«Jesús se bautizó. Mientras oraba, se abrió el cielo»
Lectura del Evangelio según san Lucas (3, 15-16. 21-22)
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y toda la gente se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo: –Yo los bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él les bautizará con Espíritu Santo y fuego.
En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: –«Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto».
Comentario
El evangelista Juan coloca al Bautista introduciendo o presentando a Jesús en la vida pública de una forma muy somera. Es siempre sorprendente el silencio que hay, en la vida de Jesús, desde los 12 años hasta el comienzo de su vida pública que se relata en el parrafito que hemos proclamado hoy.
En Lucas, Jesús entra bruscamente sin decir ni de dónde venía, ni que había hecho. Aparece siendo bautizado por Juan, y Juan, el Bautista, desaparece con la justificación que el evangelista da un versículo anterior (3, 20) encarcelado por Herodes. A partir del versículo 21 Jesús es el protagonista. Después del bautismo Lucas hace una genealogía de Jesús original de este evangelista, y continúa con las tentaciones. El Bautizador solo aparece en el capítulo siete (7, 18-19) con un mensaje para Jesús dado por sus discípulos.
La liturgia, más interesada en el Bautismo de Jesús, omite, entre el párrafo primero y el segundo, bastantes versículos y pretende que se vea la diferencia, que marca el bautismo de Juan y el de Jesús (agua y Espíritu Santo y fuego). Por otra parte, el bautizo de Jesús es toda una excusa en Lucas para que haya una sencilla pero contundente manifestación de Dios Padre que envía su Espíritu y presenta al Hijo amado; a partir de aquí deja de ser importante el bautismo de Juan y tiene, Jesús, toda la autoridad.
Pero no deja de ser interesante esa dependencia de Juan para comenzar la misión que todos los evangelistas reconocen. Recordemos que los evangelistas Juan y Marcos no tienen evangelio de la infancia, pero todos comienzan la vida pública de Jesús señalando la fuerza del Espíritu que le invade en el Bautismo. Es toda una teofanía, el Dios Padre que, por la invasión del Espíritu, reconoce a Jesús como Hijo, especial, muy amado y que en Lucas es recibido en el Bautismo, y, muy importante, «mientras oraba».
Lucas presenta a Jesús en todo su evangelio como un hombre de oración, y en esa experiencia de Bautismo y oración vivió él, el sentirse elegido y enviado, por un Dios que experimentaba, desde lo más profundo de su ser, por la fuerza del Espíritu que le invadía, que era su Padre. Jesús descubrió lo que Dios era para él y lo que tenía que ser él para Dios. Por tanto, descubrió el sentido de su vida y la misión que debía realizar de parte de Dios.
Tres cosas dice el texto: se abren los cielos, para que el Espíritu baje, la venida del Espíritu que desciende como una paloma y la voz del cielo que expresa la intimidad entre Padre e Hijo y la misión. El cielo se abre no para una visión, sino para recibir el Espíritu para la misión, y que le va a acompañar a lo largo de toda su vida.
Es interesante ver en los evangelios el papel del Espíritu en los relatos de la vida de Jesús, los evangelistas no entienden la vida de Jesús sin que el Espíritu, desde el principio, esté por medio: «la fuerza del altísimo te cubrirá con su sombra», le dice el ángel a María; es la fuerza dynamis, que aparece en los signos y milagros, es el que une al Padre y al Hijo y les hace uno. Pero también es la fuerza que nos hace hijos y herederos, como dice Pablo, y hace Iglesia y aparece así en el libro de los Hechos.
Es un relato, el de Lucas, que nos invita a vivir esa misma experiencia de sentirnos invadidos por el Espíritu de Dios que se nos da en el Bautismo y, de una forma muy especial, en el sacramento de la Confirmación.
Vivir en Espíritu es vivir en el verdadero culto a Dios, que, como decía Jesús a la samaritana es vivir «en Espíritu y en verdad». Por otra parte, Pablo habla de que no dejemos «apagar el Espíritu» en nosotros.
Que importante es cuidar nuestra espiritualidad, dejarnos guiar por el Espíritu, que este Espíritu guíe nuestro proyecto de vida, para vivir con alegría y entusiasmo el seguimiento de Jesús, para hacer realidad y presente el reinado de Dios en nosotros y nosotras, en nuestro mundo, en la vida cotidiana, en estos momentos difíciles para tanta gente. Un Espíritu que nos lanza a la misión.
Y que en estos tiempos no nos falte el Espíritu, cuando parece que tantas cosas se derrumban, cuando no encontramos caminos tanto a nivel político, social, económico y eclesial… en tiempos de cansancio, cuando mirar al futuro nos da vértigo y nos dejamos entretener con lo inmediato.
En estos tiempos, que la confianza en el Espíritu no nos falte. Tenemos que orar y pedir que el «cielo se abra» para que el Espíritu baje y nos ilumine y nos ayude a ser fieles a la misión que se nos ha encomendado.
Y no olvidemos que, por el bautismo, todas y todos somos llamados a la misión y, como Jesús, somos hijos e hijas amadas del Dios Padre. El bautismo es el gran igualador, somos hijos e hijas, somos misión, y somos constructores de una iglesia que necesita de su permanente conversión y lo hacemos desde la participación.
«En el bautismo, Jesús nos reviste de sí mismo, comparte con nosotros su identidad y su misión (cf. Ga 3, 27)» (2º Instrumentum Laboris, 1).
«El Bautismo es, pues, un renacimiento. Estoy seguro, segurísimo de que todos nosotros recordamos la fecha de nuestro nacimiento: seguro. Pero yo me pregunto, con algo de duda, y os pregunto a vosotros: ¿cada uno de nosotros recuerda la fecha de su bautismo?» (Papa Francisco Audiencia general, 11/04/2018).
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Más en Orar en el mundo obrero, Bautismo del Señor.
Consiliario general de la HOAC