La Pascua da a luz una vida obrera «nueva»

La Pascua da a luz una vida obrera «nueva»

La liturgia cierra el tiempo de Pascua con las fiestas de Pentecostés, la Trinidad y el Corpus. Durante un mes, podemos dejarnos empapar por «esa realidad trascendente», que llamamos Dios, fundamento y sostén del ser, pensar y actuar de nuestra vida obrera. No se trata solo de una vida ilimitada, sino, sobre todo, de una vida obrera «nueva» y definitiva: participación de la vida de Dios, que obra en nosotros.

Para ello, habremos de dejarnos envolver por:

1) La «fuerza» del Espíritu Santo (Juan 20, 19-23). Pentecostés invita a celebrar que nuestra existencia obrera puede estar empapada de Dios que es Espíritu, si nos abrimos a la experiencia de aquel obrero de Nazaret que, en su bautismo, «vio abrirse el cielo» y experimentó cómo «el Espíritu de Dios bajaba sobre él». Aquel día, aquel «trabajador nazareno» descubrió quién era y cuál era su misión. Sin el Espíritu de Jesús, tampoco nosotros sabremos quiénes somos ni a qué estamos llamados en el mundo obrero. No se trata de recordar un bello hecho del pasado, sino de celebrar que ese Espíritu, aliento de Dios, está en nosotros creando vida, renovando fuerza y esperanza, y capacitándonos para liberar la vida obrera, sanarla y hacerla más humana. Solo el Espíritu que Jesús nos regala es capaz de transformarnos y generar en nosotros una manera nueva de ser y de vivir la condición obrera.

2) El «Amor» del Dios que nos revela Jesús (Jn 16, 12-15). El Espíritu de Dios tiene como objetivo llevarnos a «la verdad», que no es conocimiento sino existencia. El Espíritu nos empuja a ser «obreros divinos y divinas obreras», haciendo realidad lo intuición de san Atanasio: «Dios se hizo humano para hacernos a nosotros divinos». Por eso, si participamos del ser del Abba querido, también participamos de su proyecto: construir un mundo más humano y fraterno, más justo y solidario y formar con él, una familia nueva que busque «cumplir la voluntad del Padre-Madre». Así, el Espíritu de Amor y Comunión que habita en nosotros es la energía que hace de nosotros testigos y militantes del proyecto de Dios en el mundo obrero…

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3) La Eucaristía que nos asocia al Amor «partido» y «derramado» de Jesús. «Haced esto en memoria mía», nos dice el obrero de Nazaret (1 Co 11, 23-26). Reavivad la confianza en lo que Jesús ofrece a los empobrecidos del mundo obrero; alimentad la vida, pobre y trabajadora, que nos une; entregaos como yo, para que el mundo obrero y del trabajo promueva la justicia «mayor» del Reino. Jesús, en la Eucaristía, nos une a su causa y a su destino, invitándonos a beber de «su copa», convirtiendo nuestra militancia obrera en «pan» para los compañeros y compañeras. El pan que me da la vida no es el que como, sino el que doy.

4) Y, todo ello, vivido en la comunidad de sus seguidores. Es la comunidad la que acoge mi vida y acción obrera, la que cuida mi vinculación obrera con Jesucristo (Mt 16, 13-19) y acompaña mi servicio al reinado de Dios. Es en la comunidad donde he de responder a la pregunta de Jesús: ¿Quién soy yo para ti en tu condición obrera? ¿Qué dice tu vida de mí a los empobrecidos del mundo obrero? Una pegunta que no se puede responder con dogmas ni de una vez para siempre, porque nunca lo descubriremos del todo y porque lo importante no es lo que diga nuestra boca, sino lo que diga nuestra vida.