Cuando gritan las turbas

Entran los imputados por corrupción a declarar y me quedo asombrado al ver cómo la gente, reunida en los alrededores de los juzgados, cubre a los posibles defraudadores de improperios. El fenómeno de la masa abucheando a los reos es un fenómeno complejo. Recuerdo una película española, La lengua de las mariposas (Cuerda, 1999). Como consecuencia del golpe de Estado de 1936, un maestro que ejerce en la Galicia rural (Fernán Gómez) es arrestado. Cuando, con otros republicanos, sube a un camión para ser ejecutado, el pueblo, las familias por las que el maestro se había sacrificado e incluso su alumno preferido, todos participaron en el lanzamiento de piedras e insultos, tanto al maestro como a los pobres desgraciados que, con él, iban camino de la muerte.
Mi padre nos hablaba de las delaciones en la posguerra y de cómo a las mujeres involucradas en la causa republicana, en el mejor de los casos, les rapaban el pelo. Violencia contra la mujer. Este año, en el 80.º aniversario del final de la II Guerra Mundial conviene rememorar a las femmes tondues, las mujeres rapadas. Conforme los aliados iban liberando territorio ocupado por los nazis, eran arrestadas, afeitadas y exhibidas en las ciudades. Algunas, además, fueron torturadas, violadas o incluso asesinadas. El delito imperdonable: haberse enamorado y/o acostado con soldados alemanes; colaboración horizontal se llamaba la acusación.
Las fotografías de la época son testigos. Todas presentan un patrón común: mujeres humilladas bajo el dominio directo de los hombres. En París, mujeres afeitadas y medio desnudas desfilan por la calle custodiadas por paisanos armados. En Montélimar, en el centro del valle del Ródano, una mujer es afeitada por un hombre, mientras otro le alza la barbilla para que a la víctima se le vea bien la cara. Chartres, la ciudad con una de las más bellas catedrales de Europa, fue liberada por los norteamericanos; el 16 de agosto de 1944, once mujeres, acusadas de promiscuidad con el enemigo, serán rapadas: el antiguo castigo que no cesa.
A las 15:00 h, las mujeres rapadas saldrán de la prefectura hacia sus casas, pero no marcharán solas, sino seguidas de una multitud vociferante que, literalmente, conformaba una procesión. Frank Capa se situó en medio de la calle Collin-d’Harleville de Chartres y disparó la cámara cuando la masa se aproximaba. En primer plano, Simone Touseau, que en aquellos momentos tenía 23 años, sostiene a su hija Catherine, de tres meses, hija de la relación con un soldado alemán, ya muerto en el frente del Este. Simone había ido a trabajar a Múnich para estar más cerca de su prometido; cuando volvió a casa, embarazada, su padre casi la mata a golpes por manchar el honor familiar. Nada nuevo, tampoco. Simone avanza con la cabeza rapada, una esvástica en la frente y la mirada perdida en su criatura. Su padre marcha llevando un saco y la madre de Simone, Germaine, también rapada, queda detrás de su marido. A la desfilada se suman mujeres y niñas que ríen y se burlan. Desde ventanas y balcones caen insultos y gritos. La muchedumbre que avanza es inmensa, como también lo es la que, complacida y cómplice, observa desde las aceras.
Paul Éluard consideró con disgusto esta práctica, y no exactamente sobre Simone Touseau, sino sobre las femmes tondues en general. El antiguo poeta dadaísta y surrealista, integrante de la resistencia, compuso un poema, Comprenne qui voudra, sobre estas mujeres víctimas de las turbas. Remordimiento del poeta: una joven sobre el empedrado, con el vestido rasgado y con la mirada de un niño perdido.
Remordimiento, precisamente, no era lo que sentían los vieneses cuando se divertían humillando a sus vecinos judíos tras el Anschluss o anexión alemana de Austria. A los judíos les hicieron limpiar los adoquines con sus propios cepillos de dientes o, para el caso lo mismo, los obligaban a comer hierba en el Prater. De nuevo las fotos de la época se convierten en testigos. Círculos inmensos de gente rodeaban a los pobres desgraciados que, además de humillados por la tarea que debían hacer, se veían forzados a soportar las burlas de quienes, hasta esos momentos, habían sido sus vecinos de escalera, compañeros de trabajo o, simplemente, amigos. Un continuum en la obra de Patrick Modiano es, precisamente, el desenmascaramiento de una sociedad francesa complaciente, autoconvencida de la mentira de haber sido, toda ella, resistente al invasor alemán.
Nada nuevo, por tanto, la práctica de cargar las iras sobre los caídos en desgracia, sean o no inocentes. “¡Crucifícalo!”, gritaban repetidamente las turbas según los relatos evangélicos. Señalando a Jesús como único culpable, la multitud quedaba redimida; como a lo largo de los 2000 años siguientes ha ocurrido. Lo que importa es sentirse salvado porque el culpable, hoy, es otro, no yo. Señalando al malo, automáticamente yo quedo eximido de todo mal, porque ya estoy en el otro lado, el de los buenos, y me siento liberado de mi culpa.
Supongo que las personas que gritaban a los imputados de estos últimos casos de corrupción son bellísimas personas, honrados padres y madres de familia, que cumplen rigurosamente el horario de trabajo, que siempre piden el IVA en las reparaciones domésticas y que, ni por todo el oro del mundo, cederían al soborno. Y, por supuesto, llegado el momento, insultarán y gritarán a los corruptos del partido que, en lo de la inocencia, parece que ahora haya salido de las aguas del Jordán; trabajo van a tener. Eso, si no se van primero a Torre Pacheco a ayudar a los émulos del Ku Klux Klan en la caza del magrebí. De la violencia oral a la física hay, siempre, un difuso y mínimo grado.

Profesor y catedrático de Historia.