Un crimen contra la humanidad

El papa Francisco lo ha dicho con mucha claridad: «Tenemos que decir no a una economía de la exclusión y la inequidad. Esa economía mata» (Evangelii gaudium, 53).
La orientación de la economía que domina nuestro mundo mata, literalmente. Lo hace de muchas maneras. Una de ellas es la de la siniestralidad y las enfermedades laborales. Es una trágica realidad de la que apenas se habla. No se plantea como uno de los más graves atentados contra la vida en nuestro mundo. Pero lo es. Mata a millones de trabajadores y trabajadoras. Es un enorme crimen contra la humanidad.
Algunos datos ofrecidos por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) así lo muestran. Cada año mueren en el mundo 2,93 millones de trabajadores y trabajadoras por siniestros y enfermedades laborales; 395 millones sufren cada año un «accidente» laboral no mortal, pero que, en no pocas ocasiones, produce lesiones graves que condicionan la vida. Son muchas vidas acabadas prematuramente, millones de familias destrozadas. Solo tres datos más: 1.000 millones de trabajadores están expuestos a sustancias químicas peligrosas y un millón pierde la vida cada año por ello, muchos más sufren lesiones y enfermedades. Y la OIT añade: todas esas muertes, lesiones y enfermedades son evitables, basta con las debidas medidas de protección. Otro dato: agravado por el cambio climático, 2.400 millones de trabajadores y trabajadoras están expuestos en su trabajo a un calor excesivo y se podrían mejorar mucho las medidas de seguridad y salud para protegerlos de los efectos de ese calor excesivo. Y un último dato: crece el deterioro de la salud mental por las malas condiciones laborales; cada año se están perdiendo 12.000 millones de jornadas de trabajo solo por la depresión y la ansiedad; una mal salud mental agrava también la falta de salud física y aumenta el riesgo de «accidentes» laborales.
Todo esto sería en la inmensa mayoría de los casos evitable, como insisten los sindicatos y la OIT. Si no se evita es porque no se toman las debidas medidas para garantizar la seguridad y salud de las personas. Pero esas medidas posibles se ven muchas veces por quienes emplean como un «coste» que no se quiere asumir. Eso mata. Lo que enferma y mata a trabajadores y trabajadoras son las malas condiciones de trabajo, en muchos lugares y ocasiones, las horrorosas condiciones de trabajo.
Es una economía orientada a la obtención de la máxima rentabilidad, que convierte a las personas trabajadoras en un instrumento de la rentabilidad, la que mata. Es la orientación de la economía lo que necesitamos cambiar para cuidar la vida de las personas trabajadoras. Como señaló Juan Pablo II, los derechos de las personas trabajadoras (y en ellos, en primer lugar, el derecho a condiciones de trabajo seguras y saludables) no pueden estar a expensas de una economía guiada por el criterio del máximo beneficio, sino que debería ser el respeto a esos derechos lo que orientara la economía (cf. LE 17).
Que el 28 de abril, Día Mundial de la Seguridad y Salud en el Trabajo, sea un real recordatorio y llamada de un deber de humanidad, de una profunda responsabilidad social y política: garantizar la seguridad y salud en el trabajo. Para que el trabajo sea humano en una economía humana. •

Militante de la HOAC