Pepe Mujica, la vida que se gasta

Pepe Mujica, la vida que se gasta
FOTO | Pepe Mujica, interviniendo en el III Encuentro Mundial de Movimientos Populares (04.11.2016)

Quienes anhelamos un mundo mejor para todos y en todo lugar lo hemos leído, lo hemos escuchado, y, sobre todo, lo hemos admirado. José “Pepe” Mujica nos ha conmovido por su humildad, su sencillez y su entrega incansable al servicio de las causas más justas. Su modo de vivir, tan coherente como provocador para el sistema, lo convirtió en un referente mundial, sin distinción, pero sobre todo para quienes nos seguimos haciendo preguntas y buscando respuestas ante un modelo económico que “descarta” y que “mata”.

Tuve el privilegio de saludarlo personalmente, compartir un mate con él y con su compañera de vida, Lucía Topolansky –alguna foto habrá por ahí–, y escuchar sus palabras vivas en un lugar especial: el III Encuentro Mundial de Movimientos Populares. Su intervención ante los 200 delegados y las delegadas, realizada en Roma el 4 de noviembre de 2016, a las cinco de la tarde, en el Pontificio Collegio Mater Ecclesiae, no estaba inicialmente previsto para ser pública ni retransmitida. Pero convenimos que no podía quedar encerrada entre cuatro paredes. Acompañados por algunos periodistas, con nuestros medios logramos emitir la señal, grabar la intervención y publicar un sentido texto, a modo de crónica, con sus palabras. Sabíamos que su mensaje trascendía y que, más allá de aquel salón, el mundo necesitaba escuchar.

No le faltaba razón a Ignacio Ramonet al decir en su presentación que “cuando estamos cerca de Pepe Mujica, nos sentimos siempre mejores, lo vemos, aprendemos y nos convertimos en personas de mejor calidad humana”.

Pepe habló como siempre: directo, claro, cercano, desde lo hondo. Sus palabras atravesaron a un auditorio lleno, no por grandilocuentes, sino porque eran verdad encarnada. Reflexionó sobre la globalización y sus desigualdades, pero sin eludir la exigencia de transformación personal. Llamó a la conversión, a cambiar no solo las estructuras, sino también la cultura. “Si no cambia la cultura, no cambia nada”, afirmó. “No se puede construir una cultura solidaria a partir de valores capitalistas”, añadió.

Fue un momento emocionante. Mujica no se ahorró la crítica ni el amor. Habló del capitalismo como una civilización sin gobierno, del poder que acumulan unos pocos mientras millones de personas son arrojadas a la pobreza, del consumismo anestesiante. Reivindicó la igualdad como eutopía necesaria –ese buen lugar alcanzable que tantas veces apuntó Casaldáliga y que da nombre a este blog–, “no solo ante la ley, sino debajo de los techos donde vive la gente”. Y defendió una democracia que sea fiel a las mayorías, no a los privilegiados: “La política no es para vivir, se vive de la política. La política es una pasión, no una profesión”.

Sus palabras siguen latiendo como ecos que interpelan:

“Tenemos que ser solidarios con nuestra especie, con nuestra vida. Hemos perdido en nuestra perspectiva que los afectos son lo más importante de la vida, y no los objetos inertes”.

“La libertad es el tiempo en que no vendes tu esfuerzo, sino que gastas en cosas que a ti te gustan”.

“A las 3T les pondría una I. La igualdad debe componer las utopías que nos guían”, se atrevió a enmendar.

Al día siguiente, compartimos desayuno de mate. Luego fuimos al encuentro con el papa Francisco, donde los movimientos populares presentaron sus Propuestas de Acción Transformadora, y el Papa respondió con un mensaje que fue, a la vez, denuncia profética y una llamada a la esperanza.

Francisco habló del drama de los desplazados y de la “bancarrota” de humanidad que supone ignorarlos. Criticó la crisis de legitimidad de las democracias dominadas por poderes económicos, y llamó a revitalizarlas con el impulso de los movimientos populares.

También advirtió de algunos riesgos asociados a los estilos de vida y a la militancia política: “a cualquier persona que tenga demasiado apego por las cosas materiales o por el espejo, a quien le gusta el dinero, los banquetes exuberantes, las mansiones suntuosas, los trajes refinados, los autos de lujo, le aconsejaría que se fije qué está pasando en su corazón y rece para que Dios lo libere de esas ataduras. Pero, parafraseando al expresidente latinoamericano que está por acá [en referencia Mujica], el que tenga afición por todas esas cosas, por favor, no se meta en política, que no se meta en una organización social o en un movimiento popular, porque va a hacer mucho daño a sí mismo, al prójimo y va a manchar la noble causa que enarbola. Tampoco que se meta en el seminario”, consideró el Papa, sin dejar de lado su habitual sentido del humor.

Mujica y su compañera Lucía escuchaban en primera fila. Después fueron saludados por Francisco. La escena fue más que simbólica: era el encuentro de dos figuras universales, hermanadas en su amor incondicional por las personas más humildes, en su vida austera, en su visión profundamente política del bien común, en su rechazo de la cultura de la indiferencia.

 

FOTO | José “Pepe” Mujica (i), Lucía Topolansky y el papa Francisco

Ahora, Pepe Mujica seguirá hablando, porque los verdaderos referentes no mueren, se siembran. Sus palabras y su vida seguirán acompañando las luchas por los sagrados derecho a tierra –que también es a barrios dignos y el cuidado de la casa común–, a un techo accesible y a trabajo decente, esenciales para avanzar en justicia social. Seguirán inspirando a las nuevas generaciones que se resisten al individualismo y a la indiferencia imperante. Y, sobre todo, seguirán recordándonos que una vida digna no se mide por lo que se tiene, sino por lo que se entrega.

Ahora ambos —Mujica y Bergoglio— nos han dejado el testimonio excepcional de una vida gastada en favor de la justicia social que nos emplaza a seguir luchando y levantando banderas de humanización, perseverando en este camino con amor fraterno. “El que tenga oídos para oír, que escuche y entienda”…