Mi patria es la Tierra, y las actuales fronteras nacionales

Mi patria es la Tierra, y las actuales fronteras nacionales
Foto | UNclimatechange (Flickr)

Estamos viviendo actualmente un choque de estados de conciencia que revelan el nivel de contradicciones que afectan a nuestra existencia en la Tierra. Nadie puede negar que estamos ante una nueva fase de la humanidad y de la Tierra: el irrefrenable proceso de la planetización. Todos los pueblos están dejando su exilio milenario, a partir de África, y se están encontrando en un único lugar, en la Casa Común, la Tierra. Es un hecho comprobado que vivimos en un único planeta y no tenemos otro.

Este hecho, sin embargo, no va acompañado de su natural y debida conciencia. Esta debería ser planetaria. Muchos han entrado ya en ella, pero no es significativo. La gran mayoría todavía tiene conciencia de sus nacionalidades. La Unión Europea podría servir de ejemplo al haber creado una moneda única y un pasaporte válido para todos los países de la Unión; sin embargo, las fronteras nacionales aún siguen siendo la referencia mayor. El único que tal vez ha mostrado una conciencia planetaria habría sido Xi Jinping al sugerir una “única comunidad global de destino”.

Están en tensión estas dos conciencias, la contemporánea que sustenta: “Mi patria es la Tierra; el alma no tiene fronteras; ninguna vida es extranjera”. Y la otra, en vías de superación, proveniente del Tratado de Westfalia de 1648 que estableció los límites y la soberanía de las naciones.

Es un hecho incontestable que el coronavirus no respetó la soberanía de las naciones. Traspasó todas las fronteras y afectó a todo el planeta. Con la crisis financiera de 2008 ocurrió algo parecido, afligió a las economías mundiales más allá de cualquier frontera nacional.

Estamos caminando hacia la constitución de una gobernanza global, dado que los problemas globales demandan soluciones globales y que la Tierra es realmente nuestra Casa Común, como lo ha afirmado la Carta de la Tierra (2003) y la encíclica del papa Francisco Laudato sí’: sobre cómo cuidar de la Casa Común (2015).

A pesar de esto, existen innumerables conflictos territoriales entre Israel y Palestina, entre Rusia y Ucrania, el conflicto en Yemen, en Siria, en Mianmar, en los países africanos como en Nigeria, Sudán, Somalia, Burkina Faso. Todos ellos conflictos de gran letalidad muestran que no existe o es escasa la conciencia de la Tierra como Casa Común. A partir de este nivel de conciencia se vuelve ridícula y fuera de tiempo la afirmación excluyente de las nacionalidades. Hoy es la extrema derecha con su populismo quien reafirma las identidades nacionales frente al multiculturalismo.

Debido a la ausencia de esta conciencia planetaria el secretario general de la ONU, António Gutérrez, podía afirmar en febrero de 2023: “Los gobiernos no hacen lo suficiente para mejorar la gestión de riesgos de desastres, lo que deja a la humanidad sin preparación para lo que está por venir. El aumento el nivel del mar amenaza com provocar un éxodo de proporciones bíblicas”.

Desde sus naves espaciales los astronautas afirmaron unánimemente: desde nuestra perspectiva no hay diferencia entre Tierra y Humanidad. Ambas forman una única cosa. Con razón grandes cosmólogos como Brian Swimme y Thomas Berry han podido afirmar: el ser humano es esa porción de la Tierra que en un avanzado proceso de complejización y de interiorización comenzó a  sentir, a pensar, a querer, a cuidar y a venerar. Fue entonces cuando irrumpieron en el proceso cosmogénico el hombre y la mujer, seres portadores de todas estas características.

Ha llegado la hora de hora de armonizar el paso de nuestra conciencia con el curso de la Tierra, Casa Común, y sentirnos de hecho no solo parte de la Tierra sino la parte de ella que siente, piensa, ama y cuida. Así tendríamos alcanzado la conciencia planetaria, capaz de una ética regeneradora de la Tierra herida y de un acuerdo de paz entre todos los pueblos, siempre ansiado, dentro de la única Casa Común. En ella estará la totalidad de la naturaleza y los diferentes mundos culturales enriqueciéndose mutuamente mediante el diálogo y los intercambios. Así lo quiera Dios.