«Auméntanos la fe»

Lectura del Evangelio según san Lucas (17, 5-10)
En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor:
–Auméntanos la fe.
El Señor contestó:
–Si tuvieran fe, aunque solo fuera como un granito de mostaza, dirían a este árbol: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y les obedecería.
¿Quién de ustedes, que tenga un criado arando o pastoreando le dice cando llega del campo «En seguida, ven y siéntate a la mesa?» ¿No le dirá, más bien: «Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo; y después comerás y beberás tú?». ¿Tendrá quizás que agradecer al siervo que haya hecho lo que se le había mandado?
Así también ustedes, cuando hayan hecho lo que se les había mandado, digan: «somos siervos inútiles; hicimos lo que teníamos que hacer».
Comentario
«Auméntanos la fe»… Recuerda, esta petición, aquella otra que también le lanzan los discípulos en el mismo Evangelio de Lucas (11, 1-49): «Maestro, enséñanos a orar». Jesús, seguro que despierta en su discipulado esas ganas de mejorar, de avanzar, él les fascinaba. Seguro que su fe, su expresión creyente, su experiencia de Dios Abba, era una energía que se desprendía de sus poros y su discipulado la percibía; admiraban esa capacidad de relacionarse con Dios; su libertad, su autoridad, su compromiso con la causa… a Jesús, seguro que le brillaban los ojos hablando de su Padre como alguien especial lleno de misericordia. No podían menos que desear experimentar lo mismo, sentir lo que Jesús sentía, y desprender esa misericordia que vivía de su relación con el Abba.
Para unos era peligrosa esa imagen que rompía la tradicional que se tenía de Dios. A otros les seducía ese Dios Padre que Jesús presentaba, era tan convincente que parecía que lo tocaba, Dios le era tan familiar… Jesús les ha ido presentando el corazón de ese Dios en un cúmulo de parábolas sencillas pero llenas de ternura, donde le describe de forma apasionante en ese camino que recorre a Jerusalén. Y Jesús es convincente habla de algo que experimenta en sus entrañas.
Para los apóstoles eso era fe, y se sentían pequeños. Igual que un día le pidieron que les enseñara a orar fascinados al verle rezar; ahora fascinados por su fe le piden que les ayude a creer más. Quieren vivir esa experiencia que hacía la vida de Jesús tan especial. Eso solo lo podía dar la fe. Y ellos quieren también experimentar esa confianza absoluta en Dios, quieren vivir la experiencia del Dios Padre lleno de ternura y misericordia del que les habla Jesús. Y saben también de la fuerza que tiene esa fe que es capaz de transformar la realidad y la historia. Lo estaban viendo.
Ellos son conscientes de la debilidad de su fe, y le piden que se las aumente. Tienen la fe común, creen en Dios, saben que está ahí. Una fe llena de ritos y costumbres que cumplirlas da tranquilidad. Pero Jesús entra en otra dimensión, la fe es sanadora, transformadora de la vida, de las personas, de la realidad. Es capaz de cambiar lo que nos puede parecer mas difícil. Era capaz de hacer signos, milagros («tu fe te ha salvado»). Y, al mismo tiempo reflejaba una relación especial con el Dios Padre.
Los discípulos no solo querían hablar con Dios («enséñanos a orar»), sino hablar como el Maestro lo hacía… querían creer como Jesús, experimentar la cercanía del Padre como él. Y Jesús les reta: «Si tuvieran un poco de fe dirían a este árbol: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y les obedecería».
Pero hay una conciencia que se va despertando en ellas y ellos, el discipulado que le acompaña en el camino: la fe es un regalo que hay que pedir, suplicar, cuidar… La fe no es un lingote de oro que uno puede guardar en una caja fuerte y que siempre se mantiene. La fe es un frágil regalo que hay que pedir y cuidar, y que forma parte de una vinculación personal a Dios, es una relación de amor que nos transforma y transforma al mundo.
Quiero imaginar que los discípulos no habían perdido la fe, solo que Jesús se convierte en un referente de creyente que les desconcierta, un creyente al que admiran y le piden tener esa fe. La fe que le piden es la que tiene él, quieren creer como él.
Todos y todas tenemos nuestras preguntas, y nuestras dudas, seguro, agnósticos y creyentes, solo que los creyentes nos abandonamos incondicionalmente en ese misterio de Dios. Que necesita siempre ser reavivado desde la súplica del don recibido: «Señor, auméntanos la fe».
La fe no es un derecho, ni una posesión controlada, hay tentación de desgaste y convertirnos, como dice el papa Francisco, en «momias de museo» que nos apagamos dulcemente y tristemente; una fe como la de Jesús es un regalo que hay que pedir, cuidar, contrastar con Jesús, el Señor, y cada día suplicar para acercarnos cada vez más a las entrañas del Dios que quiere seguir complicándose en la transformación de nuestra vida y nuestra historia. La fe es experiencia de encuentro.
Señor, aumenta mi fe… y concédeme la gracias de sentir tu amor.
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Consiliario general de la HOAC
Cura en Gran Canaria. Diócesis de Canarias
Ordenado el 5 de noviembre 1984 por Ramón Echarren Ystúriz
Nací el 26 de septiembre de 1955