«Comieron todos y se saciaron»

Lectura del Evangelio según san Lucas (9, 11b-17)
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle: –Despide a la gente que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado.
Él les contestó: –Denles ustedes de comer.
Ellos replicaron: –No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres.)
Jesús dijo a su discipulado: –Díganles que se echen en grupos de unos cincuenta.
Lo hicieron así, y todos se echaron.
El, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a al discipulado para que se los sirvieran a la gente. Comieron todo el mundo y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos.
Comentario
Es uno de los milagros que se narra en los cuatro evangelios, en Marcos y Mateo hay dos relatos. Es de esos milagros que la mayoría de los exégetas le conceden una base histórica importante. Jesús, en un lugar desértico, da de comer a una multitud con unos cuantos panes y peces.
En el Evangelio de Lucas el esquema es un camino que traza Jesús de Galilea a Jerusalén, en la etapa final de Galilea, cuando Jesús va revelándose a sus discípulos, aparece este relato de la multiplicación de los panes con otros muy importantes como la declaración de Pedro ante la pregunta de Jesús de ¿quién soy yo? o la Transfiguración, y los dos anuncios de la Pasión. Estamos en un momento importante, justo antes de que Jesús decidiera comenzar el camino hacia Jerusalén.
Nos impresiona la sencillez del relato, primero pone a prueba la fe de sus discípulos, que rápidamente dan el toque de realismo sin cuestionar la interpelación de Jesús que les pide a ellos que den de comer, «no podemos», contestan.
Los símbolos numéricos nos siguen conectando con el Antiguo Testamento, los cestos que sobran con los apóstoles y la evidente alusión a la última cena con las palabras de bendición del pan. No hay asombro ni entusiasmo de la gente… con la misma sencillez que comienza el relato, con esa misma termina y continúa con la declaración de Pedro.
Todo lo que tiene que ver con pan en el Evangelio tiene que ver con la Eucaristía. Hoy la Iglesia ha utilizado, para celebrar el corpus, el relato de la multiplicación, no un relato de la cena. Pero están perfectamente conectados y, en Lucas, es claro: «Jesús tomó el pan y los peces, levantó los ojos al cielo y pronunció la bendición, los partió y se los dio a sus discípulos para que ellos los distribuyeran».
Del cielo no cae nada, no es el maná, la materia prima está ya, solo hay que compartirla, el cielo es solo para pedir la bendición de Dios y confiar; lo demás está en nuestras manos, la abundancia que nace del Evangelio, que nos propone Jesús nace de lo que compartimos, de la solidaridad, de la preocupación por las necesidades de los otros. Solo hay que partir y distribuir.
A Jesús se le reconoce en los pasajes de apariciones cuando toma el pan, pronuncia la bendición y lo parte… y Jesús habla de pan partido, y Jesús habla de sí mismo en la última cena como pan partido. El nuevo mesianismo no es un poder sobrenatural que produce asombro y admiración, es abundancia que nace de partir y compartir la vida, y en el relato de Lucas parece como algo normal, sin demasiado ruido.
Nos ayuda a reflexionar sobre el Corpus, donde la tendencia es a convertir esta celebración en adoración. No es la finalidad de la Eucaristía ser adorada, ni hacer disquisiciones filosóficas sobre cómo se da la presencia de Jesús en el pan y en el vino. Jesús es reconocido en el pan partido, en la acción de partir. Importante: es en el pan partido que se da, que se regala; que cuando se parte abunda, alimenta en el desierto, llena de vida y sobra.
En la tradición de la Iglesia, el sagrario era el lugar para guardar lo que sobraba para que pudiera llegar a los enfermos, a los que no habían podido participar de la reunión donde se había partido el pan.
Es más fácil adorar que ser pan. Nos ha resultado más fácil explicar la transubstanciación y llenar de oro y plata nuestros altares, dignificar a Jesús sacramentado con vasos y custodias de oro, plata y engarzadas en piedras preciosas que hacer cotidiana la presencia de Jesús en el compromiso diario de ser pan partido para los demás o saber también encontrarle en la comunidad reunida en su nombre o en las personas empobrecidas.
Celebrar el Corpus es permitirnos un momento de contemplación de todo un Dios que se amasa con la humanidad, que se hace sencillez para que podamos siempre reconocerle, que se hace pan para ser partido, para no ser cosificado como los ídolos, para ser comido una y mil veces, para ser reconocido en los gestos generosos de entrega, para ser esperanza permanente en la vida de los que una y otra vez nos acercamos para, con la mano extendida como un mendigo, jurar en el «amén»: quiero ser como tú.
Un pan que nos une a Él en fraternidad, «ya no les llamo siervos, son mis amigos» (Jn 15, 14-19) y nos une a todas y todos en fraternidad porque comulgamos del mismo pan, que nos hace iguales en hermandad con Cristo y con los demás (y comulgamos en pie), y nos hace adultos en el compromiso de ser como Él y continuadores de su misión (comulgamos con la mano). Para sentir y experimentar la fuerza del alimento que nos lleva a reconocer a todo un Dios hecho pan para nosotros y nosotras.
Y una y otra vez decimos que «no somos dignos», porque el listón está alto y nuestra vida, a la hora de partirse, siempre se queda corta y es un poco mezquina, pero necesitamos cada semana, cada domingo, reunirnos para que su palabra siga ayudándonos a partirnos, para que su palabra nos ayude a descubrir, cada día, donde nos toca ser pan partido para los demás. Contemplemos a Cristo, el Señor, amasado en un pan y partido, pero no le robemos a «ese pan partido» su carga ética, política, revolucionaria, subversiva en aras de convertirlo en un señor que nos gusta «ir a visitar por la tarde, tomar con él té» y disfrutar de una íntima y emotiva conversación, pero sin más trascendencia.
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Consiliario general de la HOAC
Cura en Gran Canaria. Diócesis de Canarias
Ordenado el 5 de noviembre 1984 por Ramón Echarren Ystúriz
Nací el 26 de septiembre de 1955