Un cónclave apasionante: la Iglesia en espera

Un cónclave apasionante: la Iglesia en espera
FOTO | Bomberos instalando la chimenea del cónclave. Vía Sala de Prensa de la Santa Sede

Al final, solo 133 cardenales van a votar en el nuevo cónclave de la Iglesia católica para elegir al sucesor del papa Francisco. No lo tendrá fácil el nuevo purpurado, pues el rastro que deja su antecesor es impresionante, tanto en el plano interno de la Iglesia, como en su rol social hacia toda la humanidad.

Pero justamente por eso, resulta imprescindible la llegada de un Papa coherente con la labor iniciada. Porque Francisco ha abierto muchas puertas relevantes para que el mensaje de Jesús se haga presente en la existencia humana y en la sociedad y esto no puede quedar ahora reducido a un buen recuerdo, siempre gratificante, sino que nuestro mundo necesita que se abran mentes y corazones para forjar una nueva realidad, que supere las derivas actuales de guerras y genocidios, de injusticias y agresiones, de ataques a la naturaleza y de desastres ecológicos sin tino.

La Iglesia como institución y, sobre todo la comunidad de creyentes tiene un papel que jugar fundamental en ese acontecer histórico. Por ello, precisa impulsar un cambio dentro y fuera de la institución para promover esa transformación ineludible. Sin duda la democratización de la propia Iglesia sería un elemento crucial para garantizar la coherencia plena en esos procesos. En tal sentido, la existencia misma de un cónclave tan limitado es un aspecto a renovar urgentemente, ya que no cumple con la representatividad mínima para la toma de una decisión tan trascendente.

Es verdad que la figura del Papa no debiera ser tan preponderante, pues los liderazgos excesivos pueden anular la voz de la comunidad, que es la más fiel guardiana del mensaje liberador. Esto no impide que el valor de liderazgos como el de Francisco sean un hallazgo incalculable para dar luz a creyentes y no creyentes en su búsqueda del mejor camino para la humanidad.

Por supuesto, de esa democratización de la Iglesia habrán de surgir multitud de reformas, que acerquen su vivencia a la experiencia de un pueblo de Dios impregnado de la libertad y justicia que propugna el reino de Dios. Con este bagaje los cambios han de ser evidentes y contundentes: uno muy principal, el respeto y reconocimiento del valor de la presencia y acción de las mujeres en la Iglesia. No solo por razones puramente numéricas, en la que su mayoría es aplastante, sino por la genuina aportación de la mujer a la transmisión del mensaje cristiano. Jesús ya lo anticipó, revelando en primer lugar a María Magdalena la buena y gran noticia de su Resurrección.

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Pero como las cuestiones a renovar son tan inmensas en la Iglesia actual, vamos a centrarnos en el perfil deseable del nuevo Papa para que esa misión reformadora pueda hacerse realidad:

  • Desde luego un candidato conservador como monseñor Müller no serviría para ese cometido, pues nos llevaría a un papado como el de Juan Pablo II, que supuso un retroceso indudable para la transformación imprescindible.
  • Una opción continuista, como la que representa el cardenal Pirolin, actual secretario de Estado, sería un mal menor, pero solo sería viable, si cuenta con un amplio apoyo plural de distintas corrientes y latitudes para que fuera efectiva en un nivel de reformas adecuado.
  • Pero sin duda una propuesta renovadora profunda como la que parece encerraría monseñor Zuppi, diplomático colaborador de Francisco, sería el candidato óptimo para este contexto eclesial.

En todo caso, cabe confiar que la razón evangélica prevalezca sobre las razones de Estado o de intereses grupales de poder, para que los cambios necesarios se hagan realidad.