Marzo huele a primavera

Marzo huele a primavera
Foto | Abhilash Anithkumar (unspash)
Hay años, como el pasado, en que la Semana Santa viene marcera, y entonces dicen que Sevilla huele a azahar y a incienso cofrade.

Pero en 2025 la cosa viene más lenta y, curiosidades del destino, en este Año Jubilar todos los cristianos de oriente y occidente coincidiremos celebrando la Pascua el 20 de abril.

Es por eso por lo que marzo comienza aún en el tiempo ordinario de la Iglesia, envuelto, eso sí, en el carnaval callejero. Y san Lucas, compañero de camino este año, nos recordará la mota y la viga: que es más fácil juzgar que dar ejemplo, condenar que ser coherente. Cristianos en medio de la sociedad… para descubrir los brotes verdes y apoyarlos, para hacer crecer el reino, aunque haya algunas motas y no pocas vigas.

Y el miércoles 5 nos adentramos ya en la Cuaresma, con esa triple llamada a la limosna sin trompeta, a la oración humilde ante el Padre y al ayuno con cara alegre y actitud solidaria, que podríamos traducir en comunión de bienes, de vida y de acción, como decía Rovirosa.

Iniciado el camino cuaresmal, el primer domingo nos recuerda cómo el Señor escuchó los gritos de su pueblo oprimido en Egipto y lo condujo a una tierra fértil. Pero, una vez instalados, somos tentados con nuevas esclavitudes del tener, del poder o de la fama; Jesús nos recordará que «solo al Señor, tu Dios, adorarás». Y nosotros, ¿a quién servimos?

Abraham solo confió en Dios y le fue bien, como veremos en el segundo domingo. También nosotros somos llamados a experimentar el encuentro con Jesús, a gustar de esos momentos de luz y cercanía, pero para bajar luego transfigurados del monte y continuar el camino a Jerusalén, compartiendo la vida con los compañeros y compañeras de trabajo y de barrio. No siempre nos irá bien, porque Jerusalén es la ciudad que «mata a los profetas»; pero para eso hemos sido enviados.

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Tras recordar a san José, el buen carpintero y «hombre justo», llegaremos al tercer domingo de Cuaresma, donde el evangelio conjugará esas dos actitudes a las que el papa Francisco nos invita en su escrito de convocatoria del Jubileo: la esperanza y la paciencia. La higuera tiene sus tiempos; las personas, también. El viñador nos permite una nueva oportunidad, confiar y trabajar esperando un fruto que no depende de nosotros.

Concluirá el mes con el cuarto domingo y su gran parábola del padre bueno y el hijo pródigo, que nos recuerda la canción de Luis Guitarra: «Los favoritos de Dios son los pequeños, los que merecen su máxima atención; son putas y borrachos, presos, drogatas, que son los que precisan más amor. Los elegidos del reino son los pobres, los que malviven sin otra ocupación que la de seguir vivos, que ya es bastante cuando les han robado la ilusión». Un buen examen de conciencia, con la Cuaresma avanzada, será ponernos en el lugar de los tres personajes: qué tengo de hijo pródigo, en qué me parezco al hijo mayor, qué rasgos del buen padre albergo en mi corazón. Y es que, realmente, este Evangelio huele a esperanza, esponja el corazón: con él, marzo huele a primavera.