La precariedad del cuidado

La precariedad del cuidado
En la pandemia producida por la Covid-19 experimentamos la fragilidad de la vida, poniendo al descubierto profundas carencias estructurales y la importancia de tener recursos tanto materiales como humanos dedicados a los cuidados. Sin embargo, con el tiempo nos vamos relajando y todo aquello que tanto reclamamos vuelve, ante nuestra pasividad, a la situación inicial o aún peor.

Las personas cuidadoras siguen reclamando unas condiciones laborales dignas y el reconocimiento social que se merecen. Dejamos en sus manos el cuidado de la infancia, de la tercera edad, de las personas enfermas y de nuestros hogares, sosteniendo la vida sin ser visibles para una sociedad que se ha vuelto a olvidar que todas las personas en algún momento necesitan ser cuidadas y que esta tarea debe ser sostenida por toda la sociedad. «Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo», dice el papa Francisco.

El trabajo de cuidados es de vital importancia para el futuro del trabajo decente y esto pasa por la exigencia a los Gobiernos, a los empleadores, a los sindicatos y a los ciudadanos de adoptar, a través del diálogo social, medidas urgentes en lo que respecta a la organización del trabajo de cuidados. Como nos recuerda la Organización Internacional del Trabajo (OIT) si no se afrontan de manera adecuada, los déficits actuales en la prestación de servicios de cuidado y su calidad crearán una grave e insostenible crisis del cuidado a nivel mundial y aumentarán más aún la desigualdad de las mujeres en el mundo del trabajo.

En España, el personal de enfermería reclama el derecho a un trabajo decente ya que hacen falta unas 100.000 personas en este sector para equipararse a la media europea. Los sueldos del sector cuidados están en las últimas filas de las tablas salariales, las tasas de temporalidad y parcialidad superan la media de cualquier otra profesión y los riesgos físicos y psicológicos no están reconocidos. Es una actividad de suma importancia social, sin embargo, es bastante invisible y desequilibrada, ya que las mujeres representan casi el 90% de la fuerza laboral.

Las personas dedicadas al cuidado, en su mayoría mujeres migrantes, son las grandes olvidadas por la política y la opinión pública. Según la OIT, en el mundo se dedican 16.400 millones de horas diarias al trabajo de cuidado no remunerado, lo que equivale a 2.000 millones de personas trabajando ocho horas diarias sin recibir una remuneración.

En España, la economía sumergida representa entre el 15,8% y el 24% del Producto Interior Bruto (PIB), dependiendo de las fuentes. Este sector informal es especialmente predominante en trabajos de cuidado y empleo doméstico, donde la mayoría de las trabajadoras son mujeres. Según datos recientes, un 36% de las empleadas del hogar trabaja sin contrato y sin cotizar a la Seguridad Social, lo que las deja sin protección laboral ni acceso a prestaciones sociales.

Debemos promover y visibilizar
alternativas de vida y de trabajo
que sean expresión de solidaridad

La Ley de Dependencia aprobada en 2006 supuso un gran avance del sistema de protección social en España, fue un intento de regularizar a las personas cuidadoras, el 63% de los cuales eran migrantes. Sin embargo, con la crisis de 2008 y el aumento del desempleo no supuso una mejora significativa en el reconocimiento y dignificación del trabajo y todavía hoy tiene muchos aspectos que mejorar.

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La participación en el trabajo de cuidados no remunerado afecta negativamente las perspectivas de empleo remunerado de las mujeres. Supone uno de los principales obstáculos para que las mujeres avancen hacia empleos de mejor calidad ya que su dedicación a los cuidados afecta al número de horas que pueden asumir para trabajar a cambio de una remuneración, más de la mitad tienen un trabajo a tiempo parcial y se enfrentan a períodos frecuentes de desempleo. Un reparto más equitativo facilitaría a muchas mujeres el acceso a un trabajo decente.

El papa Francisco nos recordaba, en nuestra XIV Asamblea General, que nuestro compromiso no puede limitarse a discursos o acciones aisladas, sino que debe ser un testimonio constante de solidaridad y apoyo hacia aquellos que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad laboral y social. Como Iglesia nos llamaba a estar cerca de quienes sufren la precariedad laboral y la falta de oportunidades, siendo presencia activa, caminando con ellos, escuchándolos y colaborando en la búsqueda de soluciones justas y duraderas.

Ante este llamamiento, los militantes de la HOAC luchamos cada día por hacernos presentes en estas situaciones de injusticia en el mundo del trabajo. Somos invitados a colaborar en lograr un cambio de mentalidad que nos lleve a creer que otra forma de organizar el trabajo es posible, y que todos tenemos algo que hacer en esta tarea.

Debemos promover y visibilizar alternativas de vida y de trabajo que sean expresión de solidaridad.

Además, consideramos fundamental el trabajar por cambiar las instituciones para que cuidar de las personas más vulnerables y lograr el bien común sean sus prioridades.

No podemos dejar de ser voz de Iglesia que denuncia, reclama, acompaña y colabora con tesón junto con las víctimas, con toda la Iglesia y con otras organizaciones.