Francisco ha dejado el listón muy alto. Le echaremos mucho en falta

Parecía que el Papa se encontraba en un lento proceso de recuperación, pero su cuerpo desgastado ha dicho basta. Desde la profunda tristeza nos queda el consuelo de un adiós con sello propio: la humildad. No se ha despedido en un hospital sino celebrando la Semana Santa con el Pueblo de Dios; manteniendo el tradicional encuentro con los presos en la cárcel de Roma, aunque no pudiera lavarles los pies como hizo durante los doce años de pontificado; dando la bendición a toda la humanidad en contra del rearme, la guerra y el hambre; en definitiva, nos ha dejado uniendo su propia muerte y resurrección a la de Jesucristo.
Su papado nos ha sabido a poco. Máxime después de haber padecido, durante treinta y cinco años, los mandatos de Juan Pablo II y Benedicto XVI, ambos de corte restaurador e involucionista. Los dos cerraron las puertas y ventanas de la Iglesia desde la visión de un mundo amenazante, hostil, lleno de peligros y antivalores. Bergoglio, en cambio, ha representado un soplo de aire fresco al entender que la encarnación en el mundo, desde una posición de empatía y diálogo, es la única manera de hacer relevante, en el tiempo actual, el Evangelio de Jesús de Nazaret. Lo ha llamado “Iglesia en salida a las periferias del mundo”, sean estas existenciales o geográficas, para ser “tienda de campaña” que acoge, cura y acompaña.
Se pueden destacar muchos rasgos de su legado y personalidad. Su austeridad en la forma de vivir y morir, muy marcada por su pertenencia a una familia obrera; su sencillez, utilizando un lenguaje claro, bello, profundo; su cercanía con la gente, compartiendo aficiones tan mundanas como el fútbol; su sonrisa cautivadora y sentido del humor que son rasgos de personas inteligentes y con equilibrio emocional; su libertad y creatividad, incluso rompiendo moldes y protocolos frente a los papas acartonados e institucionalizados.
Francisco ha conseguido el respeto de amplísimos sectores sociales, incluso de personas alejadas de la fe, que han valorado su compromiso en favor de la justicia social. Ha hecho más fácil vivir la identidad cristiana y eclesial sin complejos ni dualismos. A diferencia de las últimas décadas, las personas progresistas y de izquierda nos hemos encontrado cómodas con la trayectoria, apuestas, opciones y mensajes del papa argentino.
Se va en un momento en el que su liderazgo era más necesario que nunca. Su figura trascendía su papel de representante de la Iglesia católica. Ha sido un referente global en la defensa de un nuevo orden mundial basado en el reparto de la riqueza, la defensa de los colectivos más vulnerables, la paz y el medio ambiente. Ha denunciado con firmeza el atropello de los derechos humanos a los inmigrantes y el genocidio en Palestina. Su última llamada fue al párroco del único templo en pie en Gaza, preguntando por el estado de los niños y niñas.
Hay dos encíclicas referenciales en su mandato: la Fratelli tutti en favor de la fraternidad universal, desde la opción preferencial por los empobrecidos, que él definía como los descartados del sistema capitalista, y Laudato si’, en defensa de la casa común frente a las graves amenazas al planeta por la voracidad sin límite de las oligarquías y empresas transnacionales.
Dijo, a modo de testamento, dos días antes de morir: “la economía de Dios ni mata, ni descarta, ni aplasta”. Era el contrapunto necesario y la voz profética frente al avance del fascismo y de los sectores neoconservadores liderados por Trump, representante del caos, la inestabilidad y la amenaza planetaria.
Es muy destacable su implicación en la erradicación de la pederastia y la corrupción, así como su última iniciativa convocando un Sínodo mundial, partiendo de la escucha a la comunidad católica. Pero, aunque se han aprobado algunas orientaciones interesantes, decidió aparcar, quizás por miedo al cisma, las reformas estructurales más urgentes: la plena igualdad de la mujer, incluyendo el acceso al ministerio ordenado; el celibato opcional; la aceptación, sin falsos paternalismos, del colectivo LGTBIQ+; la participación de las diócesis en la elección de sus 0bispos; o una nueva forma de entender el poder en el interior de la comunidad cristiana.
Es cierto que ha tenido grandes resistencias por parte de sectores de la Curia y de otros lobbies refractarios a los cambios, que anteponen el Derecho Canónico al Evangelio.
Lamentablemente, la Iglesia que deja Francisco sigue siendo patriarcal y clerical. El poder sigue estando en manos de una minoría de hombres y clérigos. Las mujeres y seglares siguen jugando un papel subalterno. No es suficiente con escuchar; es necesario dotar de contenido a la corresponsabilidad y sinodalidad en base a la codecisión.
Se dice que los pontificados conservadores son largos y los progresistas cortos. Deseo que esta vez no se cumpla. La Iglesia se juega mucho en la elección del nuevo Papa. O ser resto significativo o ser residuo irrelevante. Francisco ha dejado el listón muy alto. Le echaremos mucho en falta. Seguro que seguirá intercediendo por la humanidad sufriente. Se ha ganado su descanso eterno. Gracias infinitas por tu vida y compromiso con los más pobres. Goian bego.

Profesor de Filosofía. Consejero de Vivienda y Asuntos Sociales del Gobierno de Euskadi (2001-2009)