Discurso de León XIV al V Encuentro Mundial de Movimientos Populares

Discurso de León XIV al V Encuentro Mundial de Movimientos Populares

Queridos hermanos y hermanas:

Es la primera vez que tengo la alegría de encontrarme con ustedes, continuando el camino iniciado por el Papa Francisco, quien, en estos años, ha mantenido un diálogo frecuente con su realidad, destacando su importancia profética en el contexto de un mundo marcado por problemas de diversa índole.

Una de las razones por las que elegí el nombre “León XIV” es la Encíclica Rerum Novarum, escrita por León XIII durante la Revolución Industrial. El título Rerum Novarum significa “cosas nuevas”. Ciertamente hay “cosas nuevas” en el mundo, pero cuando hablamos de ellas, generalmente adoptamos una “mirada desde el centro” y nos referimos a cosas como la inteligencia artificial o la robótica. Sin embargo, hoy me gustaría mirar las “cosas nuevas” con ustedes, partiendo desde la periferia.

Ver las “cosas nuevas” desde la periferia

Hace más de diez años, aquí en el Vaticano, el Papa Francisco les dijo que habían venido a plantar una bandera. ¿Qué es lo que proclamaba? “Tierra, techo y trabajo”¹. Era una “cosa nueva” para la Iglesia, ¡y era algo bueno! Haciéndome eco de las peticiones de Francisco, hoy reafirmo: la tierra, el techo y el trabajo son derechos sagrados por los que vale la pena luchar. Quiero que me oigan, que me escuchen decir: “¡Estoy con ustedes! ¡Estoy con ustedes!”.

¿Es realmente “algo nuevo” pedir tierra, techo y trabajo para los excluidos? Desde la perspectiva de los centros de poder mundial, ciertamente no; quienes gozan de seguridad financiera y un hogar confortable pueden considerar estas demandas como obsoletas. Las cosas verdaderamente “nuevas” parecen ser los vehículos autónomos, los artículos o la ropa de última tendencia, los teléfonos móviles de alta gama, las criptomonedas y cosas similares.

Sin embargo, desde las periferias se perciben las cosas de manera diferente. La pancarta que ustedes enarbolan es tan actual que merece un capítulo completo en el pensamiento social cristiano sobre los excluidos en el mundo contemporáneo.

Esta es la perspectiva que deseo transmitir: las cosas nuevas vistas desde la periferia y su compromiso, que no se limita a la protesta, sino que también busca soluciones concretas. Las periferias a menudo invocan justicia y ustedes no gritan “por desesperación”, sino “por deseo”: su voz se alza buscando soluciones en una sociedad dominada por sistemas injustos. Y no lo hacen con microprocesadores o biotecnologías, sino desde el nivel más elemental, con la belleza de la artesanía. Y esto es poesía: ustedes son “poetas sociales”².

Hoy vuelven a enarbolar la bandera de la tierra, el techo y el trabajo, caminando juntos desde un centro social, Spin Time, hasta el Vaticano. Este caminar juntos da testimonio de la vitalidad de los.movimientos populares como constructores de solidaridad en la diversidad. La Iglesia debe estar con ustedes: una Iglesia pobre para los pobres, una Iglesia que se inclina, una Iglesia que asume riesgos, una Iglesia valiente, profética y alegre.

Lo que considero más importante es que su servicio esté animado por el amor. Conozco realidades y experiencias similares en otros países, auténticos espacios comunitarios rebosantes de fe, esperanza y, sobre todo, de amor, que sigue siendo la mayor de todas las virtudes (cf. 1 Cor 13,13). De hecho, cuando se crean cooperativas y se genera trabajo para alimentar a los hambrientos, dar cobijo a los sintecho, socorrer a los náufragos, cuidar a los niños, generar empleo, facilitar el acceso a la tierra y construir viviendas, debemos recordar que no estamos haciendo una ideología, sino que estamos viviendo realmente el Evangelio.

En el centro del Evangelio, de hecho, está el mandamiento del amor, y Jesús nos dijo que en el rostro y en las heridas de los pobres se esconde su propio rostro (cf. Mt 25,34-40). Es hermoso ver que los movimientos populares están impulsados, más que por la exigencia de la justicia, por el anhelo de amor, más allá de todo individualismo y prejuicio.

Como obispo en Perú, me llenó de alegría haber experimentado una Iglesia que acompaña a las personas en sus dolores, en sus alegrías, en sus luchas y en sus esperanzas.

Esto constituye un antídoto contra la indiferencia estructural que se está propagando y que ignora el drama de los pueblos despojados, robados, saqueados y condenados a la pobreza. A menudo, nos sentimos impotentes ante todo esto, pero debemos empezar a contrarrestar lo que he llamado «globalización de la impotencia» con una «cultura de la reconciliación y del compromiso»³. Los movimientos populares colman este vacío, generado por la falta de amor, con el gran milagro de la solidaridad, basada en el cuidado del prójimo y en la reconciliación.

Como decía, el discurso predominante sobre las “cosas nuevas”, con sus potencialidades y sus peligros, omite lo que ocurre en la periferia. Desde el centro no hay una gran conciencia de los problemas que afectan a los excluidos y cuando se habla de ellos en los debates políticos y económicos, se tiene la impresión de que se trata de «una cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar»⁴. Por el contrario, los pobres están en el centro del Evangelio. Así pues, las comunidades marginadas deberían comprometerse colectiva y solidariamente para revertir la tendencia deshumanizadora de las injusticias sociales y promover un desarrollo humano integral.

De hecho, «mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales»⁵.

Viejas injusticias en el nuevo mundo

Su compromiso es aún más necesario en un mundo que, como sabemos, está cada vez más globalizado; como afirmaba Benedicto XVI, «el proceso de globalización, adecuadamente entendido y gestionado, ofrece la posibilidad de una gran redistribución de la riqueza a escala planetaria como nunca se ha visto antes; pero, si se gestiona mal, puede incrementar la pobreza y la desigualdad, contagiando además con una crisis a todo el mundo»⁶.

Esto significa que las dinámicas del progreso deben gestionarse siempre desde una ética de la responsabilidad, superando el riesgo de la idolatría del beneficio y situando al ser humano y su desarrollo integral en el centro. Lo “humano” ocupa un lugar central en la visión de Agustín de una ética de la responsabilidad. Él nos enseña que la responsabilidad, especialmente hacia los pobres y quienes tienen necesidades materiales, nace de tener una actitud humana hacia nuestros semejantes y, por lo tanto, de reconocer nuestra «común humanidad»⁷.

Dado que todos compartimos la misma humanidad, debemos asegurarnos de que las “novedades” se gestionen de forma adecuada. Esta cuestión no debe quedar exclusivamente en manos de las élites políticas, científicas o académicas, sino que es algo que nos concierne a todos. La creatividad con la que Dios ha dotado a los seres humanos y que ha generado grandes avances en múltiples ámbitos, aún no ha logrado abordar eficazmente los retos de la pobreza, por lo que no ha conseguido revertir la tendencia a la exclusión dramática de millones de personas que permanecen en los márgenes. Esta es una cuestión central en el debate sobre las “cosas nuevas”.

Cuando mi predecesor León XIII escribió la Rerum Novarum a finales del siglo XIX, no se centró en la tecnología industrial ni en las nuevas fuentes de energía, sino más bien en la situación de los trabajadores. Ahí radica la fuerza evangélica de su mensaje: el foco principal estaba en la situación de los pobres y oprimidos de la época. Por primera vez, y con absoluta claridad, un Papa afirmaba que las luchas cotidianas por la supervivencia y la justicia social eran de fundamental importancia para la Iglesia.

León XIII denunció la sumisión de la mayoría al poder «de unos pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios»⁸. Esa era la gran desigualdad de la época.

En la Encíclica de León XIII no aparecen las palabras “desempleo” o “exclusión”, ya que en aquella época los problemas se referían más bien a la mejora de las condiciones laborales, la explotación, la urgencia de alcanzar una nueva armonía social y un nuevo equilibrio político. Estos objetivos se han alcanzado gradualmente mediante numerosas leyes laborales y la creación de instituciones de seguridad social.

Sin embargo, hoy en día, la exclusión se ha convertido en el nuevo rostro de la injusticia social. La brecha entre una “pequeña minoría”, el 1 % de la población, y la gran mayoría se ha ampliado de manera dramática.

Esta exclusión representa una “novedad” que el Papa Francisco ha denunciado como “cultura del descarte”, afirmando con vehemencia que: «Los excluidos no son “explotados” sino desechos, “sobrantes”»⁹.

Cuando hablamos de exclusión, también nos encontramos ante una paradoja. La falta de tierra, alimentos, vivienda y trabajo digno coexiste con el acceso a las nuevas tecnologías que se difunden por todas partes a través de los mercados globalizados. Los teléfonos móviles, las redes sociales e incluso la inteligencia artificial están al alcance de millones de personas, incluidas aquellas en situación de pobreza. Sin embargo, aunque cada vez más personas tienen acceso a Internet, las necesidades básicas siguen sin satisfacerse. Debemos asegurarnos de que, al satisfacer necesidades más sofisticadas, no descuidemos las fundamentales.

Esta arbitrariedad sistémica provoca que las personas se vean privadas de lo necesario, mientras se encuentran inmersas en lo accesorio. En síntesis, la mala gestión genera y aumenta las desigualdades con el pretexto del progreso. Y al no tener como centro la dignidad humana, el sistema también fracasa en términos de justicia.

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El impacto de las “novedades” en los excluidos

Hoy no describiré de forma exhaustiva cuáles son las “novedades” generadas en particular por los centros de desarrollo tecnológico, pero sabemos que tienen un impacto en todos los ámbitos principales de la vida social: salud, educación, trabajo, transporte, urbanismo, comunicación, seguridad, defensa, etc. Muchos de estos impactos son ambivalentes: resultan positivos para algunos países y sectores sociales, mientras que otros, en cambio, sufren “daños colaterales”. Una vez más, esto es consecuencia de la “mala gestión” del progreso tecnológico.

La crisis climática es quizá el ejemplo más evidente. Lo vemos en cada fenómeno meteorológico extremo, ya sean inundaciones, sequías, tsunamis o terremotos: ¿quiénes son los que más sufren? Siempre son los más pobres. Pierden lo poco que tienen cuando el agua arrasa sus hogares y, a menudo, se ven obligados a abandonarlos sin que se les ofrezca una alternativa viable para reanudar sus vidas. Lo mismo sucede cuando, por ejemplo, los campesinos, los agricultores y los pueblos indígenas pierden sus tierras, su identidad cultural y la producción local sostenible debido a la desertificación de su territorio.

Otro aspecto de las “novedades” que afecta especialmente a las marginadas tiene que ver con las angustias y esperanzas de los más pobres frente a los modelos de vida que se promueven constantemente en la actualidad. Por ejemplo: ¿cómo puede un joven en situación de pobreza vivir con esperanza y sin ansiedad cuando las redes sociales exaltan permanentemente un consumo desenfrenado y un éxito económico completamente inalcanzable?
Además, otro problema nada desdeñable es la difusión de la adicción al juego digital. Las plataformas están diseñadas para crear una adicción compulsiva y generar hábitos que crean dependencia.

Tampoco quiero callar sobre la “novedad” de la industria farmacéutica que, si bien representa un gran progreso en algunos aspectos, no está exenta de ambigüedad. En la cultura actual, se promociona con la ayuda de ciertas campañas publicitarias, una especie de culto al bienestar físico, casi una idolatría del cuerpo y, en esta visión, el misterio del dolor se interpreta de forma reduccionista. Esto también puede conducir a la adicción a los analgésicos, cuya venta, obviamente, incrementa los beneficios de las propias empresas productoras. Esta situación ha derivado en la adicción a los opioides, que está devastando especialmente a Estados Unidos; consideremos, por ejemplo, el fentanilo, la droga de la muerte y segunda causa de fallecimientos entre las personas pobres de ese país. La proliferación de nuevas drogas sintéticas, cada vez más letales, no es solo un crimen cometido por narcotraficantes, sino una realidad relacionada con la producción de medicamentos y sus ganancias, que carecen de una ética global.

También me gustaría señalar que el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y las telecomunicaciones depende de minerales que a menudo se encuentran en el subsuelo de países pobres. Sin el coltán de la República Democrática del Congo, por ejemplo, muchos de los dispositivos tecnológicos que utilizamos hoy en día no existirían. Sin embargo, su extracción depende de la violencia paramilitar, el trabajo infantil y el desplazamiento de poblaciones. El litio es otro ejemplo: la competencia entre las grandes potencias y empresas por su extracción supone una grave amenaza para la soberanía y la estabilidad de los Estados pobres, hasta el punto de que algunos empresarios y políticos presumen de promover golpes de Estado y otras formas de desestabilización política, precisamente para apoderarse del “oro blanco” del litio.

Por último, me gustaría mencionar el tema de la seguridad. Los Estados tienen el derecho y el deber de proteger sus fronteras, pero esto debe equilibrarse con la obligación moral de proporcionar refugio. Cuando se abusa de los migrantes vulnerables, no se está ejerciendo la soberanía nacional de manera legítima, sino que se están cometiendo o tolerando graves delitos por parte del Estado. Se están adoptando medidas cada vez más inhumanas, incluso celebradas políticamente, para tratar a estos “indeseables” como si fueran desechos y no seres humanos. El cristianismo, en cambio, se refiere al Dios amor, que nos hace a todos hermanos y hermanas y nos pide que vivamos como tales.

Al mismo tiempo, resulta alentador observar cómo los movimientos populares, las organizaciones de la sociedad civil y la Iglesia se enfrentan a estas nuevas formas de deshumanización, testimoniando constantemente que, quien se encuentra en necesidad es nuestro prójimo, nuestro hermano y nuestra hermana. Esto les convierte en campeones de la humanidad, testigos de la justicia, poetas de la solidaridad.

La justa lucha de los movimientos populares

En la Rerum Novarum, León XIII observaba que se han «disuelto en el pasado siglo los antiguos gremios de artesanos, sin ningún apoyo que viniera a llenar su vacío»¹⁰. Los pobres son cada vez más vulnerables y están menos protegidos. Hoy en día ocurre algo similar, ya que los sindicatos característicos del siglo XX representan actualmente a un porcentaje cada vez menor de trabajadores y los sistemas de seguridad social están en crisis en numerosos países. Por lo tanto, ni los sindicatos ni las asociaciones de empresarios, ni los Estados ni las organizaciones internacionales parecen capaces de abordar estos problemas. Pero «no puede gobernarse un Estado sin justicia», nos recuerda Agustín¹¹. La justicia exige que las instituciones de cada Estado estén al servicio de todas las clases sociales y de todos los residentes, armonizando las diferentes necesidades e intereses.

Una vez más, nos hallamos ante un vacío ético por el que el mal se cuela fácilmente. Me viene a la mente la parábola del espíritu inmundo que es expulsado, pero que, al regresar, encuentra su antigua morada limpia y ordenada, y entonces organiza una lucha aún peor (Mt 12,43-45). En el vacío ordenado, el espíritu maligno actúa con libertad. Las instituciones sociales del pasado no eran perfectas, pero al eliminar gran parte de ellas y adornar lo que queda con leyes ineficaces y tratados que no se aplican, el sistema hace que los seres humanos sean más vulnerables que antes.

Por lo tanto, los movimientos populares, junto con las personas de buena voluntad, los cristianos, los creyentes y los gobiernos, están llamados con urgencia a colmar ese vacío, iniciando procesos de justicia y solidaridad que se extiendan por toda la sociedad, porque, como ya he tenido ocasión de afirmar, «las ilusiones nos distraen, los preparativos nos orientan. Las ilusiones buscan un resultado, los preparativos hacen posible un encuentro»¹².

En la Exhortación Apostólica Dilexi te he querido recordar que «han existido, y existen, varios movimientos populares, integrados por laicos y guiados por líderes populares, muchas veces bajo sospecha o incluso perseguidos»¹³ (Dilexi te, 80). Sin embargo, sus luchas bajo la bandera de la tierra, el techo y el trabajo en favor de un mundo mejor merecen nuestro aliento. Y así como la Iglesia acompañó la formación de los sindicatos en el pasado, hoy debemos acompañar a los movimientos populares.

Esto significa acompañar a la humanidad, caminar juntos en el respeto compartido de la dignidad humana y en el deseo común de justicia, amor y paz.

La Iglesia apoya sus luchas justas por la tierra, el techo y el trabajo. Al igual que mi predecesor Francisco, creo que los caminos justos parten desde abajo y desde la periferia hacia el centro. Sus numerosas y creativas iniciativas pueden transformarse en nuevas políticas públicas y derechos sociales. Su búsqueda es legítima y necesaria.

Quizá las semillas de amor que ustedes siembran, pequeñas como las de mostaza (cf. Mt 13,31-32; Mc 4,30-32; Lc 13,18-19), puedan crecer en un mundo más humano para todos y ayudar a gestionar mejor las “cosas nuevas”.

La Iglesia y yo queremos acompañarles en este camino. Seguimos elevando nuestras oraciones a Dios Todopoderoso.
Junto a ustedes, en la oración, imploramos al Padre de toda misericordia, que los proteja y los llene de su amor inagotable. Que Él, en su infinita bondad, les conceda el coraje de una profecía evangélica, la perseverancia en la lucha, la esperanza en el corazón, la creatividad poética.

Los encomiendo a la guía maternal de María Santísima. Y desde lo más profundo de mi corazón, los bendigo.

¡Gracias, gracias a todos ustedes! ¡Y sigan adelante en el camino, con alegría y esperanza!

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¹ “Tierra, techo, trabajo”, las tres “T” en español.
² FRANCISCO, Mensaje en vídeo, 16 de octubre de 2021.
³ LEÓN XIV, Videomensaje con motivo de la presentación de la candidatura del proyecto “Gesti dell’accoglienza” (Gestos de acogida) a la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO, 12 de septiembre de 2025.
⁴ FRANCISCO, Laudato si’, 49.
⁵ FRANCISCO, Evangelii gaudium, 202.
⁶ BENEDICTO XVI, Caritas in Veritate, 42.
⁷ Cf. AGUSTÍN, Discurso 259,3.
⁸ LEÓN XIII, Rerum Novarum, 1.3.
¹⁰ LEÓN XIII, Rerum Novarum, 3.
⁹ FRANCISCO, Evangelii gaudium, 53.
¹¹ AGUSTÍN, De civitate Dei, XIX, 21,1.
¹² LEÓN XIV, Audiencia general, 6 de agosto de 2025.
¹³ LEÓN XIV, Dilexi te, 80.