Blanca al derribo de la democracia occidental

En la película de terror de 1979 Cuando llama un extraño, la policía alerta a una niñera que está recibiendo llamadas telefónicas amenazantes y le dice: “Hemos rastreado la llamada. Viene del interior de la casa”. En Washington DC, la realidad se asemeja a la ficción, ya que la propia Casa Blanca está siendo atacada y, al igual que en la película, el perpetrador del ataque se encuentra dentro del edificio.
El presidente Donald Trump ordenó abruptamente la demolición de todo el ala este de la Casa Blanca, un edificio que fue construido por trabajadores esclavizados durante la década de 1790 en un terreno designado por George Washington y que pertenece al pueblo de Estados Unidos, no a Trump. Si bien la Casa Blanca es considerada la “Casa del Pueblo”, aparentemente no hay forma de evitar que Trump utilice una bola de demolición para destruirla.
La demolición del ala este del edificio ofrece una metáfora perfecta de lo que Trump está haciendo con los pilares institucionales de nuestra democracia: derribarlos con arrogancia autoritaria, sin responder ante nadie, al tiempo que erige otro estridente monumento a su persona.
La demolición dará lugar a la construcción de un enorme salón de baile de más de 8.300 metros cuadrados —más de una vez y media el tamaño de un campo de fútbol americano—, del que Trump se jacta que tendrá una capacidad para 1.000 personas. La imagen digital del salón de baile de Trump muestra una una sala cavernosa con adornos dorados que revelan la obsesión del presidente por el recubrimiento en oro, un estilo que el escritor Garrett Graff ha comparado con el de la “arquitectura del Kremlin”.
En julio, después de que la Casa Blanca anunciara planes para construir el salón de baile, Trump dijo:
“La remodelación no afectará al edificio actual. Estará cerca, pero no lo tocará, y respetará totalmente el edificio existente, del que soy el mayor admirador. Es mi favorito. Es mi lugar favorito. Me encanta”.
Trump ha mentido muchas veces, y esta no es una excepción. Lejos de quedar intacta, el ala este de la Casa Blanca ha sido completamente demolida. En cuanto a su amor por el edificio histórico, un compañero de golf de Trump le dijo en 2017 a la revista Golf Magazine que, mientras jugaban al golf, el mandatario estadounidense había dicho: “Esa Casa Blanca es una auténtica pocilga”.
El mandatario estadounidense ha ignorado por completo los precedentes y el proceso legal para realizar cambios tan drásticos en la Casa Blanca. En una carta dirigida a la Comisión Nacional de Planificación de la Capital, que actualmente está controlada por personas designadas por Trump, la organización sin fines de lucro Fondo Nacional para la Preservación Histórica escribió: “Estamos sumamente preocupados de que el tamaño y la altura de la nueva construcción propuesta, cuya superficie es de más de 8.300 metros cuadrados, resulten excesivos en relación con la propia Casa Blanca, así como la posibilidad de que estos también puedan alterar de forma permanente el diseño clásico cuidadosamente equilibrado del edificio”. Tal como lo leyeron, el salón de baile es mucho más grande que la propia Casa Blanca.
Trump ya ha realizado otros cambios en el edificio histórico, incluida la pavimentación del Jardín de las Rosas, que fue concebido por la primera dama Jaqueline Kennedy.
Asimismo, el mandatario estadounidense también reveló que planea construir un arco monumental, inspirado en el Arco del Triunfo de Francia, en la Explanada Nacional de Washington DC para el 250 aniversario de la independencia de Estados Unidos, que se celebrará el 4 de julio de 2026. Cuando la cadena CBS le preguntó para quién era el arco, Trump respondió: “Para mí”. La gente ha empezado a llamarlo el “Arco de Trump”.
En respuesta a las crecientes críticas por la demolición del ala este de la Casa Blanca, el Gobierno estadounidense emitió un comunicado que, en parte, dice: “La izquierda desquiciada y los paladines de las noticias falsas aliados a ella se rasgan las vestiduras por el visionario proyecto de construcción de un gran salón de baile del presidente Donald J. Trump, cuya financiación proviene de capitales privados”.
Esa supuesta financiación privada merece ser destacada. El costo estimado del salón de baile se ha incrementado de 200 millones de dólares a más de 300 millones de dólares, y su construcción ciertamente requerirá el uso de una cantidad significativa de recursos y personal de agencias que son financiadas por los contribuyentes, como el Servicio Secreto.
Esto se produce en medio de la paralización de los servicios del Gobierno federal, que ha provocado la suspensión y el despido de miles de trabajadores federales, y cuando los impactos draconianos del llamado “gran y hermoso proyecto de ley” presupuestario de Trump están afectando a millones de estadounidenses, ya sea por el aumento de las primas de los seguros médicos o por la eliminación de beneficios del Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria, entre otras cosas.
Llamemos a esta construcción, con el debido sarcasmo, la “gran y hermosa remodelación” de Trump.
Según se informa, entre las grandes empresas que financian la construcción del salón de baile se encuentran los gigantes tecnológicos Apple, Google, Meta, Microsoft, Amazon y Palantir; los contratistas militares Lockheed Martin y Booz Allen; la plataforma de criptomonedas Coinbase; la compañía de medios Comcast; la empresa de telecomunicaciones T-Mobile y el productor de cigarrillos Altria.
Esta generosidad empresarial claramente tiene como finalidad ganarse el favor de Trump, quien se maneja de manera abiertamente transaccional, al tiempo que busca ejercer un control autoritario sin precedentes.
El Congreso estadounidense, controlado por los republicanos, ha abdicado por completo de su función de supervisión, y los tribunales federales, que intentan ponerle un freno a la ambición autoritaria de Trump, en definitiva están subordinados a la Corte Suprema de Estados Unidos, que cuenta con tres jueces designados por el presidente y una mayoría conservadora de seis votos contra tres que le otorga a Trump una y otra vez más poder al emitir fallos favorables a él.
Es por eso que el presidente Trump y quienes impulsan su conducta quedaron tan abiertamente perturbados por las protestas masivas que se llevaron a cabo el sábado pasado en todo Estados Unidos, las cuales fueron organizadas bajo el lema “Día sin Reyes”.
Más de siete millones de personas, desde Maine hasta Alaska y Hawái, tanto en estados tradicionalmente republicanos, como en estados tradicionalmente demócratas, salieron a las calles para rechazar el autoritario proyecto de concentración de poder de Trump.
Con increíble creatividad y de manera absolutamente pacífica y no violenta, los manifestantes dijeron básicamente lo que los autores de la Constitución de Estados Unidos escribieron unos pocos años antes de que los trabajadores esclavizados colocaran la piedra angular de la Casa Blanca: “En Estados Unidos, no hay reyes ni monarcas”.

Amy Goodman, periodista estadounidense, es la directora de Democracy Now!, medio de comunicación independiente de noticias internacionales. Denis Moynihan es colaborador de Democracy Now!



