La política deben hacerla los políticos

Cuando una persona se siente enferma, acude a un médico, pues se supone que este tiene una cualificación profesional para devolverle la salud. Y cuando se necesita hacer una obra de fontanería en casa, se acude a un fontanero que es quien tiene la cualificación para poder disponer de una instalación segura y sostenible. Y cuando se necesita hacer testamento, se acude a un notario que es quien ha adquirido la capacidad y la cualificación para poder establecer un contrato con las últimas voluntades de una persona.
Del mismo modo, –en coherencia con esto– mucha gente piensa que lo que se entiende por hacer una tarea política es algo que deben hacer los políticos a los que se considera con la cualificación y la capacidad adecuada. Desde este punto de vista, los políticos tienen el nivel de los médicos, los fontaneros o los notarios.
El considerar que la política es una “profesión” (al igual que la de médico, la de fontanero o la de notario) es una opinión muy difundida en nuestra sociedad. Y además, esta representación mental se refuerza al recordar los recientes sucesos acaecidos en España. Mucha gente cree que todos los políticos se meten en política para ganar dinero de modo más o menos fraudulento. Ya en los viejos tiempos se decía: “en esta España de Franco, el que no roba es que es manco”.
Cambiar el imaginario social no es sencillo. Considerar que la tarea política es una profesión y que los que están en política son los expertos en la gestión pública, implica tener una visión muy pobre de lo que es la política. Ya Platón hablaba de que era el nivel más sublime del ser humano: dedicar la vida a la construcción de la polis, la sociedad global, el bienestar público.
Mucha gente percibe –y con razón– que determinada “clase” política –una especie de “casta” que se siente superior al resto de los ciudadanos– monopoliza toda posible incidencia de la ciudadanía civil en la gestión de los complejos mecanismos que rigen la convivencia y el bien común. Tal vez la sociedad civil ha hecho dejación de su necesario protagonismo social y deja la gestión de la cosa pública en manos de expertos políticos.
Pero hay ciudadanos que perciben que, en muchos casos, les arrebatan su capacidad de intervenir en la sociedad. Les parece –y con razón– que los tratan como si fueran menores de edad y se les considera incapacitados para poder construir, junto con los representantes en las instituciones que la sociedad democrática ha establecido, una sociedad más justa, más humana y más armoniosa con el planeta Tierra.
Recordemos que los partidos políticos son medios pero no fines. Su objetivo en una sociedad democrática es canalizar las diversas sensibilidades sociales de una sociedad plural, pero en ningún caso sustituir la voluntad popular.
En otros artículos anteriores se reivindica “robustecer la sociedad civil”. Que esta no sea tratada como menor de edad o incapaz de gestionar los asuntos comunes. Una sociedad civil madura, formada, éticamente preparada, es la que debe ser la protagonista de la construcción de la sociedad del mañana en una sociedad multicultural.
Por ello, reivindicamos la necesidad de una educación para la ciudadanía que no sea considerada monigote y marioneta en manos de aquellos que se creen expertos.

Doctor en Ciencias Geológicas, experto en Paleontología. Licenciado en Teología
Asociación Interdisciplinar José de Acosta