Contar con presbíteros extranjeros y extradiocesanos

Hay una estrategia pastoral que también se está implementando en una buena parte de las diócesis españolas, al menos, de las que conozco: es la de contar con presbíteros extranjeros y extradiocesanos, entendiendo por estos últimos a los nacionales que, procedentes de otras iglesias locales, son acogidos –de manera ocasional o permanente– pudiendo quedar –en este último caso– incardinados, es decir incorporados al presbiterio diocesano con todos los derechos y obligaciones.
Con la activación de esta estrategia pastoral se busca salir al paso de la pérdida de efectivos presbiterales para poder atender –al menos cultualmente– al creciente número de parroquias que no disponen o no van a poder disponer en breve de los servicios de un ministro ordenado. Además, es una estrategia pastoral en la que no se desecha la posibilidad de contar –si se tercia– con la presencia y los servicios de organizaciones religiosas y laicales, también extranjeras o extradiocesanas.
Como consecuencia de la implementación de esta estrategia se está abriendo en algunas iglesias locales un intenso e interesante debate teológico-pastoral no solo sobre las modalidades de su puesta en funcionamiento, sino también sobre la idoneidad de la misma para acompañar y atender debidamente a los posibles “restos parroquiales” o “rescoldos comunitarios” que todavía puedan existir o que se puedan promover.
No se puede ignorar que en algunas diócesis se está produciendo otro tipo de debate -crispado, e, incluso, de enfrentamiento total- cuando se adopta e implementa esta estrategia pastoral sin acordar unas condiciones mínimas que permitan mostrar la bondad y el modo de la colaboración entre iglesias hermanas o, lo que es peor -aunque no, desgraciadamente, extraño- cuando se impone sin un mínimo del debido consenso eclesial o, incluso, en contra de notables y numerosos colectivos eclesiales.
Pero vayamos, como siempre, por partes, empezando por recordar algunos datos y decisiones que se encuentran en el origen y pretenden explicar la razón de ser de esta estrategia pastoral.
1. Algunos datos
Indudablemente, la razón teológica de esta estrategia es la de la colaboración entre iglesias hermanas. Y más, cuando se implementa de manera fraterna, corresponsable y sinodal.
En el caso de la Iglesia española, tal colaboración lleva a recordar que –según la memoria de su Conferencia Episcopal del año 2023– en esta iglesia había 22.921 parroquias de las que 4.053 ya no podían contar con la atención de un presbítero. Y que, según la misma Conferencia Episcopal Española –en diciembre de 2024– había más de 1.500 presbíteros extranjeros con encomienda pastoral en nuestro país. O, lo que es lo mismo, uno de cada diez de los actuales curas en ejercicio (15.669) procedían de otro país, aunque algunos de ellos –se apuntaba– tenían doble nacionalidad.
El año anterior –junio de 2022– la misma Conferencia Episcopal Española había comunicado que algo más de 550 presbíteros extranjeros realizaban estudios en España y que colaboraban pastoralmente en las diócesis en las que vivían, atendiendo capellanías, grupos específicos de fieles o estando al frente de una parroquia.
Por su parte, la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispano-Americana (OCSHA) informaba de que alrededor de 900 curas (1.123 según la CEE, memoria 2023) habían dejado España y estaban trabajando en otros países: concretamente, una tercera parte de ellos lo hacía en América Latina.
Son unos pocos datos que confirman la disminución del número de presbíteros nativos; el aumento de parroquias que no pueden ser atendidas pastoralmente y el incremento de ministros ordenados que –procedentes del extranjero– prestan su servicio ministerial en nuestras iglesias locales.
2. Cinco decisiones posibles
Pero estos datos no son solo fruto –como se pudiera pensar– de incontrolables vaivenes religiosos socio-culturales o de otro tipo, sino también de decisiones que promueven y refuerzan –ya sea por virtud o necesidad– la presencia entre nosotros de presbíteros extranjeros, además de extradiocesanos, según diferentes modalidades y por distintas razones y motivos.
2.1. Contar con las propias fuerzas
Así, por ejemplo, puede suceder que, ante la evidente carencia de efectivos ministeriales ordenados, el obispo proponga a la diócesis salir al paso de tal carencia contando con un plan pastoral presidido tanto por el protagonismo ministerial del laicado como por el aggiornamento de los presbíteros que, en activo, estén dispuestos a impulsar un nuevo modelo de Iglesia contando con sus propias fuerzas, laicales y presbiterales; por tanto, a partir de los “restos parroquiales” y “rescoldos comunitarios” que puedan existir o que se puedan promover.
No es, desgraciadamente, una estrategia y modelo de Iglesia de los que haya muchos ejemplos, al menos, en la española. La apuesta por esta estrategia y modelo eclesial son, más bien, excepcionales. No estaría de más analizar las causas de dicha singularidad, incluso entre presbíteros y responsables pastorales que alaban y aprecian su bondad y necesidad. Es muy probable que nos encontráramos -pero no deja de ser una mera hipótesis- con algunas variantes del clericalismo, seguramente muy atareadas en no parecerlo.
De esta primera modalidad –la presidida por la voluntad de contar preferentemente con las propias fuerzas– habrá que hablar en otra ocasión, cuando toque adentrarse en la promoción y acompañamiento de posibles “restos parroquiales” y “rescoldos comunitarios” con la intención de que puedan llegar a ser -cuanto antes- comunidades vivas, misioneras, corresponsables, con futuro y estables.
2.2. Contar con el ministerio diaconal entendido como un sub-presbiterado
Puede también suceder, en segundo lugar, que el obispo de una diócesis presente en el Vaticano –por ejemplo, en el informe y evaluación quinquenal de la llamada visita ad limina— la problemática situación pastoral y ministerial de la iglesia local que preside y de la falta de un horizonte, medianamente esperanzador, en la que se encuentra sumida. Además, puede suceder que interprete -contando con la aquiescencia de la administración vaticana- que dicha problemática situación es consecuencia de una galopante secularización de la sociedad y, en alguna medida, de unas comunidades cristianas y de un presbiterio diocesano también secularizados y entregados a los cantos de sirena de la llamada “mundanidad”[1].
Es muy posible que los responsables de los diferentes dicasterios romanos le llamen la atención no solo por el número reducido de presbíteros, sino también por el muy exiguo –o, simplemente, por la inexistencia– de seminaristas y que, ante su exposición sobre las (in)superables dificultades con las que se topa, le sugieran –como así ha ocurrido– que promueva el diaconado permanente, como salida –al menos, paliativa– a la crisis de efectivos ministeriales; y, con dicha promoción, la encomienda del cuidado pastoral a presbíteros extranjeros y extradiocesanos.
2.3. Contar con la “cooperación misionera” de presbíteros extranjeros
En tercer lugar, hay iglesias locales que vienen buscando presbíteros en otros lugares del mundo como cooperadores con el fin de intentar solventar el problema de falta de ministros ordenados nativos; y, con ellos, de laicos, laicas, religiosos y religiosas, preferentemente organizados, que también puedan paliar o ir saliendo al paso de la crisis o carencia de pujantes organizaciones laicales y religiosas. El marco teológico de esta estrategia es el de la colaboración o cooperación entre iglesias hermanas.
Lo habitual es que exista un acuerdo entre el obispo de la diócesis de origen y el de la de acogida o destino por un período de tres años, renovable –en el caso de los ministros ordenados– una sola vez. Este acuerdo suele ser firmado por los obispos y por el presbítero elegido para prestar tal servicio quien, a cambio, recibe una compensación económica equivalente a la de los sacerdotes de la diócesis de destino que tienen la misma o parecida responsabilidad.
Además, suele haber diócesis del primer mundo que proporcionan a las iglesias locales de origen –gracias a estos convenios– donaciones en forma de estipendios de misa o contribuciones económicas de otro tipo. Y no faltan las que solicitan al presbítero cooperante que aporte un porcentaje de lo que recibe al fondo de compensación de su iglesia local. Es así como la llamada “cooperación misionera” favorece tanto al presbítero directamente beneficiado como a los que permanecen en la diócesis.
Cuando se firman estos contratos de colaboración o cuando se procede a la incardinación de presbíteros extranjeros, se está activando una estrategia pastoral que busca suplir el déficit de presbíteros autóctonos. La colaboración entre iglesias hermanas –se oye decir y argumentar– también ha de estar abierta a visibilizarse y cuajar en una cooperación en estos términos. Otra cosa bien distinta es que se recurra a esta estrategia como si fuera la tabla de salvación.
Normalmente, se procura que los presbíteros cooperantes, así como las organizaciones laicales y religiosas de otros países puedan contar con una formación mínima que garantice su oportuna inculturación y un conocimiento suficiente del idioma o de los idiomas, en el caso de que la diócesis receptora o de destino sea bilingüe.
Es evidente que esta estrategia es de recibo. Sobre todo, cuando se articula con otra que busca promover “equipos ministeriales de base” en los posibles “restos parroquiales” y en los “rescoldos comunitarios” que puedan existir o que se puedan recuperar. Bienvenida sea; en particular, si no se empobrece ministerialmente a las diócesis extranjeras de origen.
2.4. Contar con presbíteros de otras diócesis del país (extradiocesanos)
Pero, como he indicado, esta estrategia pastoral también puede presentar una cuarta modalidad: la de contar con presbíteros, seminaristas, laicos, laicas, religiosas y religiosos acogidos o contratados directamente de otras diócesis españolas o del país que se trate.
Y lo pueden ser por las mismas o parecidas razones indicadas más arriba.
2.5. Contar con la colaboración pastoral de presbíteros Fidei donum (1957)
Hay, en quinto lugar, otra modalidad: es la que pasa por acoger, acompañar a los presbíteros amparados en el programa Fidei donum; un programa promovido en 1957 por el papa Pío XII, a petición –sobre todo, de los obispos africanos– mediante la Encíclica con el mismo nombre. El Papa impulsó la iniciativa para salir al paso de algunos de los muchos problemas que –como secuela de la descolonización en marcha– tenían buena parte de las diócesis africanas y asiáticas para subsistir aquellos años.
Por eso, alentaba la colaboración entre iglesias hermanas para, de esta manera, facilitar –entre otros puntos– que presbíteros y seminaristas –sobre todo, de África, América Latina y Asia– pudieran ultimar o completar su formación en diócesis europeas o del Primer Mundo.
Colaboración “fraternal y desinteresada”
Así lo expresaba el papa Pio XII, dirigiéndose, sobre todo, a los obispos de las iglesias del Primer Mundo: “Con el mismo espíritu de colaboración fraternal y desinteresada cuidaréis, venerables hermanos, de ser solícitos en la asistencia espiritual de los jóvenes africanos y asiáticos, a los que la continuación de sus estudios llevare a residir temporalmente en vuestras diócesis” (nº 17).
Lo normal es que los obispos y las diócesis que, desde entonces, acogen a estos presbíteros y seminaristas, se responsabilicen –gratuitamente– de su hospedaje, manutención y formación. Tales diócesis pueden contar, excepcionalmente, con la prestación de algunos servicios pastorales de estos presbíteros, siempre que dicho servicio no dificulte o ralentice la razón de ser de su presencia entre nosotros: completar la formación teológica.
Es esto último lo que se ha de tener muy presente cuando diagnostiquemos y evaluemos la presencia de estos presbíteros y seminaristas ya que nos estamos refiriendo a un programa de colaboración entre iglesias hermanas, gracias al cual los curas y seminaristas que culminan sus estudios en un tiempo fijado –uno o dos trienios– han de regresar a sus diócesis de origen para seguir desempeñando allí su ministerio pastoral.
No ha de extrañar que las iglesias locales que los acogen les faciliten, normalmente, poder celebrar la eucaristía, como sucede con otros presbíteros de las diócesis del primer mundo que van a estudiar a las facultades de diferentes países europeos o de otros continentes.
Y tampoco ha de extrañar –sino que se ha de agradecer– que algunos de ellos puedan colaborar en tareas pastorales en territorios que, por ejemplo, tienen dificultades para contar con el servicio de un presbítero, en este caso, autóctono o incardinado. Obviamente, se ha de prestar tal servicio porque se cuenta con un nivel acreditado de conocimiento tanto del idioma como de la cultura de la iglesia local que los acoge. E, igualmente, porque se dispone del tiempo requerido para prestar debidamente la atención pastoral solicitada; en particular, si se pretende que sea integral: atenta, por supuesto, al culto, pero también a la evangelización, a la promoción de la caridad y de la justicia y al cuidado de la corresponsabilidad bautismal.
Así pues, nos estamos refiriendo a un tiempo que no se resta o se quita al estudio.
La diferenciada colaboración de los presbíteros
Es muy posible que algún obispo diocesano y su equipo de gobierno recurran a contar con presbíteros extranjeros no solo porque se encuentran con un innegable déficit de presbíteros y de matriculación en la Facultad de Teología o en el Centro de Estudios Teológicos de su iglesia local, sino también porque intentan afrontar -y resolver- el problema de comunión que tienen con parte del presbiterio diocesano y de la feligresía del lugar.
Y que decidan contar con los presbíteros “cooperadores misioneros” y Fidei donum sin informarles con claridad del problema de comunión existente y de sus diferenciados diagnósticos, estrategias pastorales o posibles soluciones. E, igualmente, sin recabar de ellos -de manera clara y explícita- su disponibilidad al lado del obispo y de su equipo de gobierno en el afrontamiento de este problema. Se trataría de un modo de colaboración pastoral ajena a una libre, consciente y responsable colaboración o cooperación.
Pero también puede suceder que, al lado de este grupo, exista otro que, decida libre y responsablemente cooperar con el obispo diocesano porque comparte el diagnóstico episcopal sobre el problema de comunión que padece la iglesia local y porque participa de la estrategia pastoral que implementa su prelado.
Es indudable que tanto los presbíteros “cooperadores misioneros” como los Fidei donum mencionados en primer lugar son víctimas de un problema que les sobrepasa y en el que se encuentran inmersos sin ser capaces de comprenderlo, incluso en el caso de que su teología y ejercicio de la autoridad pudieran coincidir en muchos puntos con los del obispo y del equipo de gobierno que los han acogido y a pesar de que, igualmente, pudieran encontrarse en las antípodas –o, al menos, muy lejos– del diagnóstico y de las alternativas que sostienen la gran mayoría de presbíteros, cristianos y cristianas de la diócesis en cuestión.
Cuando ello sucede, nos encontramos con una instrumentalización de estos dos tipos de presbíteros extranjeros –y también extradiocesanos– y, muy probablemente, con una estrategia pastoral no dispuesta a favorecer el regreso a tiempo de tales presbíteros a sus respectivas diócesis de origen o, por lo menos, a ralentizarlo todo lo que sea posible en la iglesia local de acogida.
Notas
[1] E, igualmente es muy posible que nunca –o casi nunca– el obispo y la Curia vaticana tengan en cuenta que un factor muy coadyuvante en tal situación también puede ser –o ha sido– la promoción a la presidencia de la diócesis de un obispo o –en su caso, de un presbítero– con un perfil muy distinto al que necesita la iglesia local: por ejemplo, muy autoritario, además de contrarreformista o favorecedor de una lectura involutiva del Concilio Vaticano II, del código de derecho canónico y del mismo Evangelio. Y que, por tanto, la lamentable situación que pueda presentar la diócesis sea también el resultado de la gestión llevada a cabo por el prelado nombrado y por la curia vaticana en la medida en que es competencia suya preparar y promover el nombramiento de obispos.

Sacerdote de Bilbao. Catedrático emérito en la Facultad de Teología del Norte de España (sede de Vitoria). Autor del libro Entre el Tabor y el Calvario. Una espiritualidad «con carne» (Ed. HOAC, 2021)