González Faus: “Toda persona está bañada por la gracia, incluso en la desgracia”

González Faus: “Toda persona está bañada por la gracia, incluso en la desgracia”
FOTO | Vía Cristianisme i Justícia

Ayer, 6 de marzo de 2025, a la tarde, llegó la noticia del fallecimiento de José Ignacio González Faus, uno de los grandes teólogos del siglo XX, al menos, en lengua española. Es cierto que estos últimos años tenía algunos problemas de salud. Y también que había ido confiando a otras personas las tareas llevadas por él. E, igualmente, que se refería con cierta asiduidad a la muerte en bastantes de sus publicaciones más recientes. Pero tengo que confesar que no esperaba este desenlace, tan repentino. Por eso, la noticia de su fallecimiento me dejó sin palabras, aturdido y sin capacidad de reacción.

Pasadas unas horas, me ha parecido oportuno responder afirmativamente a la invitación de un común amigo y escribir estas líneas, como agradecido recordatorio de una persona a la que el mejor homenaje que le podemos hacer es el de recordar algo de lo mucho y bueno aportado por él tanto a la Iglesia como a la sociedad.

“Los ruiseñores que cantan por encima de los fusiles”

Recuerdo el desayuno compartido con José Ignacio González Faus –“Chalo” para los amigos– el 17 de noviembre de 1989 en el Centro Borja que tienen los jesuitas en Sant Cugat del Vallès (Barcelona). Era su lugar de residencia, en la que escribía y daba clases desde la que se desplazaba, a veces, a América Latina, otras, a algunos países de Europa y, con frecuencia, a muchísimos lugares de España. Era el “alma mater” de “Cristianisme i Justícia”, la fundación puesta en marcha por la Compañía de Jesús para articular la espiritualidad ignaciana, la investigación sociopolítica y económica y, por supuesto, la teología que brota del encuentro con Dios en los “otros Cristos” que, a lo largo de la historia, han sido siempre los pobres y los crucificados de todos los tiempos y también del presente.

Yo estaba hospedado porque me encontraba escribiendo la tesis doctoral. Al levantarme aquella mañana, me enteré del asesinato de dos empleadas de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), ubicada en la ciudad de San Salvador (El Salvador), y de seis jesuitas, compañeros y amigos de J. I. González Faus. La pregunta fue inevitable: “Chalo, ¿cómo te encuentras esta mañana?”. Y su respuesta fue, citando –algo de lo que me enteré poco después– el poema “Vientos del pueblo me llevan” de Miguel Hernández: “hay ruiseñores que cantan \ encima de los fusiles \ y en medio de las batallas”. A la cita de estos versos sucedió una dolorida explicación sobre lo que estaba pasando en El Salvador y sobre la explicación de por qué se les había asesinado.

Dios, caricia y aguijón

A partir de aquel tristísimo desayuno, empecé a percatarme de que Chalo tenía una manera de ser, de vivir, de hacer teología y de relacionarse con Dios que no solo atendía a lo que estaba recogido en la Escritura o recibíamos de la tradición, sino, sobre todo, a lo que se trasparentaba de El en la historia e, incluso, en su lado más dramático como era el asesinato de estas ocho personas en la UCA. Y si era cierto que tenía una sensibilidad especial para denunciar todo lo que fuera dolor, miseria, desolación y nuevas injusticias en la sociedad y en la Iglesia, también lo era que contaba con un sentido especial para detectar -en medio de tanta postración– la presencia de un Dios que no solo era aguijón, sino también consuelo, caricia y aliento.

Por eso, en medio de la tragedia de El Salvador había –con palabras de Miguel Hernández– ruiseñores que —como estas ocho personas de la UCA– cantaban por encima de los fusiles y en medio de las batallas.

Chalo, por muy crítico que fuera, nunca –o casi nunca– se olvidó de tener presente y poner en valor esta cercanía de Dios en medio del dolor. Y, por eso, cuando daba razón de su imaginario de Dios, era extraño que no captara la atención de los interlocutores.

Su antropología teológica

Estos últimos años he tenido la suerte de ir leyendo y recensionando una buena parte de su fecunda y abundante obra (se habla de que una posible publicación completa de la misma podría estar entre 10 y 12 volúmenes). Tengo que decir que en la revisión de Proyecto de hermano: visión creyente del hombre (1987-1991), probablemente, lo mejor de su larga y fecunda producción teológica –en la que ha estado más atareado y que ha venido publicando estos últimos años– no solo persiste ese imaginario de Dios, sino que lo encuentro mucho más desarrollado y, por ello, admirable.

Los tres libros –a mi entender, de madurez- en los que ha ido revisando su antropología teológica son La inhumanidad. Reflexiones sobre el mal moral (Sal Terrae, Santander, 2021); Plenitud humana. Reflexiones sobre la bondad, (Sal Terrae, Santander, 2022); y Llegar a ser lo que somos: hermanos (Sal Terrae,  Santander, 2023).

Leyéndolos y recensionándolos –como he adelantado– he disfrutado de ese gran teólogo que era capaz de escuchar el canto de los ruiseñores en medio de tanto dolor y sufrimiento como hay en el mundo. Y al hacerlo de esta manera, mostraba que a eso nos referimos los cristianos cuando proclamamos que Dios es unión –o si se prefiere, un misterio– de caricia y aguijón.

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Basten sus consideraciones al respecto, tomadas del primero de los libros citado, es decir, de La inhumanidad. Reflexiones sobre el mal moral (2021).

Nuestro mundo es un inmenso campo de sufrimiento

Nuestro mundo, sostiene Chalo en este texto, es un inmenso campo de sufrimiento en el que nos encontramos con tres clases de seres humanos: una minoría, importante, de causantes; una gran mayoría, de indiferentes y ajenos al mismo y una pequeña minoría que se dedica a aliviarlo y luchar contra ello. No queda más remedio, prosigue, que seguir preguntándose por qué un mundo así merece ser llamado humano, es decir, por qué continúa estando “empecatado”, por más que pueda molestar recuperar una palabra tan desacreditada como la de “pecado”.

E intentando responder a estas preguntas, formula cuatro tesis que entiendo centrales para quien pretenda asomarse a su pensamiento más maduro.

Según la primera, hablar de pecado o de inhumanidad, es lo mismo. Son conceptos sinónimos ya que nos estamos refiriendo a comportamientos -tanto personales como colectivos- y a estructuras que hieren y enferman, bien sea de manera leve o grave. De ahí el título del libro y su estructuración en cuatro capítulos dedicados a la realidad del pecado; al pecado estructural; al pecado original y a la dimensión teologal del pecado.

El ser humano no es lo que debe ser

Según la segunda de las tesis, el pecado o la inhumanidad es, a la vez, carencia en la que nos encontramos sumergidos (con san Anselmo) y responsabilidad personal (con san Agustín). Somos, a la vez, víctimas y culpables: nacemos intrínsecamente deteriorados en un mundo y en una historia que nosotros mismos hemos ido deteriorando desde sus inicios.

El desconocimiento de esta sorprendente conjunción explica que las izquierdas tiendan a desconocer el pecado, mientras que las derechas tiendan a aprovecharse de él. Tanto unos como otros, ignoran que la teología no apunta primariamente a explicar por qué va tan mal el mundo, sino a enseñar que el hombre no es el que debe ser. Y no lo es, porque solo sea malo, sino porque también es víctima; una impotencia que no viene de Dios, sino de nosotros mismos.

La indiferencia ante la inhumanidad

Según la tercera tesis, es incuestionable que la presencia del mal cuestiona la existencia de Dios. Pero también que su negación puede ser una coartada para absolutizar nuestra libertad limitada; una tesis que no desarrolla y que, es probable, que haya quienes la perciban como una “huida hacia adelante”.

En realidad, lo que, sobre todo, inquieta a Chalo es saber cómo es posible que haya seres humanos que, afirmando la existencia de Dios y profesando la fe en el Dios revelado por Jesucristo, crean que esa fe les permite vivir tranquilos al margen de ese inmenso dolor del mundo.

Ya se sea conservador o progresista –tanto creyente como cristiano– la teología del pecado es necesaria para ambos. Para los primeros, porque se resisten al progreso. Y para los segundos, porque se refugian en el utopismo irresponsable y desvirtuador de lo humano.

El factor humanizador de la fe

Y, según la cuarta tesis, toda persona sigue estando bañada por la gracia; incluso en la desgracia. Por eso, los cristianos estamos llamados a ser siempre factores de humanidad y de humanización en la medida en que podamos. Y a levantarnos cuando bajemos la guardia.

Mi teología –solía decir Chalo– no es fruto del pesimismo, sino del “realismo” cristiano: en el ser humano coexiste la posibilidad del mal moral y del bien moral o, con lenguaje tradicional, del pecado y de la santidad. Es cierto que constato la fragilidad de la bondad, una planta que no soporta el paso del tiempo: el justo, sostiene,  a la larga, se hace autoritario. El que quiere ser íntegro, intolerante. Y el que quiere ser misericordioso, cómplice o al menos pactista.

La mayor esperanza en la mayor desesperanza

Pero es igualmente cierto que también constato que el mensaje cristiano es la mayor esperanza desde la mayor desesperanza.

Este “realismo” cristiano explica que toda su teología se encuentre presidida -así me lo parece- por una “armonía inestable” entre los extremos y, a la vez, por una imprescindible radicalidad cristiana, fundada en el programa del monte de las Bienaventuranzas y en el mensaje de la parábola del juicio final.

Por tanto, nada que ver con la equidistancia y sí mucho que ver con el equilibrio inestable que es propio de toda andadura vital, así como con su apuesta por mostrar el implícito humano de lo cristiano; también en todo lo referido al pecado.

Es lo que yo, al menos, le debo a Chalo, esta persona que ha sabido percibir y no ha dejado de hablar de un Dios –caricia y aguijón– en medio de un mundo plagado de dolor y muerte, a la vez que sumido, en su gran mayoría, en la indiferencia, pero en el que también hay samaritanos y semillas de bondad y justicia.

Hasta pronto Chalo.