«La persona que es buena, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien»

Lectura del Evangelio según san Lucas (6, 39-45)
En aquel tiempo, hizo Jesús a sus discípulos esta comparación:
–¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Quien aprende no es más que la persona que le enseña, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como ella.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano o tu hermana en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano o hermana: «Déjame que te saque la mota del ojo», sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo?
¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota de su ojo.
No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
La persona que es buena, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y la que es mala, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca».
Comentario
Después de las Bienaventuranzas, el Evangelio de Lucas nos presentó la semana pasada una marca diferenciadora del seguidor de Jesús. «¿Qué mérito tienen?, ¿no hacen lo mismo los paganos?». Estas preguntas interpeladoras nos invitaban a los cristianos a aportar algo nuevo, un plus de calidad en las relaciones humanas y nos deja sin listón que limite la fraternidad «ser compasivos como el Padre».
Jesús aparece con propuesta de fraternidad donde el nosotros/nosotras es la clave, elige un grupo, donde la comunidad es presencia de Dios («donde haya dos o más reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio» (Mt 18, 20) donde las oraciones están precedidas de «nuestro». Y vivir lo nuestro desde el amor, y vivirlo a tope para que otras personas crean… (Jn 17, 21-23).
La fe cristiana no es un gimnasio de entrenamiento para salvarme yo. Y si la fraternidad es importante, es clave, hay que construirla y Jesús nos va regalando reglas que nos tienen que ayudar a cuidarla, no se puede romper la fraternidad. ¿Cómo podemos anunciar un reino del Abba si no podemos vivirlo? Por eso Jesús dedica tanto tiempo a enseñar a convivir y generar lazos fraternos entre los discípulos. Hoy nos aporta otras claves para no romper la fraternidad. ¿Podemos mejorar la vida social, la vida política, las relaciones personales, en las organizaciones en las que estamos, en mi equipo, en mi comunidad parroquial?
Qué actuales son las palabras de Jesús, me encantaría centrar la frase con la que Jesús nos interpela: «Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano o hermana», en muchos espacios donde funciona ese: «… y tu más», donde para atacar comportamientos de otros, tapamos los nuestros con frases que nos justifican los mismos pecados. Donde la corrupción mía queda justificada con que los otros han sido más corruptos. O porque la de los otros se ve más. O por creernos mejores que las demás personas.
Solo cuando soy capaz de darme cuenta de mis fallos será capaz de ser «misericordioso» con los que tienen los demás. Es toda una llamada a la coherencia personal y al mismo tiempo una llamada a la comprensión, a la compasión, al perdón. Una llamada a darme cuenta de que juzgar severamente a los demás, juzgar de forma rápida se puede volver contra mí. Conocernos bien, nos ayuda a ser mucho más tolerantes con las debilidades de las personas que nos rodean. «El que esté libre de pecado arroje la primera piedra dice Jesús» (Jn 8, 1-7). La humildad es toda una práctica de convivencia y tenemos maestro: «aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29).
Muchas veces vivimos contagiados del mal estructural que corretea a nuestro alrededor, la falta de criterios éticos, esa sensación de que las demás personas son enemigas y tenemos que cuidarnos de ellas y practicamos con demasiado celo las tácticas defensivas. Eso crea crispación, esa crispación que muchas veces se respira en nuestros ambientes. ¿Es posible unas relaciones distintas? ¿podemos crear a nuestro alrededor espacios más respirables, acogedores, fraternales?
No hace mucho vi un vídeo de un niño que lanzaba una interpelación que me hizo pensar: «¿qué es lo que practicas? En lo que practiques cada día serás bueno», decía. En lo que practiques serás muy bueno, si practicas la alegría, la felicidad… o si practicas el enfado, la queja… serás muy bueno en ella.
De lo que practiquemos como seguidores de Jesús seremos buenos, si practicamos el perdón, el no hacer juicios de los demás, si practicamos la generosidad, la bondad, el no creernos mejores que los demás… en eso seremos buenos. Los valores evangélicos son plantaciones que se acumulan en el corazón, es un tesoro, que se gana en la práctica cotidiana, con la ayuda del Espíritu, con la oración, con la escucha de la Palabra, el examen, con la conexión permanente con nuestra fuente de vida, con aquello que fundamenta nuestra vida. Cada día tenemos la oportunidad de convertirnos en «luz y sal de la tierra» (Mt 5, 13), somos una oportunidad para decir al mundo, a nuestro pequeño mundo, que es posible vivir de otra manera, relacionarnos de otra manera, que es posible la fraternidad. No olvidemos que «el sujeto de la esperanza es un nosotros»[1].
Atesoremos limpieza en el corazón, que abunden las buenas intenciones que nos ayuden a tener –como se dice hoy– buenas prácticas. El papa Francisco nos dice en la exhortación apostólica sobre la santidad: «En las intenciones del corazón se originan los deseos y decisiones más profundas que realmente nos mueven»[2] y agrega un poco más adelante: «Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, esto es santidad»[3]. Pues nos toca ser santos.
El reto es hoy ser una Iglesia que caminamos juntos y juntas en fraternidad para ser significativa en nuestra sociedad. ¿En qué lo impido yo no buscando la fraternidad? ¿Qué me impide ver mi viga y que me facilita ver los defectos de la gente que me rodea?
[1] Byung-Chul Han. El espíritu de la esperanza. Herder. Pág. 22.
[2] Gaudete et exultate. 85.
[3] ídem 86.
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Más en Orar en el mundo obrero, 8º Domingo del tiempo ordinario.

Consiliario general de la HOAC