Un argumentario bumerán

Sin entrar en otras consideraciones, soy consciente de que la existencia de muchas lenguas en España, además del castellano, no solo constituye una riqueza cultural envidiable, sino que también en muchas personas produce molestias, incomprensiones e incluso provoca toda serie de descalificativos: lenguas regionales, dialectos, provincianismo…
Entrar en las redes sociales a raíz de la provocativa actitud, anunciada con premeditación y ejecutada con total y absoluta falta de respeto institucional, por la inefable presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid –una señora, por cierto, que no soporta estar entre iguales sin dar la nota distintiva y tratar de marcar el paso a seguir por sus mismos compañeros de partido– nos ha permitido descubrir –junto a posicionamientos respetuosos hacia las lenguas españolas distintas del castellano– actitudes totalmente supremacistas desde el castellano respecto al resto de lenguas cooficiales en determinadas comunidades autónomas, reconocidas en sus estatutos de autonomía, y amparados a su vez en la Constitución Española.
No es mi intención entrar en un debate sobre esta cuestión, aunque sí me gustaría invitar a los que tienen por lengua propia únicamente el castellano a hacer un ejercicio mental e imaginar que hubieran de soportar algunas opiniones que soportamos los que, además del castellano, tenemos otras lenguas que además son las que utilizamos habitualmente.
En lo que sí querría entrar es en analizar el argumento más común esgrimido por quienes defienden la postura de la Sra. Ayuso, y por quienes para no desmentirla –¡ay de quien lo haga! y si no, recordemos cómo acabó el Sr. Pablo Casado– porque creo que con él, queriendo hacer una defensa del castellano, están cimentando las bases de su futura desaparición o reducción al ámbito exclusivo de la familia, los amigos y el pueblo, pero fuera del ámbito público. Justo lo que pretenden hacer algunos con el catalán, el gallego o el euskera.
Dicen quienes así piensan y razonan, ignorando que en una reunión de presidentes autonómicos con el Gobierno de un país plurilingüista lo más normal sería utilizar todas las lenguas cooficiales, que para qué traducciones simultáneas si todos entienden el castellano.
Es verdad que todos entienden el castellano y se pueden entender en él. También es verdad que instalar un sistema de traducción simultánea comporta un gasto económico supletorio que se podría dedicar a otras cosas, aunque choca que la mayoría de quienes afirman esto se traguen sin pestañear recortes en educación, sanidad y ayudas a la dependencia, pongamos por caso.
Pero haciendo un esfuerzo de imaginación, demos por bueno que podríamos hablar todos en castellano y ¡fuera problemas!
Sin embargo, aceptar ese argumento –y no entiendo cómo mentes tan privilegiadas no se dan cuenta de ello– es poner en grave riesgo de desaparición o reducción al ámbito de lo privado –o provinciano que diría la Sra. Ayuso– no solo el castellano sino otras muchas lenguas.
Vivimos en un mundo global, donde cada vez más gente conoce con mayor o menor fluidez el inglés. Muchos de los inmigrantes africanos que llegan a nuestro país, vía Canarias y posterior traslado a la península –no sin reticencias por parte de varias comunidades autónomas, en un doble acto de insolidaridad con Canarias y con los inmigrantes– solo saben hacerse entender en inglés.
Ante un hecho tan innegable como este-que el inglés cada vez más se convierte en idioma universal-hagamos un ejercicio de imaginación: supongamos que en el Parlamento Europeo, la Presidencia del mismo o quien tenga facultades para ello razonara de la siguiente manera “como todos los diputados, en mayor o menor medida, tienen conocimientos de inglés suficientes para entender y hacerse entender, y para evitarnos gastos en traducción simultánea, a partir de ahora solo el inglés será lengua oficial de uso en este Parlamento”
Ya sé que propongo un supuesto teórico. Pero que demuestra que, yendo por el camino de solo hablar en la lengua que conocemos todos, no solo reduciremos al ámbito de lo privado el catalán, el gallego o el euskera –cosa que a algunos no les importa– sino el francés, el italiano, el portugués… y el castellano. Y aquí sí creo que a más de uno le pueden entrar tiritonas.
No más que las que nos entran a los que tenemos por lengua materna otra distinta del castellano cuando oímos o leemos algunas de las cosas que se han dicho –afortunadamente no todas– a raíz de la ocurrencia, y ya son varias, de la Sra. Ayuso.

Militante de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) de Orihuela-Alicante