Ser puentes

Nuestra vida social está tan fragmentada que se abren verdaderos abismos entre ricos y pobres, entre unos pueblos y otros, entre unas ideas y otras. Vivimos separados, polarizados, enfrentados, y construyendo –o dejándonos encerrar cómodamente en– muros y fronteras que separan y distancian, impidiéndonos, sobre todo, escuchar el clamor de los excluidos, porque nos hemos vuelto indiferentes al sufrimiento humano, que terminamos por normalizar.
Esto ya lo denunciaba el profeta Amós (Am 6, 6) y nos lo recuerda con crudeza el evangelio de Lucas (16, 19-31). Hemos construido un abismo que solo es posible salvar reconfigurando nuestra manera de ser y vivir, personal y social, desde otras claves existenciales que construyan fraternidad y tiendan puentes entre quienes este sistema se empeña en separar y enfrentar.
Para eso, para recuperar la capacidad de amar que nos humaniza, necesitamos un giro existencial que vuelva a poner a Cristo en el centro de nuestra vida; que ponga el Evangelio que se anuncia a los pobres en el centro de la vida social y política. Necesitamos vivir nuestra vida en función de Cristo, para reubicar nuestras relaciones humanas desde y hacia el amor. Necesitamos aprender a ser puentes (Lc 14, 25-33).
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De comienzo en comienzo. Ahora de vicario parroquial, y proyecto de teólogo.