León XIV, el Papa agustino de la paz y la comunidad

El 8 de mayo de 2025 era jueves. Pasadas las seis de la tarde el humo blanco comenzó a salir a borbotones por la chimenea con aires de chabola de extrarradio que habían colocado los bomberos del Vaticano en el tejado de la Capilla Sixtina.
En medio mundo las campanas de las catedrales, iglesias y capillas repicaban anunciando que los 1.400 millones de católicos que poblamos la Tierra teníamos un nuevo papa. Es el 267, el segundo venido de América, el primer estadounidense y el primer fraile agustino.
El cardenal Robert Francis Prevost, prefecto para el Dicasterio de los Obispos, había conseguido en la cuarta votación –y en menos de 24 horas– los dos tercios de los 133 votos emitidos por los purpurados electores reunidos en cónclave bajo el impresionante techo en el que Buonarroti nos regaló su Juicio Final al fresco.
No estaba entre los favoritos aunque tampoco era descartable por pertenecer al gobierno del Vaticano. Enseguida comenzamos a conocer detalles sobre los hechos y dichos del último sucesor de Pedro.
Un papa equilibrado, no equidistante
Nacido en un barrio humilde de Chicago, en Estados Unidos, el poderoso país de Donald Trump, pero también con pasaporte de Perú, donde fue obispo misionero en la ciudad costera de Chiclayo, al norte, en cuyo puerto de Pimentel se sirve el mejor ceviche del mundo.
Matemático y doctor en Derecho Canónico, misionero en las periferias de la costa, la sierra y la selva peruana, pero también con un largo recorrido en tareas de gobierno y responsabilidad.
Previos a sus ocho años de ejercicio episcopal fueron los dos sexenios como prior general de la Orden de San Agustín (OSA). Y aquí queríamos llegar. ¿Cómo puede influir el carisma agustiniano en su pontificado? La respuesta la iremos viendo a través de sus gestos, sus palabras, sus viajes y sus mensajes. Por su trayectoria –y por su ADN agustiniano– todo indica que seguirá la línea sinodal comenzada por Francisco (con fechas cerradas hasta el 2028) con un estilo más formal, más reflexivo y menos extrovertido.
Cuando uno repasa, a toro pasado, el perfil que habían trazado en las Congregaciones Cardenalicias los días previos al cónclave no entiendo cómo no había caído en Robert –el padre Bob en USA y Roberto en Perú–. Pareciera que estuvieran describiéndole. Un pastor misionero con experiencia de gobierno en todo el mundo, que sea un hombre de consenso en un momento donde la Iglesia necesita unidad interna, que conozca las periferias pero que pueda hablar de tú a tú con los poderosos, que respete los ritos pero que sea cercano, que sea “siempre antiguo y siempre nuevo”, como decía el propio san Agustín cuando se apenaba por haber amado tan tarde a Dios tras su conversión.
Donde la Iglesia los necesita
Una de las características históricas y carismáticas de los frailes agustinos es ir allí donde la Iglesia los necesita. Es por eso que entre sus apostolados hay, indistintamente, misiones en lugares empobrecidos, universidades, colegios, parroquias, centros de espiritualidad y hasta algún que otro pequeño medio de comunicación.
El caso de León XIV es un claro ejemplo de este carisma agustiniano. Comenzó en la misión de Chulucanas, en Piura, al norte del Perú. De allí le pidieron que siguiese con su formación en Roma, y para allá que fue a darle al Derecho Canónico donde defiende su tesis doctoral sobre “El papel del prior local en la Orden de San Agustín”. De ahí, vuelta a Estados Unidos, a Illinois, para trabajar con las vocaciones. De nuevo le vuelven a enviar a Perú, en esta ocasión a Trujillo, para encargarse de la formación de los más jóvenes.
Los propios compañeros le eligen como superior provincial y ahí comienza su servicio en cargos de gobierno y responsabilidad. Luego vendrían sus doce años como general de la Orden recorriendo todas y cada una de las comunidades de agustinos repartidas por más de 50 países a lo largo y ancho del mundo. Ahí coincide con Jorge Bergoglio en Buenos Aires antes de ser nombrado Papa. Cuando Francisco habla de obispos con olor a oveja nombra a Roberto obispo de Chiclayo y allí que va. Luego le pedirán que presida el Dicasterio para los Obispos en el Vaticano y también acepta. Es nombrado cardenal y, finalmente, también acepta ser el sucesor de Pedro. Obediencia y sencillez. “Mi hermano será un nuevo Francisco, él sólo quería ser misionero”, explicaba a los medios estadounidenses John Prevost, uno de los dos hermanos del nuevo papa León XIV.
Una sola alma y un solo corazón
Los agustinos tienen un corazón y un libro como símbolos de la Orden. El corazón de la caridad, del amor, y el libro de la ciencia, del estudio. Su carisma es buscar la verdad, como hizo san Agustín, utilizando la razón y la fe. Pero si hubiera que destacar un rasgo común a la familia agustiniana, a los hombres y mujeres consagrados a Dios al estilo del santo africano nacido en Tagaste, educado en Roma, convertido en Milán y obispo de Hipona es la vida fraterna, la vida en comunidad, el compartir con los amigos una sola alma y un solo corazón.
Si cualquier orden y congregación religiosa comparte los momentos de oración y de trabajo o de apostolado, en la familia agustiniana es muy habitual que también se comparta el ocio, la recreación, el tiempo de esparcimiento. La fraternidad es, sin ninguna duda, la clave sobre la que se sustentan la ciencia y la caridad de su escudo, la búsqueda de la verdad y el servicio a la Iglesia allá donde se les necesite.
Si Francisco dejó su impronta como el Papa de los pobres, no me cabe ninguna duda de que León XIV será el Papa de la fraternidad y de la paz. Sus primeras palabras así lo demuestran. Habrá que rezar por él y con él pero, sobre todo, con los hermanos y hermanas de nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra parroquia, nuestro barrio, nuestro trabajo…

Periodista en RTVE