En el camino del compromiso sinodal

Con la tristeza en el corazón, nos vamos haciendo cargo del compromiso que nos deja Francisco como herencia. Sabemos con el pensamiento que una forma de agradecer el regalo recibido es hacerlo crecer y multiplicarse, pero necesitamos pasarlo de la cabeza al corazón.
Doce años de Pontificado nos han dejado muchas puertas abiertas, no deseamos cerrarlas, sino por el contrario, dejar que nadie quede fuera, que se mantengan acogedoras. Nos ha dejado una iglesia en salida, hospital de campaña, misericordiosa, compasiva, todo lo contrario de la autoreferencialidad, término que usaba con frecuencia.
Nos ha puesto en el centro de su vida y de la iglesia, a Jesús de Nazaret, como referente central para nuestra fe y el evangelio como programa de vida. Y, en consecuencia, atención prioritaria a la persona humana, y en especial a aquella que puede encontrarse herida a la vera del camino; seres humanos descartados donde los haya y por eso has ido a las periferias existenciales y geográficas, has elegido qué países visitar y cuáles no, nada ha quedado al azar, todo estaba asumido después de los pertinentes procesos de discernimiento.
Nos ha abierto el modo de caminar juntos: la sinodalidad, que asume la comunión junto con el pluralismo: esa raíz que nos une y que tiene mucha variedad de ramas, hojas, flores, frutos… Invitación universal, a creyentes e increyentes, a toda persona que desee ofrecer su aportación para una iglesia más coherente con el sueño de Dios.
Nos ha escuchado a las mujeres para seguir dando pasos en una inclusión significativa en puestos de relevancia, por la igual dignidad que asumimos en el Bautismo y también por la urgencia pastoral que supone la ausencia de sacerdotes.
Las mujeres estamos siendo creídas en la Iglesia sinodal y asumimos la responsabilidad de no dejar espacios vacíos, sino creernos que podemos aportar mucho y no dar pasos atrás, más bien hacia adelante siempre.
Y cómo no escuchar el urgente clamor de nuestra casa común, el paso forzado de tantos migrantes, la violencia extrema con tantas guerras. Y también hacernos cargo, pedir perdón y ofrecer reparación a tantas víctimas de abusos de todo tipo en nuestra iglesia, ese gran problema que denunciaba con tanta fuerza en tus gestos y palabras.
Te has ido, querido Francisco, una vez que avanza el Año Jubilar como Peregrino de la Esperanza. Y en el momento de la Resurrección, a gozar de la vida en plenitud.
Nos has dejado tu sonrisa, tu alegría, tu buen humor en todo momento, aunque siempre fuiste muy consciente de los conflictos, tensiones y resistencia que tu modo de “pastorear” creaba a tu alrededor.
¡Hermano Francisco, descansa y goza de tu Señor!
¡Muchas gracias! Seguiremos caminando…

Religiosa de las Hijas de Jesús
Facilitadora del sínodo de la sinodalidad